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Edición NÚMERO 59
Enero 2012

Misioneras de la Misericordia, mujeres separadas, que se consagran en el amor a Dos y al prójimo

La figura es muy particular, pero real: mujeres que fracasaron en sus matrimonios, separadas, con hijos, que consagran sus vidas a sus familias, al servicio de los demás y en íntima unión con Jesucristo. Aquí varias de ellas entregan sus testimonios.

 

Juanita Paz, (77 años, 4 hijos): “Aquí somos todas alegres”

¿Cómo supo de las misioneras?
Llegué en 1998, por intermedio de una hermana sierva de la Madre Misericordia. Ella sabía de este grupo y me trajo. Me dijo que era un grupo de separadas,  que los maridos las han abandonado y que es bien bonito.

¿Usted se había separado mucho antes?
Yo llevaba varios años separada. Es que mi marido me dejó botada por otra. Él se fue con una niña que estaba entre mis dos hijas menores. Yo tenía 53 años más menos. Tenía un matrimonio de 33 años. No fue tan terrible, porque yo sufrí mucho durante esos 33 años. Él me maltrataba sicológicamente, no me golpeaba, pero de lo último me trataba; si yo tres veces estuve por suicidarme. Tuve una depresión horrible y hacía mis cosas, como quien dice, volando.

No me podía separar porque tenía 4 hijos y yo no iba a poder hacerme cargo sola. Mi hijo mayor es médico y siempre quiso serlo, es como que nació médico, entonces yo tenía que pensar primero en ellos. Yo trabajaba en costura, hasta las 4 de la mañana a veces, para poder mantener a mis hijos como corresponde, así que por eso no me separaba, porque tengo hasta 6º preparatoria no más y quería que mis hijos estudiaran.

Por todo eso, cuando mi marido se fue, yo reviví, ya que llegaba a estar inválida de la depresión que tenía y tenía mucho odio en mi corazón. Cuando él se fue, yo rejuvenecí, porque ya se terminó ese sufrimiento sicológico. Fue un respiro. Después en dos oportunidades me hablaron, me invitaron al cine… pero yo dije ‘no, gracias’.

Después que él se fue yo me vine a Maipú (antes vivía en Cerro Navia), y ahí fue cuando me encontré con las misioneras. (…) Él se ponía furioso hasta cuando yo iba a misa. Me compré una casita en Maipú con una iglesia cerca donde todos los días hay misa. Así que todos los días voy a misa. Ahí yo entré primero a participar del 1%, y de ahí me cambié a la pastoral de enfermos, y ahí ya llevo como 20 años.

¿Cómo ha sido la experiencia?
La experiencia en la Misioneras de la Misericordia me hace feliz. A uno le cambia la vida estando ya con otras personas. Aquí somos todas alegres, excepto las que llegan, que llegan un poco más mal, pero después estamos todas alegres porque al final uno está mucho mejor.

Y ya no le tengo odio a mi marido, nada. Hacía como 4 años antes que él se fuera yo ya había entrado a la Iglesia, a los carismáticos. Y ahí a uno le van haciendo liberación. Yo siempre digo, Dios me preparó en los carismáticos para cuando él se fuera.

¿Cómo vive la misión?
La misión la vivo conversando con la gente que necesita, porque hay tanta gente que está con problemas matrimoniales… Entonces uno empieza a conversarle, porque la separación no es de uno solo sino de dos, porque no sabemos nosotros llevar el matrimonio. Por ejemplo, yo siempre me dejé aplastar por mi marido y mi suegra. Si yo hubiera sido más pará en la hilacha como se dice… Yo les voy aconsejando en primer lugar para que ellas puedan recuperar su matrimonio, porque lo que uno quiere, no es que haya tantas personas separadas, sino que al contrario, que se unan, para que así puedan criar a los hijos, y los hijos no estén tan dolidos, porque los hijos yo siento que como lo sufren más cuando el matrimonio se separa. Entonces por eso uno tiene que aconsejar… yo le digo a la mujer, pololea a tu marido, porque a algunas es eso lo que les falta.

¿Y dónde, cuándo?
Día a día, a veces en la micro… porque uno va rezando, con mi rosario en la mano, y la gente a uno le pregunta cualquier cosa. Principalmente mujeres, pero también hombres.
La enseñanza religiosa tiene mucha sicología. Ahí vamos viendo las heridas del corazón que traemos ya desde el vientre materno… Y dando gracias a Dios porque la tormenta ya pasó.

Wally María Salgado Morán (66 años): “Las conocí y ¡me quedé altiro!”

¿Cómo fue su matrimonio?

Yo soy profesora. Empecé a trabajar a los 21 años y me casé a los 28. Mi matrimonio duró 8 años. Desde el comienzo fue infeliz, porque me enamoré muy mal. O sea, me enamoré de los ojitos, de la carita, pero José Luis no servía para casado. Era 5 años menor y muy inmaduro. Lo conocí con un semestre de pedagogía en Química y yo como que no quería un marido vago, que se metió a la política, porque era como Quijote, idealista, de esos que se sacaba la camiseta, que hacía servicios para allá y para acá, pero inmaduro en su casa. Tuvimos 3 separaciones temporales y él parece que tenía visto ya la mujer con que después se casó y tuvo 3 hijos. Esto fue el 80.

