Abril 2009 / NÚMERO 26

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Franciscanos en Tierra Santa

Protegiendo a los hijos de la Iglesia madre

Ser custodio de Tierra Santa implica no sólo el cuidado del legado material sino también el de la vida de los fieles. Así lo explicó el franciscano chileno, Sergio Olmedo, al indicar que los cristianos nativos de ese lado del mundo son una minoría que sufre rechazo y discriminación.

Por Clara Bustos

Parece extraño suponer que ser cristiano en los mismos lugares donde nació y vivió Jesús es algo sumamente difícil. Por lo mismo, cuando se piensa en los “custodios” de Tierra Santa, la idea común es imaginar a los frailes de hábito café y cordón blanco velando por el cuidado de las piedras y demás vestigios propios de esos primeros años de la religión cristiana y de las posteriores edificaciones construidas en su memoria. Sin embargo, la imagen no estaría completa si en la tarea no se menciona la protección y acompañamiento de quienes en medio de la adversidad siguen fieles a su fe: los cristianos originarios de esas tierras.

El sacerdote chileno Sergio Olmedo nació y se crió en la comuna de San Miguel. Hoy tiene 43 años y es superior del santuario San Juan del Desierto, ubicado en Ain Karem, un pueblito situado en las cercanías de Jerusalén. Para seguir su vocación de fraile franciscano de la Provincia Custodia de Tierra Santa, hizo su aspirantado en Argentina, el postulantado en Italia y el noviciado en Israel.

La presencia franciscana en Tierra Santa data desde el 1217 y hoy existen aproximadamente 300 frailes en la zona, quienes cuidan los santos lugares, tienen parroquias y son guías de peregrinos y fieles.

¿Cómo es la vida de un fraile allá?

En Tierra Santa es muy complejo. La presencia franciscana allá se diría que es el baluarte de lo que es el cristianismo en el Medio Oriente, pues durante siglos sólo permaneció la orden y hoy además de cuidar estos lugares santos, debemos cuidar a las personas.

¿Cuál es la realidad de los cristianos?

En Medio Oriente en general superan apenas el 2 por ciento de la población; y en lo que es Israel y la Autoridad Palestina deben ser el 1,35 por ciento. A ellos nos agreguemos nosotros, los extranjeros que nos hemos radicado allá y que en gran parte estamos para su cuidado, porque si no estuviésemos esa gente estaría destruida.

¿Por qué?

Porque hay una especie de discriminación. Los cristianos allá son mayoritariamente árabes –son muy poquitos los judíos católicos-, y mientras que para los judíos el cristiano es árabe y por lo tanto no se relacionan, para los palestinos musulmanes no son confiables porque los consideran cruzados.   Entonces los cristianos no son queridos ni por unos ni otros, y eso significa que no tienen trabajo y quedan aislados.

¿De qué manera los ayudan?

Es como una gran empresa, hay que buscarles trabajo, pagar las cuentas del agua y la luz, dar estudio a los jóvenes, ayudarles a construir su casa para que no se vayan al extranjero, porque si se van al extranjero no hay más cristianos locales. Hay que hacerlo porque ellos no lo pueden hacer. Hay que cuidarlos porque ellos son la reliquia de la Iglesia madre de Jerusalén.