Febrero 2010 / NÚMERO 36

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Hermana Glenda Hernández:
Un canto misionero

La religiosa chilena radicada en España expresa que “me siento una misionera que utiliza su voz y la música para acercar la Palabra de Dios a muchos corazones”.

¿Está conectada tu conversión o vocación con el canto? ¿De qué manera?

La música ha jugado siempre un papel muy importante en mi acercamiento al Señor y a su Iglesia. Al principio de mi relación con Jesús lo que más recordaba de las catequesis o de la misa eran las canciones. Aunque no entendía del todo lo que se cantaba, algo iba tocando mi interior. Poco a poco fui entendiendo y haciendo mío lo que decían estas canciones: ¡"Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre...en la arena"...! O esa canción de la vocación del profeta Jeremías: ¡Tengo que gritar, tengo que arriesgar!, ¡Ay de mí si no lo hago! Así, no sólo comencé a entender, sino a gustarlas internamente y a cantarlas desde el fondo de mi alma. ..¡Era Jesús quien tocaba mi corazón y mi mente a través de ellas!

¿Qué significa para ti ejercer tu ministerio cantando?

Nunca pensé que el Señor me pediría anunciar su Palabra a través de la música. No sé música, ni he estudiado canto, simplemente tocaba la guitarra como cualquier otra chiquilla chilena de los 80. Luego, cuando recibí la "llamada" a seguirle en la vida consagrada seguí utilizando la música en las misiones, en las clases, en las catequesis. Pensaba que era algo complementario, por eso no le di más importancia. Así que dediqué mis mayores energías en prepararme seriamente en Teología y Psicología. ¡Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que el Señor utilizaba las canciones que me inspiraba en la oración y ayudaban a mucha gente en su camino de fe! Me siento una misionera que utiliza su voz y la música para acercar la Palabra de Dios a muchos corazones, pero hasta que Dios y la Iglesia necesiten este servicio. ¡Después a seguir sirviendo donde sea más útil!

¿Cuáles son los frutos que más agradeces de este ministerio?

Lo que más le agradezco al Señor es la posibilidad en sí misma de anunciar su Palabra directamente a los corazones. Esto me llena de gozo. De la misma forma me lleno de gratitud cuando me entero que algún texto de la Escritura al que le he puesto música ha acompañado a personas que sufren; ha consolado a otras que han perdido a seres queridos; o cuando sé que mi música es compañera de muchos enfermos en su lecho de dolor; o de algún privado de libertad que se ha encontrado con Jesús por medio de estas canciones. Son muchos los testimonios que me dejan sin palabra y me hacen darme cuenta con emoción de que Dios se toma en serio las cosas y si tú le entregas de verdad  tus cinco panes y dos peces, Él los multiplica y alimenta a su pueblo.

A tu juicio, ¿cuál es la función de la música en el culto?

Yo pensaba que la música religiosa era algo superfluo, innecesario, algo que se quedaba en lo meramente estético. Pero me voy dando cuenta más y más que es un idioma, un lenguaje universal, capaz no sólo de mover las mentes, sino lo más difícil de una persona: ¡su corazón! Diría que es una de las lenguas y de los lenguajes más aptos para hablar de Dios, para hacer presente su persona y su mensaje. Hoy más que nunca en que se abren abismos de comunicación entre nuestro mensaje y el del mundo secular, la música religiosa, no sólo la litúrgica, debe ser mediadora y puente. Si algún teólogo lee este comentario mío le diría que desde la teología de la belleza hay que comenzar a ver la música religiosa como praxis teológica, no sólo dentro de la teología pastoral, sino sobre todo dentro del ámbito de la teología fundamental. Quisiera terminar esta entrevista con el testimonio del gran San Agustín, que nos muestra desde su propia experiencia la gran vocación de la música religiosa: "¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas". (San Agustín, Confesiones IX, 6, 14).