Febrero 2008 / NÚMERO 12

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Entrevista a Benito Baranda, director social del Hogar de Cristo:

“Con los niveles de ingreso de los más pobres no se puede aspirar a tener un sistema de movilización colectiva que se autofinancie”

Al poco tiempo después que el nuevo plan de transporte se puso en marcha usted comentó que se había develado el funcionamiento de una ciudad desintegrada socialmente. A un año de la implementación, ¿cuál fue el impacto del Transantiago en las personas más pobres?

Con el Transantiago ocurrieron tres cosas muy graves, sobre todo para las personas que viven en situación de pobreza, a pesar de que afectó a toda la ciudad. Lo primero que hizo fue develar lo desintegrada que es nuestra sociedad, cómo hemos generado una política habitacional que ha inducido a la desintegración social y eso es grave. Uno puede tener desintegración social por los movimientos de las personas naturales, pero no con una acción política del Estado que explícitamente ha llevado a vivir en la periferia de las ciudades, una alta concentración con conformación de ghettos. Lo primero es demostrar lo desintegrada que está la ciudad. Por muchos estudios que lo hayan constatado, no había habido una experiencia tan evidente de demostrarlo.

Demostró también la falta de conocimiento práctico de cómo especialmente los más pobres se trasladan en Santiago. Fue una tremenda humillación la que se hizo porque la gente se saca la mugre trabajando, se trasladan varias horas para llegar a su lugar de trabajo, producto de esta política habitacional. Y tú te comprometes con ellos para entregarles un servicio mejor, haces una tremenda campaña publicitaria, entregas planos con los recorridos prometiéndoles que tendrán algo mejor y le entregas algo peor, algo que afecta sus traslados, que aumenta sus horas de traslado y que genera un alto malestar ciudadano. Para quienes viven en situación de pobreza esto es una violencia muy grande, una violación de sus derechos. Es más, se considera que por el ingreso de las personas de sectores populares al Metro, se echa a perder. Generó una humillación bien grande sobre todo a las personas en situación de pobreza.

También demostró que, con los niveles de ingreso de las familias más pobres de Chile no puedes aspirar a tener un sistema de movilización colectiva que se autofinancie. Para aquellos que hemos tenido la fortuna de vivir un tiempo en el extranjero estudiando, los sistemas de transportes afuera colapsan y son subsidiados por el Estado. Si uno efectivamente quiere innovar y tener una nueva política social, con los actuales niveles de ingreso, las personas no pueden financiar esa política.

 

¿Cree que las lecciones que trajo el Transantiago han sido recogidas?

Creo que entre los economistas hay mucha vanidad y soberbia. En el fondo sienten que no han cometido ningún error. La gente del área social está acostumbrada a fracasar y hasta avanzamos por ensayo-error, porque nos vinculamos con seres humanos y los cálculos son siempre inexactos, porque los seres humanos son impredecibles…Hay una especie de soberbia detrás de no reconocer el diseño, que fue malo, que se hicieron mal los estudios y también los estudios de costos, así de simple. Hoy se está cuestionando si muchos corredores se van a terminar de hacer o no, como el de Santa Rosa, que va a llegar sólo al paradero 19 y después Santa Rosa va a colapsar porque allí se van a juntar todas las vías. Hay muchas lecciones que para el público externo aparecen como aprendidas, pero dentro de la estructura de quienes están involucrados creo que siguen señalando que era la única manera de hacerlo. La gente nueva que ingresó al sistema, como el ministro Cortázar, se dan cuenta que se cometieron errores y que esto es muy caro. Una modificación al sistema de transportes, si uno quiere tener lo bueno, va a tener que subsidiarlo fuertemente en una ciudad de seis millones de habitantes. Eso requiere una decisión que a veces al Estado le cuesta tomar.

 

Probablemente el Transantiago va a mejorar, pero ¿cree que Santiago superará la segregación en la que vive?

