Febrero 2010 / NÚMERO 36

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Hermanita Verónica:
Compartir y encontrarse como forma de vida

Ella pertenece a la comunidad Hermanitas del Cordero, fundada en Francia en 1983 y con presencia en nueve países, entre ellos Chile, donde cuentan con seis miembros. “Mendicantes y peregrinas”, se definen, y van por el mundo con un carisma contemplativo, viviendo de la solidaridad y al encuentro con los demás.  Ahora contarán con un monasterio en el centro de Santiago.

La hermanita Verónica es la responsable de la comunidad en Chile. Fueron fundadas en  Francia en 1983, por la hermanita María, aún viva.

“¿Tiene algo que compartir con nosotras para comer?”, suele ser el primer contacto con las personas.

Van al encuentro de todos, pero particularmente de los más necesitados, de los más sufridos, de los pobres.

¿Cómo realizan ese encuentro?

Somos hermanitas mendicantes y peregrinas. Es la espiritualidad de Santo Domingo, somos dominicas. Santo Domingo se dice que lo que contemplaba lo compartía.

Es decir que nuestro patrono principal es Santo Domingo, pero tenemos otros santos: Francisco, Catalina de Siena, Clara de Asís y Santa Teresa Benedicta de la Cruz.  Todos hacen parte de nuestro carisma y son nuestros santos patrones. En nuestras capillitas chiquitas, que son como un oratorio, justamente se ve la presencia de todos.

Vamos al encuentro como mendicantes y peregrinas.

¿Eso qué quiere decir?

Que vivimos de la Providencia, de lo que nos da la gente, con el sustento de cada día. Y vamos de puerta en puerta pidiendo para comer y también vamos a los comedores, Fray Andresito, Los Olivos, Capuchinos… en un deseo de amistad y fraternidad de compartir la condición. Una cosa es dar de comer y otra cosa es comer lo mismo.

Nos sentamos en la misma mesa y estamos con ellos. Y eso crea lazos que son especiales. Cada vez que uno vive la misma humillación, digamos de ser así, de recibir su bandeja con cosas, como que nos hace hermanos y a veces con ellos nos vemos en la calle, y es como si nos conociéramos de toda la vida, es muy impresionante.

¿Cómo llegaron a Chile?

A Linares llegamos el año 92 invitadas por don Carlos Camus, quien nos llamó. En el mundo somos 130. Acá en la comunidad de Chile somos 6, siempre somos grupitos chicos.

Estamos en nueve países, hay hermanitas de los países donde estamos; dos de ellas chilenas, una está en Francia y la otra en Argentina, como postulante y novicia.

¿Se están formando?

La formación dura toda la vida. Ellas ya son hermanitas.

¿Cómo se puede definir su carisma?

Es un carisma primero muy contemplativo, con toda una vida de oración, de liturgia amplia, contemplando los misterios de la fe, guardando la palabra de Dios. Desde esta experiencia de intimidad con el Señor vamos al encuentro.

¿De quién?

Particularmente de los más necesitados, de los más sufridos, pero al encuentro de todos. Vamos al encuentro como mendicantes y peregrinas.

El lema de la comunidad para expresar este amor de Dios como cordero que se entrega es a vivir cada uno en lo cotidiano, es “Herido nunca dejaré de amar”. Y también hay este amor a la Iglesia, este amor a los pobres, este amor a la palabra de Dios y que cada uno donde le toca vivir, en su estado de vida, vive esta espiritualidad, porque es lo que Jesús hizo, fue herido, pero siguió amando…

¿Y el proyecto del monasterio cómo nació?

Como una etapa de la comunidad, una necesidad de sentir que era importante tener una base en Chile y también porque esta fidelidad de ir hacia los más pobres y los más sufridos como peregrinas, como mendicantes, tenía que ser con una vida profunda de oración y de vida como de silencio… así que no solamente para la comunidad, también para la gente. Esto porque cuando vamos de misión, como peregrinas, así pasando, la gente quiere a veces saber dónde poder seguir, dónde poder volver a conversar, dónde está, y por eso es importante poder decir que hay un lugar, en el centro de la ciudad, accesible a todos, para que puedan compartir la oración con la comunidad, sentirse acogidos y escuchados.

Lo otro es que vivimos como 10 años en la Villa O’Higgins de Santiago, que es un barrio de mucha inseguridad por la droga. No por nosotras, sino que cuando la gente venía, le era muy difícil encontrar el lugar y teníamos que acompañarla o ir a dejarla porque no conocían…

Estuvimos muchas veces insertas en poblaciones, en lugares difíciles, y la hermanita María, nuestra fundadora, se dio cuenta que la necesidad que venía en una determinada etapa para la comunidad era la de tener un lugar más en el centro de la ciudad y más visible, y también que el estilo sea sencillo y que pueda reflejar el carisma. Ese es como un desafío.

¿Es una mirada universal que tienen ustedes?

Sí, sí, y en algunas partes es en el campo, pero monasterios. España, Polonia, norte de Francia… pero siempre tipo población, con casa baja, todo blanco, las puertas 1.80 de altura, estilo sencillo. La idea es que la gente de todos los niveles sociales se pueda sentir cómoda, y en ese sentido queremos guardar el estilo sencillo.

¿Cuidan mucho eso?

