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Edición NÚMERO 62
Abril 2012

Gustavo Andújar, Presidente de la Asociación Católica Mundial para la Comunicación (Signis) en Cuba:

La visita del Papa a Cuba y su impacto pastoral y político

El también vicepresidente de este organismo a nivel mundial destaca que, a pesar del avance de la Iglesia Católica en la isla, quedan aún muchos espacios por conquistar.

 

¿En qué momento encuentra a la Iglesia Católica en Cuba la visita del Papa Benedicto XVI?

Una apreciación adecuada de la situación de la Iglesia que recibió gozosa la visita pastoral del Santo Padre a Cuba requiere referirse a un complejo proceso histórico que pasa por 30 años de precaria supervivencia en el contexto de un estado confesional ateo; la celebración del Encuentro Nacional Eclesial Cubano de 1986 y el cambio radical que marcó de una pastoral de mantenimiento a una pastoral misionera; la muy paulatina pero incesante conquista de espacios de presencia social de la Iglesia y la persistencia a la vez en un inconmovible compromiso de servicio al pueblo y una firme voluntad de diálogo que poco a poco ha ido dando frutos. Habría que destacar también el creciente reconocimiento de la labor de Caritas en el alivio de las muchas carencias de tantos cubanos, sobre todo de los sectores más necesitados.

La visita del Beato Juan Pablo II, en particular, representó un hito en cuanto a una variedad de modos de presencia social de la Iglesia, con la restauración del día de Navidad como feriado nacional, la autorización de procesiones y celebraciones litúrgicas en lugares públicos, y el acceso, todavía sumamente limitado, pero al menos ahora posible, de las autoridades eclesiásticas al uso de los medios masivos de comunicación. Ese proceso ha continuado, y ha alcanzado en época reciente niveles muy significativos, como ocurrió con el diálogo abierto al más alto nivel entre las autoridades de la Iglesia y el gobierno, que tuvo como uno de sus resultados más visibles el proceso de excarcelación de presos políticos y una importante amnistía concedida a presos comunes.

En un país que las estadísticas internacionales presentaban –para desconcierto nuestro– como mayoritariamente ateo, millones de cubanos acompañaron a la imagen de la Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre, en un recorrido histórico que alcanzó a todos los núcleos poblacionales del país, como preparación del Jubileo por el 400 aniversario del hallazgo de su bendita imagen.
Para decirlo con las palabras de salmista, “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (Ps 126, 3). Es con esa alegría que recibimos al Papa.

 

¿Qué significa ser católico en la Cuba de hoy?¿Cómo logró sobrevivir la Iglesia Católica en ese país en tiempos más adversos en otras épocas de la Revolución Cubana?

Como vicepresidente de Signis Mundial visito muchos países y puedo darme cuenta de que ser católico en Cuba implica asumir los mismos retos de identidad, autenticidad y coherencia de vida que en cualquier otro lugar del mundo, ni más ni menos. Uno a veces tiene la tentación de pensar que vive la peor situación posible, pero tal impresión, además de ser paralizante, no responde generalmente a la realidad.

En Cuba siempre se ha mantenido la libertad de culto. Nunca se clausuraron masivamente templos, ni ha sido penado por la ley asistir a misa, o recibir sacramentos, pero la libertad religiosa es bastante más que eso. Durante muchísimos años la Iglesia ha visto sumamente restringida la presencia social que le corresponde y que requiere para cumplir adecuadamente su misión. Se van ganando espacios, pero lentamente, porque decenios de continua prédica ateísta e incluso de un ateísmo estructural que provocaba la marginación sistemática de los creyentes de toda posición de relevancia social, no pueden borrarse de un plumazo. La situación tampoco es demasiado diferente a los empeños de privatización de la fe que viven las sociedades de muchos países “cristianos”, sobre todo en Europa.

La Iglesia, gracias a Dios, no es obra nuestra. Ella es obra del Espíritu Santo, que la asiste y la anima. Tiene la promesa del mismo Señor Jesucristo de que estará con ella hasta el fin de los tiempos. Como creo eso muy firmemente, no me extraña para nada que, a pesar de todas nuestras insuficiencias, debilidades y torpezas, la Iglesia consiga hacerlo presente a Él en Cuba, como lo hace en todo el mundo.

