Abril 2008 / NÚMERO 14

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Mauricio y Marcelo Valdivia, hermanos en el Seminario

Antofagastinos de corazón

Mauricio, el mayor, estudió Ingeniería Informática en Inacap y trabajó en varios oficios. Marcelo salió del colegio, trabajó un año y luego ingresó al Seminario. Ambos antofagastinos estudian en Santiago por sugerencia de su Obispo, Monseñor Pablo Lizama.   

¿Cómo es su familia?

Mauricio: Somos seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. Mi mamá es profesora de Religión, creo que por ahí empezó todo, y mi papá es contratista en una empresa. Mi hermana mayor está casada, un hermano es ingeniero y mis otras dos hermanas están estudiando, una geología y la otra psicología. 

Hay que añadir que desde siempre nos llevaron a Misa y mis papás participan en el Movimiento Cursillos de Cristiandad y en base a eso estamos muy vinculados a la Iglesia, pero nunca se nos obligó a ir a misa, por ejemplo.

No estudiamos en un colegio religioso, sino en uno con letras y números. Lo más vinculante a la Iglesia fue la música porque nosotros cantamos en grupos folclóricos, pero donde encontramos la plenitud del desarrollo de los talentos fue cantando en la parroquia. Esto detonó nuestra vocación. En mí primero y luego fue Marcelo.

¿Cómo influyó el Movimiento de Cursillos en su vocación?

Mauricio: El Movimiento de Cursillos es un movimiento mundial de laicos acompañado por un cura. (Juntos) preparan un curso para personas  que no conocen a Dios. Se promueve el encuentro con uno mismo, con la gente y con Dios, que llama a la conversión.  Me di cuenta de mi vocación al ver a trabajar a los matrimonios y entregando todo. Lo veía también en mi familia cuando mi mamá se quejaba que mi papá estaba mucho en reuniones del cursillo y al revés también pasaba. No es que haya una incompatibilidad del matrimonio con la Iglesia, por el contrario, pero sí veía que el deseo de servir a Dios superaba la llamada primera a la familia y había un roce. Nadie se terminó separando, pero en eso me di cuenta que el que tiene la disponibilidad total es el sacerdote, porque es la donación total en este deseo de ir desarrollando los dones de Dios. Se ve la posibilidad de entrega absoluta en el sacerdocio. El matrimonio es otra cosa, la responsabilidad primera es donarse al otro y en esa donación encontrar a Dios.

Todos pensaban que Marcelo empezó a discernir por mí, yo me vine al Seminario y él continuó discerniendo, postuló al Seminario y quedó. El Señor es muy delicado con cada uno. Sin duda fui un referente para mi hermano porque vivió el proceso conmigo, porque es parte de la familia.

Como hermanos ¿comparten mociones internas?

Para nosotros la música es la exteriorización de lo interno. Siempre comentamos lo lindo que estamos viviendo o cómo agradecer al Señor por tal cosa. Cuando yo he estado mal, Marcelo ha sido un pilar fundamental para seguir adelante.

¿Cuál fue la reacción de los papás al saber que ambos partían al Seminario?

Mauricio: Estaban felices cuando les dije que me iba al Seminario. Todo el proceso lo hice junto a ellos, son personas de Iglesia, cómo me iban a decir que no…Y si me decían que no, cómo no iban a entender y a procurar mi felicidad. Mi mamá decía que Dios le había dado tanto, que feliz le ofrecía a uno de sus hijos para el servicio de los demás, pero nunca se imaginó que iban a ser dos. Estaba feliz.   

Me siento privilegiado, es como un regalo de Dios. La misericordia del Señor es capaz de hacer de lo deficiente un buen trabajo. Nosotros estamos acá no por ser los mejores de los hermanos ni por ser los mejores de Antofagasta, sino por misericordia del Señor.

¿Viven su vocación de manera particular?

Marcelo: Los jóvenes en general piensan que van a estudiar, sacar un título, trabajar y luego casarse. Eso es lo típico. Pero este camino es distinto. Yo salí del colegio, trabajé un año y entré al Seminario. Quise trabajar ese año para tener una experiencia laboral. En la empresa de aseo conocí gente que con ese mísero sueldo mantenía a sus familias y eso me partió el alma. Yo trabajaba para tener experiencia y colaborar en mi casa.

Mauricio: Los seis años desde que salí del colegio hasta entrar al Seminario, yo lo pasé bien, tuve pololas. Luego entré al Seminario. Marcelo entró enseguida. Lo bueno es que nos van a pagar lo mismo allá en el cielo, como dice el Evangelio (ríe). El Señor respeta los tiempos de cada uno, yo me tardé más tiempo en entender; en cambio Marcelo captó al tiro la dicha de entregarle la vida al Señor. Tengo muy lindos recuerdos: haber trabajado y saber lo difícil que es ganarse la plata, pololear, compartir y donarse. Sin embargo, había algo más, que era misterioso. Había una inquietud interna que no me dejaba tranquilo y encontré la paz interior cuando entré al seminario para prepararme al sacerdocio, para ser cura diocesano de Antofagasta

¿Ha reflexionado sobre no tener hijos?

Mauricio: Respondo con las palabras del Cardenal Silva Henríquez: “Hay tantos hijos que no tienen padre y yo puedo ser padre de ellos”. Teresa de Calcuta encontró su familia entre quienes nosotros despreciamos muchas veces. Es cuestión de donación y de vivir radicalmente. Si vamos a ser como Jesús tiene que ser con todo. Jesús tampoco tuvo hijos y no porque fuera egoísta, sino por donación. El matrimonio es tan o más difícil que el sacerdocio. Uno hace las cosas bien o no. Si uno se casa es para tener hijos, para dedicarse a ellos en la iglesia doméstica y buscar la santidad. En el sacerdocio uno deja todo eso por todos y uno deja de pensar en uno mismo.

Marcelo ¿Qué le dio paz a su corazón?

El deseo de entregarme por completo a Dios para servir a los demás.

Tenemos que volver a la Arquidiócesis de Antofagasta.   

Son realidades distintas. Allá hay 18 curas diocesanos y los demás religiosos. Es pequeño, pero de a poco va creciendo. Acá es impresionante, a los encuentros juveniles que va tanta gente, a la pastoral de los sábados llegan 800 jóvenes a Confirmación, la Caminata al Santuario de Teresa de los Andes, Hallel… Queremos llegar a hacer eso allá.