Enero 2009 / NÚMERO 23

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¡Mi hijo/a no quedó en la universidad¡ ¿Qué hacemos ahora?!

Por Lucía Santelices

Hoy muchos padres y madres pueden estar viviendo la situación que nos invita a reflexionar esta columna. Tal vez, siempre esperamos que entrar a la universidad sería el curso “normal” de quien con tanto esfuerzo acompañamos hace pocos días a su ceremonia de graduación. No obstante lo anterior, todos nuestros sueños parecen derrumbarse porque su acceso a la enseñanza superior es imposible.

El puntaje necesario no fue alcanzado y con ello parecen derrumbarse todas las esperanzas.

Lo anterior sucede en muchas familias, sin embargo esa desesperanza, puede acarrear múltiples y graves consecuencias que suelen marcar el destino de los hijos e hijas.

Dios, tiene un plan para nuestras vidas. A menudo, oculto a nuestra mirada que por ser humana suele ser superficial .El dispone todo en bien de los que ama y, por tanto, es necesario poner en sus manos esta situación y buscar nuevos caminos.

¿Cómo hacerlo? En primer reconociendo que la persona del hijo o de la hija tiene un valor más allá de las circunstancias. Dios nos regala los hijos y nuestra misión es acogerlos amorosamente e infundirles esperanzas. Con nuestro ejemplo y compañía agradecer la familia y el amor que nos une. Pedir al Espíritu Santo su luz para mirar las posibilidades y talentos y planificar conjuntamente cómo se aprovechará el tiempo hasta encontrar su camino, que no necesariamente es el que nosotros esperábamos.

Tal vez por razones económicas, no sea el momento de invertir en una larga carrera universitaria. En ese caso se podría sugerir a los hijos cotizar estudios más cortos. Más prácticos, que permiten acceder al campo laboral, adquirir práctica en un campo de su interés y posteriormente ingresar a estudios universitarios de carácter vespertino que ellos mismos ayuden a financiar con su propio esfuerzo.

Otra alternativa es ingresar a un buen pre-universitario y concomitante con el mismo aprender un idioma extranjero.

No obstante, es imprescindible que, esta situación desconocida, tiene que ser aprovechada positivamente por los padres y madres. Por ningún motivo debe transformarse en una instancia de descalificación hacia los hijos e hijas. Ellos, si no fueron buenos estudiantes o si tuvieron falsas expectativas, ya han aprendido la lección y tienen suficiente dolor. Ahora es tiempo de mirarnos y ponernos en marcha y decirnos que nos queremos. Reconocernos explícitamente que sin los otros, nosotros no podemos vivir porque nuestra vida tiene sentido en dar y recibir.

Tal vez sea una oportunidad de consolidar otro tipo de relación con nuestros hijos. Es hora de reconocer lo que son, diferentes de nosotros, únicos e insustituibles. También puede ser el momento del perdón. En primer lugar, es momento para perdonarnos a nosotros mismos por tantas postergaciones a los que los sometimos. Es cierto que pensamos en su bien, no obstante olvidamos que el supremo bien es el amor y el amor es ponerlos en contacto con nuestro Dios y Señor Jesucristo. Ahora es el momento, la oportunidad de hacerlo con nuestra invitación y nuestra oración compartida.

Cambiar los discursos negativos por oraciones compartidas y esperanzadas que abren el verdadero camino es el llamado a los padres.
“…Y Jesús tomando la palabra les dijo: Tened confianza en Dios, en verdad os digo, cualquiera que dijere a este monte: quítate de ahí y échate al mar: no vacilando en su corazón, sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará. Por lo tanto, os aseguro que todas cuantas cosas pidieres en la oración tened fe de conseguirlas, y se os concederán” (Marcos 11:22-24).

“No olvidemos a Jesús en el pesebre: he aquí una buena lección para aprender, que todas las grandezas de este mundo son ilusión y mentira”. (San Francisco de Sales).