Julio 2008 / NÚMERO 17

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Pablo Allard Serrano[1]

Santiago puede ser capital de nivel mundial

¿Cuál es su diagnóstico de Santiago como ciudad?
Creo que Santiago es una gran ciudad que, además, está hoy en un momento expectante, porque es la ciudad capital de uno de los países emergentes en latinoamérica y en el mundo que cuenta con todas las condiciones para convertirse en una de las principales ciudades en el comercio desarrollo social y cultural a nivel regional.

No es casualidad que pese la tamaño pequeño como mercado, Santiago esté peleando siempre los primeros lugares en todos los indicadores de ciudad apropiada para hacer negocio, establecer empresas, con calidad de vida a nivel latinoamericano, con  competidores como Ciudad de México, Sao Paulo o Miami.

Santiago es bastante mejor de lo que creemos primero, por su clima. El clima templado de la zona central en invierno no llega fácilmente más abajo de los 2 grados bajo cero. En verano no supera los 30 agrados. Es un clima seco, no como en esas ciudades tropicales en que uno se mueve y transpira. No hay bichos.

Luego tiene características naturales, la Cordillera de Los Andes, la Cordillera de la Costa, el Valle Central y cercanía al mar, atributos que no los tiene cualquiera ciudad.

Además, tiene un tamaño, en términos demográficos y espaciales, muy apropiado. Hoy tiene cerca de 6 millones de habitantes y sabemos que en los próximos 20 años con suerte va a llegar a cerca de los 8 millones y ahí se va a estabilizar. Santiago está creciendo en términos relativos, en cuanto a población, desarrollo económico y superficie menos que las capitales regionales, Temuco, Antofagasta, Puerto Montt. Con 8  millones de habitantes y una superficie aproximada de 70 mil hectáreas al 2020 o 2030, lo que la hace una ciudad muy manejable, muy administrable, a diferencia de un Sao Paulo, que tiene 20 millones de habitantes, o una Ciudad de México, que ya supera los 20 millones, o un Buenos Aires, que tiene 19 millones de habitantes y que son ciudades que son megápolis, en las cuales administrativamente los servicios, las distancias, los niveles de segregación son inmanejables y llegan a momentos tan críticos como el ocurrido hace un mes, en que Sao Paulo colapsó en materia de tránsito, con 120 kilómetros lineales de tacos.

Santiago nunca va a ser una megápolis, sino que una gran metrópolis, con una masa crítica en términos de cantidad de personas que va a poder generar atractivos para tener una vida cultural interesante, atractivos para poder generar nuevas oportunidades de negocio, de empleo que van a estar muy vinculadas con lo que es el desarrollo del resto del país.

Santiago cuenta con todas las características y todos los atributos para ser la gran ciudad que siempre ha debido ser. Lamentablemente no la valoramos tanto, primero, por desconocimiento. Creemos que las otras ciudades latinoamericanas son mejores que Santiago.

El último censo indica que el 97 o 98% de la población de Chile hoy es urbana Y en las ciudades chilenas casi todos los servicios básicos están cubiertos en forma regular y eficiente: agua potable, alcantarillado, luz eléctrica, incluso recolección de basura. Estamos a un nivel de prestación de servicios, de necesidades básicas cubiertas que generan  una plataforma muy promisoria para poder corregir las carencias que tiene Santiago.

En síntesis, ¿cuáles son los principales problemas de Santiago?
Santiago tiene dos problemas principales:

El primero es su marcada segregación espacial y socioeconómica, que desde hace 50 años vive Santiago. Por distintas políticas de uso de suelo, de mercado, de vivienda, los sectores más pobres se han ido desplazando hacia la periferia y hacia áreas alejadas de las redes de oportunidades necesarias para poder desarrollarse como ciudadanos, de crecer en términos sociales, culturales y económicos.

El segundo talón de Aquiles tiene que ver con la contaminación ambiental, que no es sólo debido al transporte, sino que también a ciertas prácticas de cómo calefaccionamos, cómo desarrollamos la ciudad. Es más complejo que poner o no poner restricción.