Cuando me preguntan cómo es vivir en Cuba, siempre explico que a mí me ha permitido desarrollar un gran sentido de la Providencia, porque hay tantas limitaciones a lo que uno puede hacer para cambiar su vida, que se siente uno siempre, con mucha intensidad, en manos de Dios. Y después de todo, ¿dónde se puede estar mejor que en las manos de Dios?

 

Mayor comunicación entre Iglesia y Estado

¿Cómo puede influir la visita del Santo Padre en el devenir de la Iglesia en Cuba y en el proceso político y social del país?

El Santo Padre visita a las Iglesias locales, en primer lugar, para confirmarlas en la fe. Eso tiene una importancia extraordinaria para la Iglesia en Cuba, que siempre ha estado en total comunión con la Sede Apostólica y se ha sentido muy querida por el Papa. El Santo Padre pudo expresar esa cercanía y cariño también a todo el pueblo cubano que en forma abrumadoramente mayoritaria vibró con lo que el Papa nos dijo sobre los valores del Evangelio y su vigencia para las familias, los jóvenes y la sociedad toda.

La visita tuvo ya un resultado positivo, aun antes de realizarse. El propio proceso de preparación de la visita significó una colaboración entre la Iglesia y las autoridades, que brindaron todas las facilidades para que la visita se realizara en forma exitosa, en especial porque todo debió hacerse en un plazo de apenas tres meses. Durante el proceso se consolidaron las vías de comunicación entre la Iglesia y el Estado, lo cual es muy valioso y habría que logar que se ampliara.

En cuanto al impacto político y social, sería un error hacer una lectura política de una visita que es, por su propia naturaleza, pastoral, pero la acción pastoral de la Iglesia tiene también un impacto en la política y la sociedad. El Evangelio del 28 de marzo, cuando se celebró la Santa Misa en la Plaza José Martí de La Habana, recoge la promesa del Señor de que “…conocerán la Verdad y la Verdad los hará libres.” (Jn 8, 32). No es ésa una promesa que deje indiferente a nadie.

 

¿Qué factores han influido en el mejoramiento de las relaciones entre la Iglesia en Cuba y el régimen de Raúl Castro?

Como ya expresé antes, ha sido un proceso con una larga historia, dentro de la cual hay, sin embargo, hitos importantes. Durante la etapa de Raúl Castro al frente del gobierno, yo pienso que fue vital la coyuntura generada por varios acontecimientos lamentables, como la muerte del preso político Orlando Zapata tras una huelga de hambre y los atropellos a que fueron sometidas las Damas de Blanco. Una carta del Cardenal Jaime Ortega a Raúl Castro intercediendo por estas últimas fue acogida favorablemente y abrió un inusitado proceso de diálogo entre el Presidente y el Cardenal, que se extendió para incluir al Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba y Arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Dionisio García.

Los cristianos decimos que Dios escribe derecho sobre renglones torcidos. Acontecimientos terribles, que nunca debieron ocurrir, abrieron sin embargo vías al diálogo que condujo, entre otros resultados positivos, a la liberación de presos políticos, en particular todo el grupo de opositores encarcelados desde 2008, muchos de ellos esposos, padres o hijos de las Damas de Blanco.

 

La importancia del Cardenal Ortega

¿Cuál es la importancia del rol que ha jugado el Cardenal Jaime Ortega en dicho mejoramiento de las relaciones?

La labor de la Providencia se facilita mucho cuando cuenta con instrumentos como el Cardenal Jaime Ortega. Es, en primer lugar y lo más importante, un gran Obispo: hombre de Dios y pastor solícito. Además, y yo pienso que es el tipo de cosas que la Providencia también suscita, es un hombre brillante, con un extraordinario don de gentes y lo que en Cuba llamamos, con un símil automovilístico, “luces largas”. Nunca piensa en pequeño o a corto plazo, y tiene una maravillosa cualidad para apreciar las situaciones en su contexto más amplio de interrelaciones e implicaciones. Él ha sido un don de Dios para nuestra Iglesia.