La nueva política de vivienda que ha impulsado la ministra Patricia Poblete va bien encaminada. Creo que las políticas hay que hacerlas por evidencias. Cuando comenzó lo del Transantiago pedía que me mostraran otra ciudad del mundo de seis millones de habitantes donde se ha transformado el transporte en tres meses. No hay evidencia empírica sobre eso. Por el contrario, la evidencia empírica muestra que todas las ciudades que han segregado y formado guetos aumentan la violencia y tienes que invertir muchísimo dinero en integración, mucho más que el costo de los terrenos donde inicialmente vivían esas personas. Las casas de San Pedro de la Paz en Concepción costaron el doble: esos son los gastos de instalación de la gente allá, de equipamiento, alcantarillado, pavimentación, traslado. Era diferente cuando estaban dentro del casco de la ciudad de Concepción donde quizás los terrenos eran más caros, pero las realidades sociales les permitían a esas personas sobrevivir con el trabajo que tenían y tener sus redes educacionales y de salud parcialmente resueltas. La ministra se ha guiado por esa evidencia empírica. Han venido expertos de EEUU, la ciudad de Seattle lo ha hecho. Me tocó visitar un programa en Philadelphia que lo pudo hacer. Hay buena intención y una buena política presente, pero creo que las inmobiliarias van a ejercer una fuerte presión para que eso no ocurra, porque han invertido en terrenos esperando tener retribuciones económicas futuras altas. Ellos van a presionar por compensaciones y creo que va a salir una mala ley, como muchas de las que salen al Congreso porque no se negocian, y la mala ley va a ser que los grandes inversionistas van a compensar a las comunas pobres para que reciban a más pobres. Creo que ese modelo que se aplicó en Peñalolén donde un grupo de personas no pudo quedar en al comuna y se le envió a comunas periféricas y se compensó a otra comuna, se va a tender a ser una práctica, lo que encuentro un error. Para los inversionistas va a significar mayor inseguridad, lo que va a significar mayores costos de seguridad y mayor infelicidad, porque van a tener mayor desintegración social. Creo que hay una ceguera que causa mucho daño como sociedad.

 

¿Cuál es la relación entre segregación e infelicidad?

Chile se evalúa como un país triste. Digo que la segregación es una de las tantas fuentes de infelicidad, porque nos imposibilita encontrarnos y ver las riquezas de los demás. La mayor seguridad la tienes cuando hay proximidad. Hay que trabajarla, claro. Hay que romper con la individualidad, pero es mejor eso que la segregación y la exclusión porque eso genera mayor conflicto.

La tendencia del ser humano, después de la II Guerra Mundial, ha sido de encerrarse en sí mismo. Se rompe con lo comunitario y empieza una búsqueda de la individual en lo que ha influido el modelo neoliberal porque “eres tú el que compite, tú tienes que ser mejor que otro, tu éxito vale” y compartes después los tributos con los demás, pero con eso basta y mucha gente dice que le cobran demasiados impuestos  y no importa lo que suceda con los otros. Producto de ese individualismo nos cuesta compartir con los demás, la encuesta Bicentenario UC dice que más del 60% de los habitantes de las grandes ciudades no conoce a sus vecinos y en la parte alta de Santiago el 90% no conoce bien a sus vecinos y si no tienes vínculos con ellos, por cierto que vas a vivir en un barrio, una ciudad y un país inseguro.

 

¿Existen ejemplos de integración social en Santiago?

Hay lugares maravillosos donde se han estrechado vínculos y se ha formado comunidad y yo lo aplaudo. Eso se debiera destacar y mostrar que es posible vivir en comunidad. En el caso de La Pintana, la gente del sector de Estrecho de Magallanes, que está dentro de la población El Castillo, ha ido generando comunidad y buenos espacios públicos con mayor seguridad. También hay comunidades en La Reina, Peñalolén y Huechuraba… El Portal Bicentenario va a ser una buena oportunidad para la integración. Ojalá que el ministerio mantenga a firme la decisión de que personas pobres se vayan a vivir a ese lugar.

Ojalá que las comunidades trabajen para fortalecer los vínculos y no para tener miedo de los otros. Del temor hay que pasar al amor, el amor es el que mueve al ser humano, no el temor, éste puede ser extremadamente peligroso, porque los fantasmas pueden llegar a ser gigantes y se puede terminar encerrado en sí mismo y empobrecido, porque se pierde el vínculo con los demás.