Abril 2008 / NÚMERO 14

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Entrevista con Fernando Alvear Sanhueza, novicio jesuita

A través de los Ejercicios de San Ignacio

Fernando Alvear Sanhueza, 23 años, es el menor de tres hermanos, hijo de padres separados. Estudió en el Liceo Lastarria. Luego, un año de Diseño en la Universidad de Chile; después se cambió e ingresó a Ingeniería Civil en el mismo plantel. Está en tercer año y acaba de entrar al Noviciado de la Compañía de Jesús, después de un discernimiento de dos años. El noviciado es un tiempo de preparación para la vida religiosa, que dura también dos años.

¿Va a seguir estos estudios junto con el noviciado?

No sé. Uno dispone su vida a la voluntad del Señor. Dios dirá. En la Compañía existe la posibilidad de seguir estudiando, pero es con el superior, la misma Compañía y con Dios con quienes se decide qué pasará.

¿Cómo descubrió su vocación a la vida religiosa?

Surgió hace harto tiempo en instancias bien mezcladas, mi parroquia de los Santos Ángeles Custodios, en Providencia, la Vicaría de Pastoral Universitaria del Arzobispado de Santiago y en la pastoral de Ingeniaría de la U. Cuando uno se va afectando más por el Señor va saliendo a la luz la vida misma, su sentido, lo que uno está haciendo y por qué. En el encuentro con el Señor uno descubre causas mayores por la cuales hacer las cosas. Entonces el estudio no es sólo para ganar plata y ser profesional, sino para ayudar a los demás. Entonces uno se pregunta: “¿Por qué no algo más, todavía?”. Y en eso estoy.

¿Tiene definida su vocación?

No, eso es muy difícil decirlo. Lo único que me sostiene es la unión  con el Señor, la confianza en él. Yo sigo en discernimiento. No he terminado de discernir, pero ahora desde una perspectiva de una vocación religiosa.

¿Por qué jesuita?

Tengo un amigo en mi carrera que estudió en un colegio jesuita. Cuando conversamos acerca de la Iglesia, y desafiados en una universidad donde la religión es como un obstáculo para todo, en ese pensar y soñar mi amigo pensaba de una manera muy interesante. Descubrí sus experiencias ignacianas y me interesé por los Ejercicios Espirituales de  San Ignacio de Loyola. (Fue) un diálogo que me traspasó, que me enfrentó a mis miedos y limitaciones, pero que me hizo sentir todo el amor con que acoge Dios. Eso me hizo ‘clic’ para entender mi vocación.

¿Para qué quieres ser sacerdote?

Yo me acuerdo de mi deseo de ser cura por la misa. Me gusta mucho en su tono más sensible, en los gestos, los signos, esa especie de intimidad con Dios, pero en el fondo una proclamación con la asamblea. Eso se ha ido mutando, sobre todo en el contacto con la gente, sentir que a la gente le da mucho sentido que le hable de Dios, de esperanza una persona que no se las sabe todas, que también ha sufrido, que necesita cariño, apoyo, una persona común. Mi deseo de ser cura pasa por ahí. Entregar a los demás lo que a mí también me han entregado.

Eso se nota más en el contacto con la gente que más necesita, con la pobreza.

¿Qué le dices a la gente se que extraña que un joven quiera ser sacerdote?

Que uno es igual a todos. Hay personas que miran el sacerdocio, la vida religiosa, como una realidad totalmente distinta, elevada, en otro estado. Y no es así. Los curas son personas normales igual que todos. Asumen las pérdidas, los sufrimientos, las penas y alegrías igual que cualquiera persona.