Edición NÚMERO 50
Abril 2011

La santidad de Juan Pablo II vista desde Chile

El ingeniero chileno Alberto Etchegaray Aubry se hizo cargo de Juan Pablo II desde que pisó suelo chileno en Pudahuel hasta que el avión despegó desde Antofagasta, en abril de 1987. Esta cercanía constante durante esa vista le permitió captar los rasgos de santidad del fallecido Pontífice, de lo cual da cuenta en  esta entrevista.  Por su parte, el sacerdote polaco Marek Burzawa, vicario para la Familia del Arzobispado de Santiago, explica la fuerte vivencia religiosa del país natal del futuro beato.

Alberto Etchegaray, responsable de la estada del Papa en Chile.

Ingeniero civil, ex ministro de la Vivienda y urbanismo del Presidente Aylwin, hoy dedicado a su profesión, se desempeña en el ámbito inmobiliario y participa en diversas fundaciones y corporaciones vinculadas con el desarrollo social.

¿Qué rasgos de santidad recuerda de Juan Pablo II en su visita a Chile?

En la perspectiva del tiempo, lo que me parece más fuerte de la visita del Papa fueron dos cosas. Primero, lo que él se preparó, tengo la impresión que era un hombre que hacía las cosas muy responsablemente. La visita a Chile fue preparada personalmente por él. Destaco entre sus rasgos su preparación y su espíritu de oración. Cuando no estaba entregado a las multitudes todo su otro tiempo lo invertía en oración, en introspección. Nunca en un vuelo conversó o invitó a alguien a la parte más reservada que él tenía. Viajaba rezando y preparándose para un nuevo encuentro.

Para mí el más fuerte de todos los testimonios de su preparación espiritual fue antes de la misa en el Parque O’Higgins. Nosotros estábamos en un día muy recargado ese viernes (Templo Votivo de Maipú, Hogar de Cristo, Universidad Católica, la Nunciatura y la Cepal). Antes de ir a la CEPAL y luego al Parque O’Higgins, él tomó su breviario, con toda la gente sentada ya en los autos, y se fue a rezar solo  debajo del parrón de la Nunciatura en una silla de fierro sin cojín. Estuvo unos diez minutos rezando. Y yo molesto, incómodo, ¡cómo no se daba cuenta que el programa estaba muy ajustado! Cuando salió me miró como diciéndome ‘usted me disculpará, pero para mí esto es lo primero’.

De la visita también destaco la capacidad de este hombre del encuentro muy personal con el mundo del dolor. No sólo fue la visita al Hogar de Cristo, no sólo la manera como le tocó las heridas tres veces a Carmen Gloria Quintana, sino también en la catedral de Concepción, donde había tres personas en camilla en estado terminal. El inclinarse él y postrarse ante el dolor extremo, casi de ausencia de vida, fue muy impactante, y la manera de relacionarse en un contexto de multitudes en forma tan personal y directa con cada uno. Era un hombre que tenía una vida interior muy profunda, que sabía equilibrar fuertemente su donación a las masas, las multitudes, con el encuentro personal, especialmente con los más frágiles, los más débiles.

¿En qué lo marcó personalmente el Papa en este contacto tan directo con él?

Su aspecto de ser testigo, creo que lo que hizo en este país fue ser testigo de la fe que él profesaba. Era un hombre que en su entrega y donación fue explícitamente durante seis días un testigo de Jesucristo, completo. El país entero se vio confrontado a un ser humano que se planteaba ante el país como testigo de Jesucristo. Eso fue lo que más me interpeló en mi vida de cristiano. He tenido la suerte de tener una educación, un colegio y algunos sacerdotes que me marcaron mucho, como el padre Esteban Gumucio y el padre Pablo Fontaine, que fueron formadores míos; también matrimonios y jóvenes, pero Juan Pablo II ha sido una de las personas que más me han impactado en mi actuar como cristiano, porque nos demostró acá y en su pontificado que él era un testigo del Señor. Hizo todo lo que su energía y su vida le permitían para entregarse al extremo. No tuvo miedo de mostrarse como lo que era.

Padre Marek Burzawa, vicario para la Familia

¿Qué le parece a usted, como polaco, que su compatriota Juan Pablo II sea beatificado?

En primer lugar, que solamente es un reconocimiento oficial, público, de algo que se sabía perfectamente, de algo que hemos experimentado durante su vida, porque cuando uno estaba cerca de Juan Pablo II, participaba en algunos encuentros, sentía ese espíritu de santidad muy potente en su persona. En segundo lugar, claro que es una gran alegría no solamente para toda la Iglesia, sino para todas las personas de buena voluntad, porque todos reconocen en Juan Pablo II un mensajero de paz, un hombre realmente de Dios. Y para mí, por ser polaco, es una alegría inmensa celebrar su beatificación. Saber que un compatriota mío pasó por este mundo haciendo el bien me invita también a mí y a todos a seguir sus pasos.

¿Cómo se explica el fuerte sentido religioso y la intensa vida de fe de los polacos?

Primero por una tradición cristiana muy fuerte, y en segundo lugar creo que también gracias a algunas personas santas que tuvimos como pastores en nuestro país. Estoy pensado particularmente en el cardenal Stefan Wyszynski, que fue presidente de la Conferencia Episcopal durante muchos años, años muy complicados. Incluso estuvo en la cárcel, porque no quería colaborar con los comunistas. La Iglesia se fortalece cuando aparecen los obstáculos. Polonia es un país que ha sufrido muchísimo durante su historia y todos los acontecimientos que hemos vivido como país también nos fortalecieron como creyentes.