Abril 2010 / NÚMERO 38

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La gran tarea de la Iglesia de reconstruir moral y espiritualmente al país 

Entrevista a Monseñor Ricardo Ezzati, Arzobispo de Concepción

 

¿Qué actividades pastorales más relevantes ha desarrollado en Concepción a partir del terremoto?

Lo que es más grande, estar cerca de gente, acompañarla, escuchar, animar, bendecir, infundir esperanza, especialmente a través del único medio de comunicación que teníamos, que era la radio. He ido todos los días a la Radio Bio Bío, tratando de aportar  el granito de arena que desde mi función episcopal podía aportar en esta situación y manifestar que en medio de un cataclismo natural como este no estamos abandonados de Dios, sino que en esta circunstancia estamos llamados a sentir a Dios como nuestro Padre y a sentir que la mano de la Virgen está muy cerca de nosotros.

Al celebrar todos los días la eucaristía en el frontis de la Catedral yo invitaba a la gente a mirar la imagen de la Virgen que quedó de pie en la punta de la Catedral, que tiene los brazos abiertos, acogedores y los invitaba a imitar esa actitud de la Virgen y hacer de nuestras manos no un instrumento de robos y pillajes, sino hacer de ellas unas manos que expresaran cercanía, ayuda, afecto y solidaridad. 

La gente, curiosamente, no me pidió alimentos, agua, sino que me pedía siempre la bendición, una palabra de esperanza. Lo que más me llamó la atención es que cuando le preguntaba a la gente “¿Cómo están?”, la respuesta primera era: “Gracias a Dios estamos con vida”. Gracias a Dios, es decir, la dimensión más profunda de la fe que afloraba y que necesitaba ser sostenida por el pastor. 

En segundo lugar, nos hemos dedicado a traducir esta cercanía de Dios en una cercanía humana. Organizamos el Área de Pastoral Social con Caritas. Transformamos la Casa Betania en un centro de distribución de todo lo que nos llegaba. Con los puentes cortados no podíamos ir  a la provincia de Arauco, incomunicados totalmente durante tres días. Pasamos horas en la noche con mi Obispo Auxiliar (Monseñor Pedro Osasandón) pegados al teléfono, que finalmente llegó a Concepción, pero no teníamos  comunicación hacia Arauco, Tomé, etc. Trabajamos para transformar esa cercanía en un acompañamiento espiritual y también muy concreto en la ayuda material a los más damnificados.

 

Muchos se preguntan “¿Dónde está Dios? ¿Por qué permite estas catástrofes?”

¿Cuál es la intervención de Dios en estos acontecimientos?

Hay dos ideas que recalqué en las homilías de la misa que celebraba al aire libre. La primera responder a la pregunta “por qué”, que obedece a criterios que son de carácter científico, geográfico. Creo que la pregunta que necesitamos y que invité a formular es pasar del “por qué” al “para qué”, que es la pregunta más profunda de la gente, aunque la exprese en el “por qué”. 

Uno descubre desde la Revelación cómo la actitud de Dios Padre, especialmente en su Hijo Jesucristo tiene una respuesta a ese “para qué”. Jesucristo se hizo hombre para salvarnos, habitó en medio de nosotros para liberarnos, para dar salud, vida, para entregar el sentido de la vida. Si nosotros frente a esta tremenda catástrofe aprendemos a responder más profundamente a esta pregunta del para qué, encontraremos respuestas muy, pero muy fundamentales para la construcción de una sociedad que sea más fraterna, más justa, más solidaria, donde los valores del desarrollo no sean solamente los valores económicos,  sino que sean, sobre todo –y junto con los económicos- los valores sociales, los valores éticos, los valores religiosos. 

En el mensaje del Papa para la Cuaresma dice  que uno de los derechos fundamentales de la persona humana es encontrarse con Dios, cuando uno no se encuentra con Dios muchas de la otras cosas pierden su valor. 

Y la segundan idea que repetí en algunas homilías fue una reflexión que me envió un sacerdote muy benemérito. Meditaba sobre un mensaje del profeta Jeremías que decía “maldito el hombre que confía en el hombre, bendito el hombre que confía en Dios” y  me decía: “Chile ha crecido, tiene un PIB extraordinario, carreteras espléndidas, supermercados con todo, y bastaron dos minutos para echar abajo todo eso”.

¿Y que apareció? Apareció lo que somos: la riqueza de la solidaridad, la capacidad de entrega, la generosidad. Pero apareció también lo peor que tenemos, el egoísmo, el pillaje, el preocuparnos solamente del bienestar personal, las ansias de tener, la codicia. 

Entonces, este sacerdote se preguntaba cuál es el PIB que Chile necesita. ¿Es sólo el Producto Interno Bruto o no será también un producto interno de bondad, de crecimiento espiritual, de solidaridad, de comunión? Por ahí creo que hay una tarea inmensa.

 

¿También para abordar actitudes como los saqueos?

Frente a los hechos de pillaje y saqueo tenemos que cuestionarnos profundamente el tipo de hombre, de persona, de sociedad que estamos construyendo; la educación que estamos impartiendo. ¿Basta que sea una educación de excelencia porque alcanza a puntajes muy altos en conocimiento para reducirnos después a esto? ¿Qué espacio tiene en nuestra educación la construcción de la persona interior, con columnas de valores sólidos, capaz de respetarse a sí misma y a los demás  en su dignidad, capaz de construir una sociedad mucho más fraterna, mucho más solidaria? 

