Diciembre 2008 / NÚMERO 22

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Monseñor Pedro Ossandón

Que los postergados se sienten en la mesa del pan común

El 12 de diciembre recibirá la ordenación episcopal el nuevo Obispo Auxiliar de Concepción
Por Paz Escárate

Con el lema “Para que tengan vida” el Padre Pedro Ossandón, será ordenado Obispo Auxiliar de Concepción el 12 de diciembre en la Catedral penquista. Este hijo de un coronel de Ejército llegó en 1987 a la población San Gregorio, ubicada en la comuna de La Granja, en nuestra capital. Recién estaba ordenado sacerdote y reconoce en dos religiosas a las maestras que le enseñaron a ser pastor en una época y en un lugar desafiante. La primera, Beatriz Rascle, hermana de la Caridad de Nevers, que trabajaba en rehabilitación de alcohólicos, le enseñó que el Evangelio reluce en la promoción social. Con la segunda, hermana Elena Oyarzábal, ursulina de Jesús, realizaron retiros ignacianos; “ahí fui testigo de cómo el despertar de la fe repercute directamente en la dignidad de la persona, la hace brillar y sus derechos sociales empiezan a crecer: Empieza a cultivar el deseo por el servicio en bien público, el valor de la asociatividad y de las organizaciones populares”, señala

En San Gregorio vivió parte del régimen militar y también los albores de la reinaugurada democracia. Cuenta que la noche del 5 de octubre, junto con el párroco, recorrieron en bicicleta la población para ver cómo reaccionaba la gente. “Fui testigo de la madurez cívica que siempre han tenido los chilenos, sobre todo en el mundo popular, una conciencia muy grande de su deber cívico, de su amor a la patria y de su vocación de paz”, recuerda. “Lo que he visto en Chile es que desde esa época el país ha valorado la vocación republicana y todas las instituciones que la conforman. Sin embargo, hoy tenemos una deuda social, tal vez porque el libre mercado nos ha metido la ambición, el egoísmo, la codicia y nos ha hecho olvidarnos de los demás. Y eso es peligroso porque nos puede llevar a resquebrajar el estado de Derecho que tanto valoramos y tanto luchamos por recuperar”, añade.

Luego de ser párroco en las poblaciones San Gregorio y Villa O’Higgins fue nombrado vicario parroquial en La Legua, uno de los lugares más estigmatizados de Santiago. Con la tranquilidad que lo caracteriza, es difícil imaginarlo indignado, pero eso le sucedió cuando una persona creyó que un ladrón era de La Legua sólo por prejuicio. Señala: “Es bueno tener rabia a propósito de esos daños gigantescos que hacemos por ser tan light. Uno cree que no pasa nada, pero se está dañando la dignidad de las personas”

¿Cómo tender puentes entre las personas?

La mejor manera es perder el miedo. Cuando llegué a La Legua, porque vivía lleno de  prejuicios pasé los primeros dos meses muerto de miedo. Luego pasé a sentirme en el lugar más seguro de Santiago. Ese paso es el que tenemos que aprender a dar todos y descubrir que verdaderamente estamos llenos de murallas, de desconfianzas y de una agresividad muy grande. Es tan violento como un niño con armas, un barrio entero blindado gastando millones de pesos mensuales para que no entre nadie, pero también pagando el precio de no encontrarse con el otro y de vivir aislados.

A una persona uno la puede mirar y prejuiciarse por su raza, su condición económica o social, por su color político, pero basta que te sientes y que te des el permiso de abrirte al otro y establecer una relación libre, sorprendente y poco a poco ir estableciendo un vínculo nuevo.

Cuando dio a conocer su nombramiento episcopal usted llamó a una verdadera reconciliación nacional en un contexto en que ya nadie habla de ella ¿No cree que es un tema zanjado?

No está zanjado. Creo que hemos dado muchos pasos en materia de verdad: la Comisión Rettig y la Comisión Valech. En materia de justicia, el poder judicial ha dado pasos que jamás nos imaginamos que iban a poder dar, incluso con procesos que han llevado a sentencia. Sin embargo, veo que todavía siguen destrozados los corazones de las víctimas y muy insensibles las actitudes de muchas personas. Por eso hemos traído a la Arquidiócesis de Santiago, desde Colombia, las Escuelas de perdón y Reconciliación. El gran paso de una patria, de un pueblo es cuando aprende a perdonar lo imperdonable y a recrear, a nacer de nuevo por la Gracia de la fe. Lo más propio y original de la fe cristiana es recrear las relaciones humanas después que se han hecho pedazos.

¿Tiene alguna experiencia personal de reconciliación?

Mi padre fue un oficial de Ejército brillante. Fue coronel y agregado militar en Argentina el año ‘72 – ’73. Para el Golpe Militar renunció. Sin embargo, siempre fue puente, siempre buscó la comunión. Le debo mucho de eso a mi padre, a  mi madre y a mi familia. Además tuve un hermano que estuvo preso un tiempo sin razón alguna, nada más por ser un universitario de izquierda. Sin embargo, mi familia me enseñó de chiquitito a perdonar. Tengo un gran aprecio por el Ejército, los apoyo enormemente y las Fuerza Armadas se han mostrado decididas a integrarse al cuerpo social y colaborar con la democracia y la paz.

¿Qué frutos trae la reconciliación?

Dicha, gozo, posibilidad de nacer de nuevo y, por sobre todas las cosas, una experiencia de amor como jamás la podría imaginar.   

¿Qué quisiera para Chile del Bicentenario?

Como dice Aparecida, quisiera que las personas más excluidas, las más postergadas, se puedan sentar a la mesa del pan común. Que todos tengan trabajo, salud, educación; que todos tengan el derecho a opinar y aportar, y donde todos recibamos ese pan compartido. Es la figura del banquete de la Eucaristía y del Reino, (en suma) construir una sociedad donde la paz sea fruto de la justicia.

Recuadro: Escuela de Perdón

Es una iniciativa nacida en Colombia en respuesta al quiebre social que ha producido la guerrilla. Se trabaja primero en la decisión personal de perdonar, aunque el otro no haya pedido perdón y, luego, en la reconciliación, es decir, en la reconstrucción de los lazos sociales.