Edición NÚMERO 54
Agosto 2011

Monseñor Fernando Ramos, un vicario para los sacerdotes

Los suicidios de sacerdotes, sus razones y el acompañamiento necesario al clero son temas que aborda en esta entrevista el rector del seminario Pontificio Mayor de Santiago y ahora responsable de la nueva Vicaría para el Clero.

¿Por qué es tan grave el pecado de atentar contra la vida humana, propia y ajena?

Para los cristianos la vida antes que nada es un don de Dios, un don sagrado que Dios entrega con gran cariño por la humanidad. Concretamente, la vida humana tiene un valor sagrado, por eso cuidarla, respetarla y conservarla está en directa relación con el vínculo que uno establece con Dios. De ahí que nuestra fe nos invita a transmitir, conservar y proteger la vida de manera adecuada como expresión de la recepción de la gracia de Dios que se entrega por la humanidad.

¿Cuál es la actitud actual de la Iglesia frente a la celebración de exequias de una persona que se ha suicidado?

Todo suicidio, en el fondo,  es un grito de desesperación. Desde el punto de vista objetivo, el atentado contra la vida es algo inaceptable, pero subjetivamente, las personas que intentan o cometen suicidio tienen su capacidad de juicio o de discernimiento obstaculizado o alterado por alguna situación de dolor, de conflicto muy grande. Ahí no sabemos realmente qué pasa. Por consiguiente, es muy importante que nosotros, como comunidad eclesial, elevemos nuestra oración, nuestro deseo de intercesión para que una persona que ha muerto tan trágicamente pueda encontrar reposo en paz en la misericordia de Dios.

En términos simples, ¿la Iglesia no descarta que un suicida, desde el instante en que gatilla su propia muerte y el momento en que realmente fallece, pueda tener, en segundos, arrepentimiento de lo que está haciendo?

Perfectamente podría ocurrir. Y en ese momento seguramente se pueden abrir espacios para reconsiderar esa decisión y, sobre todo, que la persona tenga la posibilidad de encontrarse con Dios.

¿Cómo se explica, monseñor, que haya sacerdotes que llegan al suicidio?

Todo sacerdote es un hombre tomado de entre los hombres para hablar de las cosas de Dios. Así nos dice la Carta a los Hebreos, para comunicar a Dios a los demás hombres. Pero es un hombre, y como tal experimenta y puede experimentar las cosas que pueden vivir todos los seres humanos, como el dolor, el sufrimiento, la desesperación, la depresión, enfermedades, etc. Desde esa perspectiva, el juicio de un sacerdote también se puede ver alterado y puede llegar a una situación muy extrema, hacer este tipo de actos que nosotros consideramos inaceptables. Pero, subjetivamente, un sacerdote puede verse profundamente alterado en su juicio y en su capacidad de discernimiento.

A propósito de este caso, ¿qué línea de trabajo, qué medidas concretas llevará a cabo en la recién creada Vicaría para el Clero, especialmente de cara a sacerdotes que viven graves crisis?

Evidentemente este acontecimiento estimula aun más nuestro trabajo y el encargo que el Arzobispo de  Santiago, monseñor Ricardo Ezzati, ha puesto en mis manos de buscar todos los medios necesarios para dar un adecuado acompañamiento a los sacerdotes, de manera que éstos puedan configurarse cada día con mayor entrega a Jesús Buen Pastor. Estamos recién tirando líneas, pero la idea apunta a poder potenciar las cuatro  dimensiones que se dan en la formación inicial de los sacerdotes, que se proyecten en la formación permanente. Estas dimensiones son la formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral. Estos cuatro elementos confluyen en la persona de cada sacerdote en vistas a generar un presbítero más cercano a la imagen de Jesucristo. 

¿Hay un llamado a los sacerdotes que tienen alguna dificultad a acudir a usted o a esta Vicaria para el Clero?

Creo que la clave, no solamente para los sacerdotes, sino para cualquier ser humano, que ante una situación de dolor, de dificultad, es muy bueno y un sano poder compartirla con otras personas que sean de su confianza. Más aun entre los presbíteros somos miembros de una gran comunidad, del gran presbiterio, somos discípulos de Jesús y hermanos en esa perspectiva. Por lo tanto, tenemos que darnos espacio de acompañamiento, de escucha y de solidaridad entre nosotros.