Diciembre 2008 / NÚMERO 22

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El legado de la familia

Fotos y recuerdos a montones conservan los sobrinos nietos del cardenal José María Caro Rodríguez

En mayor y menor medida, Osvaldo Martínez y sus primos Patricio y Eduardo Rodríguez compartieron con el tío abuelo, el cardenal José María Caro, observando su trabajo pastoral y en las actividades cotidianas. También en los veranos, cuando el purpurado y arzobispo de la principal jurisdicción nacional volvía a ser un cura de pueblo.

La familia en general –de ambos troncos- se sigue reuniendo en torno a la figura del cardenal y son más de 10 las hojas del listado donde aparecen los parientes vivos que por estos días esperan juntarse, algunos por primera vez.

"El Revdo. cura de la parroquia de San Andrés, de Ciruelos, no anotó la fecha de mi nacimiento, al ponerme el óleo, sino en forma de 'hace un mes', pero en un escrito de mi padre recuerdo haber leído 23 de junio de 1866, como fecha de mi nacimiento", hizo apuntar en los primeros párrafos de su autobiografía.

En el mismo Ciruelos donde fue bautizado, en San Vicente de Tagua Tagua, en Pichilemu, en la provincia de Colchagua y en toda la VI Región, también se le recuerda con cariño, tanto por ser hijo de su tierra el primer chileno en ser cardenal, como porque nunca perdió contacto con la gente de la zona.

Además de la cercanía en el trato, mencionan el tono de sus prédicas. "Sus homilías eran sencillas, para que la gente lo entendiera, siempre de situaciones de la vida misma, nada difícil de comprender ni con palabras complicadas”.

La memoria fluye rápido y pese a que son 50 los años pasados desde el día del funeral del cardenal Caro, los hechos se acumulan y cruzan entre un sobrino y otro.

“A él le gustaba escuchar misa, no le bastaba con decirla. Aunque él hacía misa diariamente, pedía a otros  sacerdotes que dieran misa para él escucharla. Algunas de esas misas las celebró quien después fue también arzobispo de Santiago, monseñor Carlos Oviedo”.

“En ese tiempo Santiago era mucho más chico y Chile era mucho más humilde que hoy, no había tantos adelantos ni era fácil viajar como ahora. Cuando el cardenal tuvo que viajar a Roma para el cónclave donde se eligió al Papa Juan XXIII iba con la plata justita, así que en la familia hicimos una colecta para comprarle dólares y que no fuera tan apretado. Ni uno de nosotros conocía los dólares”.

“La austeridad era parte de su vida. Nada había en exceso, al contrario. Cada peso que gastaba lo anotaba en una libretita y rendía cuentas con gran celo, de manera que a mí me parecía exagerada, pero para él no había otra manera”.

“Tenía un excelente sentido del humor. Era alegre y positivo”.

 “Los días viernes en la casa no se comía carne ni había postre, se guardaba el ayuno.  El dinero equivalente a ese ahorro lo entregaba al Auxilio Social Cristiano”.

 “Visitar a los enfermos para él era una prioridad. Todos los días visitaba a la gente en el hospital San Borja y una vez a la semana iba a ver a los curas enfermos que en ese tiempo se atendían en la clínica de la Universidad Católica”.