Una semana  después del terremoto, el Intendente saliente me invitó a un encuentro con el Intendente nuevo y los dirigentes sindicales y sociales de la región. Cuando me pidió un mensaje, yo dije que lo que necesitamos es construir una región sinfónica, donde haya una buena partitura de lo que tenemos que hacer, donde cada detalle esté bien estudiado para un desarrollo humano auténtico. Pero para que sea sinfónica, todos los instrumentos tienen que tener espacio: el gobierno y la oposición; lo público y lo privado; los sindicatos y los empresarios; las iglesias y las instituciones públicas. Todos tenemos que tocar nuestros instrumentos y aportar. Y se necesita también un buen director de orquesta, autoridades que sean capaces de valorar el aporte de cada uno y que cada uno obtenga de esa dirección el espacio, la consideración, la valoración que se necesita. 

La gran tarea que tenemos ahora es hacer de Chile un país mucho más sinfónico, donde todos somos necesarios, donde todos tenemos que aportar lo nuestro para que con una buena dirección de orquesta, con autoridades que nos gobiernen con sabiduría y siguiendo una partitura adecuada, podamos de verdad reconstruir el país.

 

¿Cómo reconstruir el espíritu, el alma de tanta gente que está atribulada? ¿Cómo la Iglesia puede llevarle la esperanza en Dios a esas personas?

Lo que más me pedía era apoyo espiritual. La Iglesia está llamada a dar fundamentalmente la riqueza que tiene. Pablo VI decía que la Iglesia existe para evangelizar. Lo que necesitamos dar es lo que tenemos como propio, la Vida (con mayúscula), en la que cabe también la vida (con minúscula). Tenemos la tarea  fundamental de entregar a la gente un sentido profundo de la vida, indicar cuáles son los cimientos, las consistencias sobre las cuales construir la sociedad, una mesa donde haya espacio para todos. Y eso lo vamos a dar a través de nuestra predicación, de las comunidades, de la tarea misionera y también a través de la reconstrucción de nuestros lugares de culto y de evangelización, que son instrumentos para fortalecer esta dimensión más profunda. La gente necesita de pan, de trabajo, de todas las iniciativas estatales y privadas para enfrentar los próximos meses, que van a ser tremendamente difíciles. Pero, la gente necesita de Dios, que se le dé y fortalezca la fe sobre la cual pueden construir todo lo demás. 

Después, creo que la Misión Continental nos llevará a fortalecer nuestros equipos pastorales, de acompañamiento de las personas, muchas dañadas  psicológicamente.  Estamos muy incomunicados. Pero incluso dentro de esa visión que me pareció muy  dolorosa de  las calles llenas de barricadas, con alambres de púa, dentro de esa expresión negativa ha habido muchas expresiones positivas: finalmente la gente se conocía con el vecino. A pesar  de todo lo negativo hay lecciones hermosísimas de humanidad que hemos aprendido.

 

¿Cómo reconstruir también los valores, a partir de la prioridad que la gente dio a la vida y la solidaridad por sobre los bienes materiales?

Se conjugan ahí varias iniciativas. La educación tiene un rol fundamental. Una buena educación desarrolla toda la persona y a todas las personas en una visión mucho más orgánica e integral. El Papa dice en su última encíclica que un desarrollo que tiene sólo una perspectiva económica tarde o temprano va a mostrar cuán frágil es. Dentro de la educación está el rol fundamental que tienen la familia, los padres en relación con los hijos, los vecinos. Se descubrió ahora el sentido de barrio, que es importantísimo. Y en la sociedad la priorización de tareas, hay que dar espacio a la construcción espiritual y moral de la gente. No vamos a superar los efectos del terremoto sólo construyendo mediaguas –que hay que hacerlo- o restituyendo las empresas para que sigan trabajando cuanto antes –que también hay que hacerlo-. Pero hay toda una reconstrucción de tipo moral y espiritual. El terremoto en ese sentido nos puede dar lecciones muy, pero muy profundas.

 

¿Qué le puede decir, como pastor de la Iglesia, a tanta gente que tiene miedos, que está deprimida, que está sufriendo mucho porque ha perdido a seres queridos y bienes materiales?

En primer lugar, que levante la mirada. El salmo 121 nos dice: “Alzo mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá mi auxilio? Mi auxilio viene del Señor”. Tener una consistencia interior buena ayuda enormemente a reconstruir todo lo que materialmente se necesita. Si existe esa entereza interior -y en ese sentido, repito, la Iglesia puede ser un aporte formidable para la reconstrucción moral- poco a poco el resto se va solucionando.

Junto con la solidez interior, los programas sociales del país deberán hacerse presente con fuerza, pero utilizando nuevamente la imagen sinfónica, una ciudad, una región y  un país sinfónicos. Un empresario me decía que aunque su empresa tendrá que estar cerrada por dos o tres meses, mantendrá a sus trabajadores.

También de parte de los sindicatos la comprensión del fenómeno ayudará a mitigar tal vez algunas justas peticiones para no crear un daño social mayor. He visto a los sindicatos de mi región muy dispuestos a esto, a entrar en un camino de colaboración, con sacrificios. Finalmente, es el momento para reencontrar esas redes de solidaridad que hagan menos difícil la superación del problema. En estos momentos la palabra que debiéramos borrar de nuestro vocabulario es la palabra “usura”, borrarla del diccionario, pero sobre todo como actitud. En cambio, fortalecer los lazos de una auténtica solidaridad, para el cristiano una solidaridad que es expresión de la virtud teologal de la Caridad.

 

¿Ve en las personas alguna disposición a sacar experiencias positivas del terremoto y tsunami?

He encontrado una disponibilidad muy grande en mucha gente a hacer de este momento difícil, doloroso, un momento de crecimiento. Vale la pena recordar el proverbio chino que un árbol que cae mete mucho ruido –los saqueos han metido mucho ruido-, pero hay un bosque que está creciendo silenciosamente. Es el bosque de la solidaridad, de la cercanía, del tender manos, de sentirnos más hermanos. Eso es mucho más grande que el árbol que cayó.