¿Y qué hizo usted?
Ahí yo quise hacer inmediatamente Educación para la Fe. Yo era profesora básica normalista de la Santa Teresa. Hice el curso en los Sagrados Corazones en dos veranos, con 15 años de profesión. Terminé mi docencia a los 51, porque tenía 30 años de ejercicio y las clases de educación de la fe las tomé como una consagración, porque busqué y busqué donde hubiera algo para consagrarme al Señor; siempre tuve el bicho. Además, tuve una guía espiritual desde los 24 años, que para mí fue mi segunda mamá, y que espiritualmente me conocía mucho más que mi mamá. Murió el año pasado. Era religiosa del Sagrado Corazón. Ella fue mi testigo de fe cuando yo hice mis primeros votos, porque yo llevo 8 años de misionera.

¿Cómo llegó a las misioneras?
Yo creo que fue una respuesta a 8 años de oración. O sea, yo siempre que hacía clases de religión no me olvidé nunca de mi deseo de consagración y siempre conversaba con Margarita, mi guía, de eso. Quise ser religiosa en su misa congregación, ella feliz, pero le dijeron que no aceptaban separadas… Entonces las misioneras de la misericordia son una respuesta del Señor a 11 años continuado de oración, que no dejé de decirle ¿por qué no hay un lugar para mí? Si yo te amo y lo único que quiero es consagrarme, lo que en buen chileno, y no en términos tan teológicos, es casarse con Dios.

¿No pensó en volver a casarse?
En mis clases de Religión yo mostraba todo lo que Jesús iba haciendo en mi vida, porque los alumnos de 8º, como yo quedé a los 35 años y para ellos era una profesora joven,  me decían ¿por qué no se casa otra vez? Yo les decía ‘no mijito, porque esta es una vocación y además que yo sé que aunque me anule el Papa yo nací para casarme una vez y me di cuenta que para mí no es el amor humano’.
A los 11 años de rezar, me invitó una chica que se llamaba Vicky a un retiro, ella había ido pero no le gustó. Por eso yo creo que siempre he sido como una persona espiritual, pero anhelaba mucho los votos perpetuos.

¿Pero qué pasó entre tanto, cómo fue el proceso?
Ah… yo me quedé altiro, me andaba riendo sola. Me hice amiga inmediatamente de todas las que fueron al retiro y no me alejé más. Yo estoy feliz de haber encontrado lo que Dios me tenía.

Luisa Villegas (64 años, 4 hijos): “Mi marido era todo”

¿Cómo llegó a las misioneras?
Yo llegué en el 97 a la pastoral de separados de una parroquia cerca de mi casa en Puente Alto, porque una amiga mía me dijo ‘anda, que te puede servir’. Fui en busca de ayuda y ahí me encontré con Rosario, una ex misionera, y ella me llevó a la asociación. Éramos poquitas, como 7, y ahí empecé a contar mi caso y me las lloré todas, porque al principio cuando me acordaba me ponía a llorar y lloraba, lloraba…

¿Fue muy duro?
Siempre daba testimonio a la personas que iban llegando, porque fue bien fuerte lo mío: mi marido me fue infiel, se fue con otra señora después de 24 años de matrimonio y 5 de pololeo, con 4 hijos. Yo tenía 15 años cuando lo conocí, él fue mi primer hombre, mi primer amor, el padre de mis hijos y todo. Él era súper bueno, pero de repente me contaron que estaba viviendo hace más de un año también con otra mujer. Como trabajaba afuera y venía cada 15 días, llegaba antes y se iba para allá.
Sufrí montones, tuve que ir al sicólogo, me llenaron de pastillas, me quise matar. Contaba mi historia y lloraba, ahora la cuento y no pasa nada. Hace 21 años que estoy separada y hace 14 que estoy en las misioneras.

¿Buscó refugio en la Iglesia?
Yo me refugié en la Iglesia, como toda la vida. También con guía espiritual, tenía una monjita que me venía a visitar todos los días y me daba mucho ánimo.  Me costó como 3 años sanar. Él me pidió perdón y yo lo recibí, pero luego descubrí que seguía con ella, hasta que me cansé y lo mandé a cambiar. Fue como doble ruptura.

Yo soy del 1% y ministro de comunión, y estando en las misioneras hice un curso de verano y luego de formación anual de la Vicaría del Maipo para ser monitora de la pastoral de separados y ahora soy parte del equipo. Acompañamos a un grupo de personas en su duelo de la separación. Allí me encargo de la espiritualidad y otros de lo sicológico, dinámicas y otros aspectos. La pastoral es para mujeres y hombres y vemos temas como la autoestima, el perdón, el duelo, la soledad, los aspectos legales como la mediación y régimen de visitas o pensión alimenticias, etc.