Estos dos talones de Aquiles atacan fuertemente todas las dimensiones de calidad de vida de la ciudad. Las políticas de vivienda y de uso de suelo fueron generando que cada vez los suelos  urbanos fueran más caros. Por lo tanto, aquellos suelos disponibles para vivienda social iban siendo cada vez más alejados del centro, en localidades con problemas ambientales importantes, cerca de pozos de extracción de áridos o en áreas semirurales.

Miles de familias que vivían de allegados en áreas centrales con acceso a educación, servicios de salud, oportunidades de empleo, pasan a ser de allegados a propietarios de una vivienda definitiva, pero a tres o cuarto horas -antes del Transantiago, ahora cinco horas- de sus oportunidades, con costos sociales, de calidad de vida y económicos muy altos.

Además, esas políticas, que tenían como fin proveer de vivienda, generan grandes áreas de la ciudad  que son muy homogéneas, que van generando en los peores casos guetos o enclaves de pobreza donde empiezan a producirse círculos viciosos y de marginalidad muy difíciles de romper.

Esto se inició en los ‘80 y se perpetuó en los ‘90 y ahora está emperezando a hacer crisis, crisis que tiene que ver con que muchas familias han perdido su posibilidad de romper con el círculo de la pobreza, lo que va generando exclusión. Hay familias que son más vulnerables y quedan muy debilitadas frente a la toma de decisiones sobre opciones de trabajo; los jóvenes caen en conductas de rechazo, en pandillas, barras bravas, que derivan en todos estos nuevos problemas y necesidades que la ciudad empieza a manifestar: la seguridad, el temor, la desconfianza, y que tienen mucha vinculación con este desarraigo que se produjo y este encierro o desplazamiento de los grupos de más escasos recursos.

En el otro extremo, las familias más acomodadas han ido asumiendo ciertos patrones: encerrándose en condominios exclusivos, alejándose del centro, de las áreas más populosas, por esta sensación de temor, el afán de tener un estilo de vida  suburbano, con un jardín, con un quincho, y ha hecho que la ciudad crezca hacia otras periferias, con otras dinámicas de exclusión más voluntarias, como el condominio.

Esas dinámicas fueron muy fuertes en los ’90 y empezaron a hacer crisis ahora: los temas de la contaminación ambiental, calidad de vida, falta de espacio público, de lugares de interacción, de parques, de equipamiento, que surgieron porque los desplazamientos de las personas no fueron acompañados de inversión publica en infraestructura de transportes, de servicios y de equipamiento social, comunitario, cultural de áreas verdes.

Empezó a hacer crisis primero con la toma de Peñalolén, que dio una luz de alerta: las familias que vivían allegadas en barrios o comunas relativamente centrales, no estaban dispuestas a  irse a una vivienda, por, ejemplo, en Calera de Tango o en Angostura de Paine. Las familias de la toma de Peñalolén habían vivido toda su vida ahí, habían crecido ahí y tenía sus hijos estudiando Peñalolén y tenían sus oportunidades en esa comuna. Y a riesgo de perder su participación en las políticas de vivienda, deciden hacer una toma, la que llevó a un nivel tal de validación del cuestionamiento de los programas y políticas que forzó a las autoridades a cambiar la visión de la política habitacional y pensar ahora en una mucho más inclusiva, empezar a evitar los desplazamientos o exclusión de las comunidades de menores recursos en aquellos barios que se van valorando.

Fue muy cuestionado, pero finalmente se logró relocalizar a esas familias en terrenos cerca de donde vivían y eso cambió la visión  de lo que era la provisión de vivienda, ya no sólo como un techo, sino como un escalón para salir de la pobreza. Ese giro apunta a las lecciones que hemos aprendido en estos 50 años de exclusión y de segregación. Todavía queda mucho por avanzar.

¿Qué hay que hacer? ¿Cuáles son las soluciones?
El país y las autoridades empiezan a tomar conciencia y a desarrollar programas, políticas y soluciones a esto. Queda mucho por avanzar, no es suficiente con estos programas de subsidio a la localización. Hay que ser más agresivos, tener más recursos. Hay un gran segmento de clase media baja que todavía es desplazado a la periferia.