 

En esa misma línea, ¿cómo calificaría las relaciones de la Iglesia en Cuba con el régimen comunista de la isla?

Siempre me gusta poner las cosas en su contexto histórico. En mi opinión, el gobierno cubano se ha comportado históricamente como si considerara a la Iglesia como un rival político. Los enfrentamientos entre Iglesia y gobierno durante los primeros tiempos de la Revolución estuvieron marcados, por una parte, por la presentación sistemática de la Iglesia por el materialismo histórico marxista como aliada de los ricos en la explotación de los pobres, y por la otra, por un enfoque eclesial preconciliar en una cultura signada por el clima anticomunista de la guerra fría. No ayudó en nada que toda la experiencia de Iglesia de los principales dirigentes de la Revolución la hubieran vivido en colegios católicos, algunos de ellos muy exclusivos, y no hubieran tenido experiencia de vida de parroquia, en contacto con el pueblo católico sencillo.

Aquellas tensiones, al parecer insuperables, se han ido aliviando en la medida que la actuación de la Iglesia ha dejado en claro que ella no busca influencia o poder político, sino que es fiel a su ser y a su misión, sin estridencias, sin declaraciones ruidosas de signo partidista ni a favor de unos ni de otros, pero capaz de denunciar a unos y a otros cuando el cumplimiento de su misión lo requiere. Yo pienso que el gobierno ha ido comprendiendo y aceptando esto, y espero que ese proceso de normalización continúe.

 

Mucho se ha escrito sobre el aumento de la influencia de la Iglesia en Cuba en el devenir político y social de ese país. ¿En qué se manifiesta dicho aumento de influencia en la vida pública de Cuba y cómo ha influido en ello el rol del Cardenal Jaime Ortega?

La palabra “influencia”, utilizada en este contexto, no ayuda a esclarecer las cosas. La Iglesia, en el cumplimiento de su misión, debe mantener una presencia social. Ella, maestra en humanidad, tiene una palabra que decir sobre toda situación que afecte a las personas. Donde, como en Cuba, tiene un bien ganado prestigio y autoridad moral, el pueblo la escucha. Es en ese sentido que la Iglesia en Cuba tiene influencia.

Lamentablemente, tiene muy limitado acceso a los medios y por ello no logra hacer oír suficientemente su voz, pero cuando se hace presente, el pueblo responde. Así ocurrió durante la peregrinación de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. Convocados por el paso de la Virgen, los cubanos de todo signo y tendencia acogieron con entusiasmo la palabra de los pastores: palabra de esperanza, de paz y bien. Su respuesta demostró la presencia en los cubanos de una religiosidad de signo indudablemente católico que había estado como dormida por largo tiempo, y ha buscado quizás formas primitivas de expresión, pero está ahí para ser evangelizada.

Este fenómeno no ha pasado inadvertido, y a mi entender ha influido en que se mantenga y amplíe el diálogo entre la Iglesia y los diversos sectores de la sociedad. El Cardenal Ortega ha sido un incansable animador de todos los empeños evangelizadores de la Iglesia, tanto a nivel popular, como en la relación con el mundo del pensamiento y la alta cultura.

 

Iglesia, disidencia y Derechos Humanos

¿Cómo es el compromiso de la Iglesia en Cuba con la defensa y promoción de los derechos humanos?

Quisiera comenzar por decir que hay pocos temas tan susceptibles de enfoques subjetivos y presentaciones sesgadas, en función de ideologías y tendencias políticas, como los derechos humanos. Según el signo político de quienes hagan las denuncias, éstas se referirán a la falta de garantías para el ejercicio de los derechos civiles y políticos, como la libertad de información, de expresión y asociación, en unos casos, o de los derechos económicos y sociales, como el derecho al trabajo, a la educación y la atención médica, en otros.

Así, en Cuba, donde hay un solo partido político efectivamente organizado, el comunista, que gobierna el país, durante mucho tiempo los opositores al gobierno no se presentaban como representantes de fuerzas políticas alternativas que aspiran al poder, reconocidas o no, sino como “observadores de los derechos humanos”, y centraban su actividad en denunciar violaciones a los derechos humanos, relacionadas casi siempre con las limitaciones impuestas en Cuba a derechos civiles y políticos como los de expresión y asociación. Por esa causa, la expresión “derechos humanos” en Cuba tiene una carga política generalmente asociada a una oposición al gobierno.