¿Cómo es la experiencia?
Ha sido gratificante y uno aprende de ellos también. Es para los dos lados. Uno contando su historia les puede mostrar que ellos también pueden salir adelante. Algunos vuelven con su pareja, otros no. Yo voy detectando a las que pueden tener esta vocación y las voy invitando.

Edith Toro (70 años, 3 hijos): “Me considero una mujer muy feliz”

¿Cuándo se acercó a la Iglesia, antes de casada o después?
Yo vengo de una familia muy católica de Coquimbo, así que mi vida fue siempre guiada por mi mamá. Tuve una gran amiga con quien como a los 16 años empezamos a acercarnos mucho más a la Iglesia y ella se hizo carmelita descalza y yo seguí en el camino. Egresé del liceo comercial y empecé a trabajar inmediatamente como secretaria de una empresa de representaciones. De ahí pedí el traslado a Santiago y me vine. Hice una carrera bien bonita en porque llegué a ser hasta jefe de bienestar.
Me casé como a los 26 años. Pienso que fue un matrimonio más bien como conversado, pololié muy poco tiempo, nos veíamos dos veces a la semana, pololié como un año y no nos conocimos mucho, yo pienso que ese fue el motivo del fracaso, porque lo conocí más después dentro del matrimonio.

¿Se separó muy luego?
Él era una persona muy irresponsable desde el inicio, así que me hice cargo yo de todo lo de la casa. Tuve 3 hijos y los hijos pasaron a ser mi carga para siempre. La irresponsabilidad continuó durante muchos años, pero como para mí el matrimonio era para toda la vida, todo el daño moral -porque había muchas palabras hirientes y maltrato sicológico- lo soportaba por lo apegada a la religión. Sin embargo, llegó un momento en que me di cuenta que estaba haciendo maltrato a los hijos y entonces dije esto no puede seguir así, lo conversamos, incluso hubo un reencuentro tratando de arreglar, pero no resultó.

Siempre en el maltrato iba mucho de insultos como “mojigata”, “comesantos” y ese tipo de cosas, y yo vivía con esa penita de ver en la iglesia matrimonios juntos con los niños y entonces yo sufría todos los domingo. Al final o nos destruíamos o qué, así que fui yo la que le pedí que no continuáramos, después de como con 20 años de matrimonio, aunque los 3 últimos años ya vivíamos separados dentro de la misma casa. Para mí no fue un cambio el estar sola, porque yo siempre tuve a cargo la casa. Doy gracias a Dios porque tuve muy bonita carrera.
Entonces a los hijos los eduqué a los tres y son los tres ingenieros.

¿Perdió contacto con su marido?
Mi marido vive con su mamá. Mi suegra es muy cariñosa y él está orgulloso de que yo opté por este camino… Es como el hombre machista que dice “mía y de nadie más”. A mí me da risa. Hay  vecinas que se encuentran con él –porque yo vendí la casa y me fui- y le preguntan por mí y él dice que yo me hice monjita. No sabe lo que es.
Yo sufrí mucho la parte del dolor, del maltrato y eso… pero cuando se acabó el matrimonio yo me sentí como liberada, como libre para seguir al Señor, porque era lo que yo siempre había tenido en mí.

¿Cómo llegó a ser misionera de la misericordia?
Yo llegué por el año 2001-2002. Estaba escuchando Radio María, como a la 1 de la mañana, viviendo ya sola con mis hijos, cuando entrevistan a una de las misioneras y ella dice que existe esta comunidad de laicas consagradas de mujeres separadas. Como yo andaba buscando un camino, recuerdo que me puse a llorar, anoté el teléfono y al otro día desde la oficina llamé. Lloré de la emoción, del encuentro.

¿Cómo ha sido la experiencia?
Es una vocación, porque es un camino. Algunas se separan y buscan nueva pareja. Son caminos. Esto es una vocación, el Señor te tiene elegido el camino. Y esto es lo que yo quería.

Ustedes encuentran, pero a la vez dan
Nosotras vamos entregando en el camino, porque además hemos vivido una experiencia de vida. Nosotras tenemos más llegada con la persona que está sufriendo el quiebre matrimonial o está en una mal momento, porque nos es más fácil ponernos en su lugar. No necesariamente decirles “quedaste sola y este es el camino”. No, no es el camino. Si ella quiere seguir sola y quiere encontrar una persona para no sentirse sola, bueno, ese es su camino. Por ejemplo, tenemos una persona 4 o 5 años y ella no ha hecho ni siquiera primeras promesas, pero quiere seguir sintiéndose acompañada.

Para mí, la verdad, mi vida fue de mucho llanto, me acuerdo que cuando trabajaba muchas veces llegaba a la empresa a encerrarme en un baño a llorar, lavarme la cara y ponerme a trabajar. Pero ahora yo soy muy feliz, me considero una mujer muy feliz, contentísima con todo este caminar.