Abril 2008 / NÚMERO 14

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Juan Manuel Sayago

Ser sacerdote para estar con el Señor y servir a su pueblo

Juan Manuel Sayago (33 años), nació en Santiago el 8 de diciembre de 1974. Estudió en el Colegio Chile, en San Miguel, y luego en el Liceo de Aplicación. Después de dar la entonces llamada Prueba de Aptitud Académica, se fue a estudiar Derecho a la Universidad de Concepción. Ahí estuvo dos años hasta que pidió traslado a la Universidad Católica de Santiago. Dice que no eligió esta carrera por vocación, sino porque tenía un buen puntaje que le permitía estudiar becado. Que si fuera por él hubiese estudiado historia o filosofía. Sin embargo, su paso por la Universidad Católica ayudó a desarrollar lo que desde niño le rondaba: ser sacerdote.

¿Cómo nació su vocación?

Haciendo memoria, la primera llamada fue desde pequeñito. Me acuerdo que en ese tiempo se publicó un tríptico con la imagen de Jesús, el rostro de Turín, y mi mamá lo tenía en su pieza. Mi familia nunca ha sido de formación religiosa, sin embargo sí de una religiosidad popular y mariana, pero desde pequeño me gustaba hablarle a Jesús. Creo que ahí se fue forjando algo, una relación cercana con Cristo mismo. Luego, para mi Primera Comunión, que hice a los 12 años, voluntariamente en la parroquia, le dije al Obispo que nos dio el sacramento, que quería ser cura. En mi familia no lo podían creer. El Obispo le dijo que cuando cumpliera 18 volviera a contactarlo. Nunca volví (ríe).

Luego de la Primera Comunión ingresé a un grupo scout católico con el Padre Guido. La figura de él como sacerdote me incentivó mucho. Ver a un hombre consagrado, un hombre convincente y que ayudaba  acrecer a los demás, que rezaba. Eso me llamó la atención. Eso fue toda mi adolescencia en la Parroquia Santa Cristina.

Por opción personal a mí me gustaban otras cosas: las niñas, el dinero, el éxito, pero desde pequeño escuchaba la voz del Señor y ahora puedo decir que no es cosa mía, sino que era Dios el que llamaba y hubo tiempos en que pude escuchar con mayor nitidez y por tanto responder con más claridad y otros tiempos en que no. Eso significó que vine a discernir mi vocación a los 25 años. Toda mi época de universidad fue una lucha conmigo mismo para decidir cuál iba a ser mi respuesta al llamado de Dios. No me arrepiento de haberlo hecho a los 25 años, porque era el tiempo en que tenía que ser.

Sabía mis debilidades y gustos y pensaba: “A mí no me va a dar, no soy tan bueno”. Debo agradecer a Dios su claridad. Siempre me dio espacio y libertad para responder. 

¿Cómo fue entrar en el mundo laboral?

En mi casa me dijeron que si quería estudiar, tenía que trabajar. Fue bonito porque me hizo madurar y conocer la realidad laboral de muchas personas, conocer la dureza de levantarse, cumplir horarios, tener exigencias, equivocarse, que el jefe te rete y compartir logros también. Eso me hace tener mucha sensibilidad en lo laboral. Por ejemplo, los lunes rezo en la oración universal por la gente que busca trabajo. Sé lo duro que es andar con los antecedentes y pedir un trabajo y ha sido bello descubrir que la dignidad no la da el trabajo, sino el hombre el que dignifica al trabajo. No hay trabajo indigno.

¿Cómo se ha ido transformando su vocación luego de los años de estudios en el Seminario?

Cuando uno entra siempre hay motivaciones bellas y hasta místicas, pero Dios se va encargando de purificarlas y llevarlas hacia donde Él quiere. Ahí juega la docilidad y humildad de uno para aprender a ver el querer de Dios y llevarlo a cabo.

Yo quería ser  sacerdote para estar con la gente y hablarles de Dios, pero con el tiempo he descubierto que ser sacerdote es para estar con el Señor y, fruto de ello es amar a la gente. Esta no es una vocación social ni intelectual, sino que es una respuesta de amor a una llamada personal y consecuencia de eso es lo demás. El Señor en el fondo quiere darnos una parte del rebaño para que lo cuidemos y lo hagamos crecer.