Mucho, mucho, porque eso dice el carisma. Nosotras no podemos pedir el pan y tener una tremenda casa, por eso hay que cuidar el espíritu.

Santiago es una ciudad muy segmentada…

Sí, por eso que era súper importante para nosotras encontrar algo en el centro, es decir, que sea accesible a todos, ricos o pobres, ya que hace parte también del carisma de la comunidad el ser como puente entre todos estos mundos que no se conocen. Por eso que esto fue muy importante en la búsqueda y es muy significativo que justo fue en la iglesia más chica donde había un terreno adyacente.

¿De qué manera van a vivir ahí cuando esté listo el monasterio?

Devolvemos la iglesia Capilla de las Ánimas a la diócesis, porque como fue considerado inmueble de conservación histórica no podemos tocar nada (de hecho, tuvimos que continuar en el proyecto la misma línea arquitectónica) y la municipalidad nos aconsejó que hiciéramos nuestra propia capilla dentro del monasterio. Tendremos una fachada histórica y habrá una capilla y al lado un sitio para los laicos, una cocina, comedor. Y después la clausura, en torno a dos patios, dos claustros, techo chico y las celdas, hecha para 12 hermanitas.

¿Cómo pretenden llevar la vida ahí para la gente?

Nosotros llevamos una liturgia de tipo monástico, las laudes y vísperas públicas. Y cuando tenemos un hermanito sacerdote la misa. Lo que vivimos con los hermanitos del cordero son más bien los momentos fuertes litúrgicos, como el Adviento y todas las grandes fiestas, o con otros sacerdotes amigos.

Otra característica es que nosotros tenemos vigilias antes de cada fiesta grande, con un recorrido bíblico que siempre dura tres o cuatro horas. Eso continuamente está abierto, claro que es para gente que quiera profundizar su fe con los demás. Pero eso es algo que cantamos todos a cuatro voces, con los hermanitos cuando están, y es algo que ofrecemos, y muchas cosas más. Se puede, por ejemplo, hacer el recorrido litúrgico del año.

¿Y ahora cuál es el ritmo?

Mientras tengamos la capilla (Teatinos 769, entre Rosas y San Pablo), y como vivimos en el barrio, vivimos todas las liturgias, los tiempos fuertes litúrgicos todos los jueves, salvo esta temporada. Pero a partir del miércoles de ceniza ya empezamos todos los jueves adoración al Santísimo a las 18 horas y después vísperas o misa.

¿Y concluidas las obras va a ser todos los días?

Claro. La idea es ser un pulmón, es decir que la gente pueda venir, porque en Santiago no hay mucha liturgia.

¿Pero ustedes no van a hacer un comedor para los pobres, no hacen obras sociales?

No, no, haremos comedores para un día de fiesta, para compartir lo que entre todos aportemos. A veces llega gente muy sola y si tenemos le damos. Pero no es la base, lo de nosotras es más la oración, ofrecemos la liturgia y de ahí salimos. Cuando vamos a un barrio, lo hacemos de a dos o de a tres, golpeamos la puerta y pedimos si tienen algo que darnos de comer, algo para el momento.

Todo lo que comemos no lo compramos, nunca, y muchas veces la gente nos invita a pasar y conversamos. Es también dar tiempo y estar disponible al encuentro…. Y la gente cuando te hace pasar y te ofrece un plato te abre el corazón casi siempre. Además el saber que tal vez nunca más nos va a volver a ver, le da mucha libertad para contar las cosas y creemos que muchas veces Dios nos dijo… porque uno no va al “azar”, pedimos al Señor que Él nos guíe a dónde quiere que lleguemos.

Muchas veces la gente nos ha dicho: “yo necesitaba”, “justo estaba mal” o “estaba diciendo ¿Dios, dónde estás?” y llegaron dos monjas a la puerta. Eso es muy común que pase.

Tenemos que estar disponibles. Se nos pide estar en Santiago y es evidente que nos va a pedir mucha energía la vida de este lugar, pero por ejemplo hace unos años atrás era lo normal ir de misión a dedo, pidiendo alojamiento, donde el obispo o un padre nos llamaba para vivir como un pequeño monasterio que llegaba a un barrio y que podía hacer la liturgia a la gente del lugar, en su capilla, pero ahora, a causa del proyecto en que estamos, vivimos más desde este lugar y en Santiago mismo, pero después esperamos retomar la itinerancia por el país; que algunas se queden y otras viajen.

Para mí, lo que veo, es que Jesús viene como un pobre y dice ‘te vengo a pedir, no te vengo a enseñar’, se hace abajo y de esta forma de venir abajo la gente te abre… A veces hablamos poco de Dios, no es como vender mercadería, es más de la vida del otro… la gente a veces cuando te ve como que se le sale el dolor. Hay mucha gente sola, que quiere hablar.

Y no sé cuántas veces en el encuentro alguien nos cuenta su vida y nosotras le devolvemos esto de creer y ver la presencia de Dios en su vida. Es la gente misma la que nos cuenta cómo Dios está presente en su vida, cómo actúa en su vida, la historia sagrada que cada uno de nosotros tiene con el Señor.

Y ustedes con esa vida monacal ayudan a soportar el dolor de la gente, lo que escuchan…

Claro, cuando volvemos a la oración, a la adoración, a la misa, llevamos a toda esa gente que encontramos en el camino.