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Edición NÚMERO 58
Diciembre 2011

El hermoso y duro apostolado de dos vírgenes consagradas en la cárcel

Dos mujeres, vírgenes consagradas, están dedicando su vida, su celo pastoral, su vocación, a trabajar con los privados de libertad y sus familiares, especialmente con las familias de los presos que murieron en la tragedia del 8 de diciembre de 2010, en la cárcel de San Miguel. En la conversación con ellas entregaron sus testimonios de esta labor.

Nancy Velásquez, secretaria ejecutiva, virgen consagrada, trabaja en el área de acompañamiento espiritual a los familiares de los privados de libertad, que ha comenzado con las familias de los 81 reos muertos en el incendio de la cárcel de San Miguel. Además, acompañamiento pastoral a los internos de Santiago 1.

Ana María Álvarez, asistente social, también virgen consagrada, trabaja en el acompañamiento pastoral en el duelo, para preparar a las personas a una buena muerte, y junto a Nancy acompaña a la agrupación “81 razones para seguir viviendo”, de los familiares de los presos muertos en el incendio de la cárcel de San Miguel, el 8 de diciembre de 2010.

Ambas han realizado cuatro jornadas con cerca de 30 familias de los fallecidos y la participación de Pilar Sordo en un par de reuniones, para abordar temas sobre el dolor, el duelo, el perdón y la paz, para un acompañamiento humano y espiritual.

 

La Iglesia Madre y los más vulnerables

Nancy: En la primera jornada, un hombre se me acercó y me dijo: “Mire, lo único que yo quiero es ver a un “paco” (gendarme) y piteármelo”. Después de un tiempo de acompañamiento, confesó que entendía que no es eso lo que tiene que hacer, sino cuidar a su hijo.

Ana María: Somos parte de la Iglesia Madre, que privilegia a sus hijos más vulnerables y sufrientes, como  estas familias. Ser presencia real y efectiva de la Iglesia en esta realidad, incluyendo las velatones que organizan cada mes.

Nancy: Es evidente que las familias que acompañamos han cambiado. Lo que yo vi en la primera velatón fue violencia, tiraron pintura a las puertas del penal, lanzaron insultos, quemaron cosas en la calle. Pero después, conversando con cada uno, vimos que lo que quieren es paz.

Ana María: Ayudamos a ampliar la visión de la tragedia y la rabia, que sube y baja, porque fue una muerte demasiado horrenda. Pero el amor, la presencia, estar unidos llorando, el abrazo,  consuela, sana y restaura. Es lo único que hemos dado. Eso los ha ayudado a sentirse reconocidos, porque se sienten estigmatizados por ser familiares de delincuentes. La familia está toda colapsada por el dolor y no pueden ser sostén unos de los otros, sino que necesitan personas externas para botar la pena.

Nancy: En alguna oportunidad se ha dado que surge el perdón. Les planteamos la necesidad de que este 8 de diciembre no sea violento. Las familias entienden que tienen mucha rabia, mucho miedo de que no haya justicia, pero también entienden que su dolor es más grande y los ha transformado. Hay un cambio en ellos, no quieren más violencia.
Una esposa se lamentaba por no haber sido más dura con su hijo, a quien lo dejó hacer. Los papás reconocen que desarrollan muchas horas de trabajo y dejan solos a sus hijos. Se han cuestionado mucho eso.

Ana María: Ellos quieren ayudar a mejorar el sistema carcelario, incluso piden mejoras de sueldo para los gendarmes. Reconocen que sus hijos estaban presos justamente, pero rechazan el maltrato y la forma en que murieron. Quieren ayudar a que la cárcel de San Miguel sea la mejor de Sudamérica.

Nancy: Ese día del incendio, el día 8 de diciembre de 2010, fui a la cárcel de San Miguel. Quedé muy tocada con lo que viví. Estar afuera y ser observadora de la tragedia, testigo de cómo lloraban, cómo corrían, los ataques de histeria, la gente que rezaba. Debo haber rezado más de mil Padrenuestros desde las nueve de la mañana hasta la cinco de la tarde. Me dejó para adentro. Estuve casi una semana sin poder hablar.

Es necesario que la pastoral en las cárceles se ponga los pantalones largos y dar un paso adelante, especializarse más, meterse en otros campos. Se hace un gran trabajo de catequesis y celebraciones, pero no se puede hacer un acompañamiento espiritual personalizado por falta de tiempo, porque los agentes pastorales entran una vez a la semana por tres horas. Y falta personal, porque hay un capellán para 6 mil personas, faltan recurso económicos, porque no hay plata para comprar biblias o el Nuevo Testamento.

 

Sólo el amor restaura y sana

Ana María: Los familiares de los reos fallecidos quedaron al borde de la marginación y del silencio de la sociedad. Ha habido un olvido social, la gente no habla de estos muertos. Muchos de los familiares de los reos han perdido el trabajo, porque uno de los suyos estaba preso, porque murió en la cárcel y murió quemado.

Que se hable mucho de la necesidad de una transformación de la sociedad chilena respecto del trato con los internos y sus familias. A una mamá que tiene a su hijo preso el gasto económico la supera, porque tiene que ir a las visitas, pierde el trabajo porque tiene que visitar a su hijo y hacer largas colas para ello, hacer trámites.

Sólo el amor restaura. Tengo un clamor interior: que nos hagamos cargo como Iglesia y como sociedad de devolverles amor a estas familias que han sufrido tanto. En concreto, llenado la catedral el 7 de diciembre a las 19:00 horas, donde habrá una misa y oración por estos 81 fallecidos y la consolación de sus familias. Hay un gesto concreto de una Iglesia que se la juega y se compromete con los desdichados, a quienes les quiere demostrar que Dios los ama y que hay un cielo. Pero esto tiene que hacerse creíble a través de gestos concretos aquí en la tierra, gestos eclesiales. Nosotros somos los brazos de Jesucristo, de María. Nosotros somos el Cuerpo místico de Cristo. Si no abrazamos los cristianos  a los desdichados, ¿cómo hacemos creíble que Dios es amor?

Nancy: Tenemos que sacarnos el velo que tenemos en los ojos. La Iglesia también tiene miembros de su familia encarcelados. Nosotros sabemos cuánto nos han dolido los delitos de nuestra familia espiritual. Si nos sacamos el velo, diremos: “A mí me duele que el padre xx, que me acompañó, me bautizó, este en la cárcel”. Y tengo que expresarlo. Aquí uno está viviendo en este tiempo lo que vive la familia del preso, la Iglesia está viviendo lo mismo: la marginación y exclusión a que está siendo sometida en este instante, porque tiene hijos presos. ¿Y por qué no nos sacamos le velo y vemos en cuántas familias de políticos, de artistas, etc., hay uno encarcelado? ¿No es labor, acaso nuestra, de unirnos y hacer un cerco de cariño y de fe alrededor del que está preso y su familia?