Según un  estudio de la Consultora Atisba, en el sector Oriente -Vitacura, Las Condes, Providencia, Ñuñoa- donde viven alrededor de 600 mil chilenos, hay 20 metros cuadrados de área verde consolidada pública por habitantes. En el sector suroriente  -Puente Alto,  La Florida, La Granja, La Pintana- donde vive un millón y medio de chilenos, la cantidad  de área verde consolidada pública es de 2 metros cuadrados por persona.

Los diversos estudios de mercado que estudian lo que hacen los chilenos en tiempo libre indican que en los sectores económicos más altos privilegian actividades dentro de sus hogares: hacen fiestas en sus casas o ven dvd y van al gimnasio o al cine. Los más pobres salen a la calle, porque no caben sus casas, viven hacinados y afuera no tienen parques, ni áreas verdes, ni equipamiento.

Una segunda línea de solución, además de no desplazar a las personas de escasos recursos de las áreas centrales, es llevar las oportunidades a la periferia. Eso exige de la autoridad programas bastante más agresivos de incentivo para que se generen subcentros urbanos de equipamiento, áreas verdes, deportivas, escuelas, en la periferia. Transantiago, si tiene alguna virtud, es que expuso el problema. No es culpa del Transantiago que la señora Juana tenga que salir a las 05:00 de su casa en Puente Alto o San Bernardo, para llegar a trabajar a las 09:00 a Lo Barnechea. No es culpa del Transantiago que esa pobre señora viva a 4 horas de su trabajo. Es culpa de una manera de hacer ciudad. Mientas no llevemos esa oportunidad de trabajo más cerca de donde vive esa persona vamos a seguir teniendo los problemas que tenemos. La segregación  incide en mayores viajes, mayores desplazamientos, estrés y disgregación familiar. Círculos en los cuales de repente sale mucho más conveniente meterse a traficar droga que buscar pega, porque esto tiene un costo humano y económico muy alto.

¿Hay avances en estos sentidos?
Lo que considero promisorio de Santiago hoy día es que en la medida en que se vayan implementando, corrigiendo y potenciando medidas como el subsidio a la localización, en que haya una opción decidida por llevar oportunidades y generar subcentros en la periferia (los mall ya lo están haciendo, porque los privados son mucho mas rápidos en detectar esas necesidades) y en la medida en que el Transantiago mejore, esto va a generar patrones distintos de viajes, viajes más cortos, menor demanda de transporte y, por lo tanto, reducción de la contaminación y otros problemas que tiene la capital.

La gran oportunidad está en que todos ya tenemos conciencia de estos cambios que requiere Santiago para superar la segregación social y la contaminación ambiental. Se está enfrentado el problema, que antes se ignoraba.

¿Cómo ve la actitud de los santiaguinos, su cultura, su trato con los demás?
Tal vez lo más difícil va a ser a que a partir de esos cambios empecemos a mejorar la convivencia, los valores, la cultura cívica de los capitalinos, que claramente en los últimos años se ha venido degenerando por los niveles de desconfianza, por la agresividad, la falta de cortesía, la falta de responsabilidad o de corresponsabilidad frente a lo que cada uno puede aportar a la calidad de vida de los otros. En la medida en que vayamos corrigiendo esas fallas, la ciudad va a permitir este tipo de convivencia.

Hay una sensación de mucha frustración en gran parte de la población, porque el día a día se ha hecho muy duro y muy sacrificado para muchas familias chilenas, debido a esas dinámicas urbanas. Eso va generando una sensación de mucha agresividad. Vivir en un enclave en el que una familia tiene que encerrarse en su casa con rejas, porque hay pandillas de narcos, asaltantes o drogadictos, que necesitan robar para mantener su adicción, va produciendo una frustración diaria, una amargura y una rabia que empiezan a justificar una serie de reivindicaciones que rayan con la moral y los valores cívicos más básicos: piratear la película porque no tengo plata, no pagar el Transantiago porque nadie paga y es culpa del gobierno.

