Página sin nombre
Edición NÚMERO 58
Diciembre 2011

El hermano

“Es un infierno la cárcel, pero siempre me agradeció que lo fuera a ver”, cuenta César Pizarro (30 años, casado, un hijo), hermano de Jorge. Tenía sentencia de 5 años y un día por porte ilegal de arma y por robar a un camión de cigarros.. Su rostro se ensombrece cuando recuerda los días previos a la tragedia: “Gendarmería ya había apretado los espacios y estaba la escoba. Le dije a mi hermano ¿qué pasaría si aquí ocurre un incendio? El me dijo: Nos morimos todos”. En la madrugada del 8 de diciembre César estaba pintando un jardín infantil cuando lo llamó su señora para contarle del incendio. Partió a la cárcel en una micro, llorando, “cuando llegué al tiro supe que se había acabado todo”.

Como presidente de la agrupación de  familiares de los 81 internos fallecidos su propósito es que esta tragedia no se olvide. “Yo me voy a encargar que cada 8 de cada mes haya velas encendidas afuera”. Además quiere que las muertes no sean en vano, que los internos vivan en mejores condiciones y puedan reinsertarse. “Hay que querer al prójimo, al que sufre, al enfermo, al mendigo, al que te odia y así te ganas la gente”.  Añade: “Dicen que Dios está siempre con las prostitutas y los delincuentes. Aunque no soy una persona religiosa, una vez pregunté a las autoridades ¿qué harían ustedes con los presos en el lugar de Dios? Si actuaran como Dios piensa, no hubieran muerto los 81, no habría tanta delincuencia y habría mejor educación”.


La madre

“Mi hijo estaba en la cárcel por robo con intimidación. Estaba condenado a 5 años y 1 día. Era primerizo. Era el mayor y tenía 25 años cuando cayó preso, le quedaban sólo 3 meses para salir”, recuerda Victoria Espinoza (50 años, separada, 4 hijos), trabajadora en una empresa de aseo y vecina de la población Los Franciscanos, en la comuna de San Ramón.

Recuerda cuando se enteró que Jonathan estaba preso “sentí algo muy grande, porque siempre los cuidé y los protegí, desde chicos. Hice lo que más pude, pero en un momento cerré los ojos y se me escapó”.

A pesar del dolor siempre lo visitó en la cárcel “hasta el domingo antes de la tragedia”. Cuando se enteró del incendio fue rápidamente a San Miguel. Cuando “vi todo lo que vi, lo único que hice fue entregárselo al Señor. Como un día Dios me lo mandó, Él se lo llevó”.

“Le he pedido mucho a Dios y a mi hijo que me dé la fuerza para poder levantarme,  porque o si no me vendría una depresión horrorosa, más grande que la que tengo”. Concluye: “Todos los días me levanto pidiéndole a mi hijo que me acompañe, que vaya donde yo voy, que me cuide en mi trabajo. Junto a Dios siento a mi hijo más cerca”.    


El sobrino

“Subí las notas porque mi mami empezó a estar decaída por la muerte de mi tío Mario Sepúlveda y ella no lo ha podido superar, mi abuelita tampoco”, relata Pablo Morales, 9 años, estudiante de cuarto básico en el colegio Ian Paul School en la comuna de La Florida. “Mi tío las quería mucho y era el regalón”, cuenta.

Cuando supo que el hermano de su mamá estaba muerto confiesa que le dio rabia.“Dijeron que los gendarmes no les habían abierto las puertas. Si eran reos, hicieron algo malo y estaban pagando, pero darles la muerte y el sufrimiento…dejar las puertas cerradas para que se quemaran o se ahogaran con el humo, eso es maldad”. Cuenta con una mirada lacónica: “Fue mucho para mí, demasiado”. Al principio se imaginaba que su tío estaba vivo aún, pero poco a poco fue asumiendo la realidad.

“Pienso en Dios, por eso me estoy preparando para la Primera Comunión y voy a misa todos los domingo.  Le pido por favor que mi mamá se calme, que salga la verdad de lo que pasó”.


El papá

“A veces me pregunto por qué a mí”, dice Reynaldo Espinoza (50 años, casado, trabajador independiente), papá de Abraham. “No he llegado al punto de renegar de Dios, pero pienso que no he sido tan malo para tener tanto castigo. La muerte de un hijo no se la doy a nadie, ni a mi peor enemigo”. Su hijo estaba de cumpleaños el  7 de diciembre y el 8 murió. “En la noche hablé por teléfono con él y al otro día estaba muerto y en las condiciones que lo vi…murió calcinado”.  Llevaba cuatro días en la torre que se quemó y 8 meses en San Miguel. “Se robó un jockey entre tres personas y le dieron 15 meses de firma. En la segunda oportunidad se metió a un supermercado, no alcanzó a robar nada y lo pillaron”. 

“Trabajé mucho por darles lo mejor, quizás ahí estuvo el error, pero si no trabajaba no les podía dar lo que ellos querían”. A su juicio, la delincuencia juvenil “es un problema de la sociedad, el cabro roba por droga. Mientras los de arriba no quieran terminar con la droga, no va a pasar nada”.

“El consuelo que me puede quedar, aparte de la nieta de 3 años que me dejó…”alcanza a decir antes de estallar en llanto. “Lo que me puede quedar de consuelo, independiente de que discutíamos, es que di todo por ellos”.


La abuela

“La Iglesia ha sido nuestro refuerzo espiritual”, opina Teresa Mancilla, abuela de Jorge Pizarro. “Si no es por ella, no habríamos tenido resistencia hasta esta fecha”. Añade: “Como abuelita tengo que estar afirmándome en la Iglesia, porque soy católica, para poder apoyar a los míos, especialmente a mi hija, la mamá de Jorgito”.

“A pesar de la pena por el ser querido que se nos fue y que nunca se nos olvida, la tristeza se nos va ablandando”.

“Esto nos deja una enseñanza. La pérdida de mi nieto es vida y ejemplo para los demás. Hay que apoyar a los internos y a los niños chicos para que sepan que su tío perdió la vida por desobedecer a su familia”.