Las partes implicadas en esta politizada controversia quisieran que la Iglesia participara en ella con vibrantes declaraciones de denuncia que apoyaran sus propios puntos de vista. La Iglesia no puede caer en esta trampa, porque su anuncio es mucho más abarcador que una simple formulación jurídica: tiene que ver con la dignidad plena de la persona humana. En esta época de relativismo rampante, cuando se invocan como presuntos derechos lo antinatural y aun lo monstruoso, la prioridad corresponde a la búsqueda de la verdad, en la que hay espacio para que nos encontremos todos los seres humanos y en la que a la Iglesia corresponde participar con su anuncio de la verdad sobre el hombre y su destino final en Dios.

La Iglesia en Cuba defiende y promueve incansablemente los derechos humanos, pero lo hace sin estridencias, con su anuncio reconciliador y con el servicio de la caridad. Sigue a su Maestro sacerdote, profeta y rey, y lo hace santificando, enseñando y sirviendo.

 

¿Cómo es la relación de la Iglesia en Cuba con la disidencia?

“La disidencia” denomina genéricamente a un universo muy variopinto de opositores, desde quienes se reconocen cercanos a la Iglesia y aprecian su rol reconciliador en la sociedad cubana, hasta quienes la denuncian por punto menos que obrar como agente del gobierno cubano. Otros, sin atacarla como tal, se sienten defraudados porque no se expresa tan críticamente del gobierno y sus políticas como ellos quisieran.

Es difícil para algunos entender que la Iglesia es Madre de todos sin distinción. Ella no puede participar de la confrontación política desde una opción partidista, sino desde la búsqueda del bien común, y ha sido consistentemente fiel a esa línea.

Ya desde un punto de vista práctico, la Iglesia en Cuba ha intercedido innumerables veces, muchas de ellas con éxito, en favor de disidentes presos o de sus familiares. Algunos disidentes son miembros activos de comunidades cristianas, en cuyas tareas apostólicas participan, aunque saben que allí no tienen cabida expresiones de política partidista. En resumen, la relación de la Iglesia con los disidentes no se distingue de la que mantiene en otros países con los militantes de diversas formaciones políticas.

 

Como presidente de Signis Cuba, ¿cómo calificaría la realidad de la libertad de expresión en la isla?

Cuba es un país con un gobierno marxista. Para el materialismo dialéctico marxista, la libertad es apenas “la conciencia de la necesidad”, de modo que las libertades civiles y políticas, tal como se reconocen en la Declaración Universal de Derechos Humanos, se interpretan en Cuba de un modo peculiar, supeditado a los intereses de lo que se describe oficialmente como el “proyecto social” cubano. Además, el gobierno cubano percibe la situación de la isla como una plaza sitiada por la hostilidad de los Estados Unidos –una hostilidad por demás patente y obrante–, y han declarado de muchas formas distintas que en tales circunstancias, toda disidencia u oposición política, pacífica o no, equivale a una traición. El sistema legal del país se ha ajustado a este razonamiento, de modo que la expresión pública de opiniones contrarias al gobierno puede ser motivo de sanciones penales, a veces muy severas. En resumen, hay muchas y graves limitaciones a la libertad de expresión en Cuba.

En mi opinión, la libertad de expresión de los cubanos no puede mantenerse condicionada a lo que un gobierno extranjero haga o deje de hacer. Esta situación priva al país de una importante riqueza espiritual y de valiosísimas contribuciones al debate público, y ha cooperado a lo largo de los años a crear un clima de falsa unanimidad, basada en la simulación y el mimetismo, que lacera, en un grado difícil de evaluar adecuadamente, el ethos social.
Signis está siempre, y yo lo estoy personalmente de la forma más decidida, a favor de la plena libertad de expresión, con la única limitante de que se ejerza con apego a la verdad y con respeto por la dignidad de las personas. Confío en que la obvia justeza de este principio se imponga finalmente, también en la realidad cubana.