Si uno ve que, además, en el otro extremo hay una ostentación enorme, un  exceso de recursos, uno empieza a justificar ciertas decisiones que no son las más constructivas. Empieza a ser más permisivo con los lanzas, con el comercio pirata, con sacar la vuelta, con oportunidades de ganancias rápidas y se empieza a destruir una posibilidad de una convivencia cívica mayor, de ayudar al otro, la gratuidad, cosas que sí existían antes en los sectores populares, la cultura de la olla común, de prestar horas para ayudar a los otros.

Pero en un ambiente urbano que está siendo cada vez más hostil, cada vez más duro, en el cual cada uno está más preocupado de su seguridad personal, de poder salir solito adelante, se empieza a construir una ciudadanía mucho más individualista, mucho más preocupada de la ganancia inmediata, incluso a costa de los otros. Esto va redundando en ese círculo de destrucción de la convivencia cívica que es muy importante.

¿Cómo enfrentar este problema?
Si se aminoran los niveles de frustración, si una familia que vive hacinada en un block sale a la calle y tiene una calidad de espacio público equivalente a la de Providencia, ese espacio público tiene la oportunidad de ser un atajo a la inequidad. Tal vez, viva hacinada, pero sale y va tener la misma calle, la misma iluminación, árboles, veredas y vida urbana que tienen los más ricos. Entonces se  empieza a atenuar la frustración y la persona no se va pateando piedras a tomar la micro.

Segundo: un transporte de calidad, un verdadero transporte que sea digno y preste bien su servicio, que las personas puedan acceder a las posibilidades con una calidad de servicio como corresponde, va a mejora mucho el carácter. Por último, en la medida en que esas oportunidades se expandan para todos, veremos posibilidades de surgir, de emprender una vida mejor que va a ir cambiando mucho el sentido de comunidad. Lo que pasa ahora es que cando una familia mejora su situación se va de ese lugar.

¿Es revertible la situación actual de la ciudad? ¿Es optimista?
Creo que Santiago puede ser una gran ciudad. Estamos lejos de la crisis o del colapso. Le invito a recorrer Sao Paulo en hora punta o Ciudad de México o Caracas. Santiago todavía ofrece una calidad de vida muy buena. Incluso la congestión se da en algunas áreas, a algunas horas. No es una ciudad congestionada. Tiene una oferta de entorno para paseos por el día para todos los segmentos, desde el Cerro La Ballena, en Puente Alto o el Cajón del Maipú hasta Farellones o el Cerro Manquehue o el San Cristóbal. Tiene muchas amenidades que no somos capaces de reconocer. Estoy lejos de pensar que Santiago sea una ciudad con mala calidad de vida en términos generales.

Soy muy optimista, primero porque  por primera vez en la historia de Santiago, desde las inmobiliarias hasta las juntas de vecinos estamos conscientes del problema, en gran medida gracias al Transantiago, que puso el tema en pantalla todos los días a cada rato. Ya nadie puede decir que Santiago es una ciudad justa desde el punto de vista de su desarrollo urbano y de la localización donde viven las familias versus donde trabajan. Está claro que hay una distorsión y que hay que corregirla.

Luego, veo que las autoridades están empezando a implementar medidas que van desde el punto desde vista de las políticas y de la inversión públicas, llámense subsidios de localización, incentivos para la generación de subcentros, inversión en infraestructura, en Metro, en infraestructura sanitaria.

Lo otro es que, como ya sabemos que los ingresos de los santiaguinos van a seguir aumentando y que la población nov a crecer en forma explosiva, esa mejoría va ir generando mayores demandas por calidad de vida, va a surgir un nuevo set de necesidades que tiene que ver con mejores espacios públicos, más áreas verdes, equipamiento educacional.

Estamos conscientes, estamos tomando medidas, existen los recursos para hacerlo y,  más encima, no va a haber más santiaguinos de los que sabemos que vienen. El escenario es muy promisorio. Esto no asegura que al 2030 tengamos una ciudad maravillosa, pero sí que, si hoy tomamos las mediadas necesarias para corregir estos problemas, de aquí al 2030 Santiago puede llegar a ser la mejor ciudad, la mejor capital de latinoamérica y uno de los principales motores de la región a nivel global.


[1] Arquitecto y Magíster en Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica.

Master en Arquitectura y diseño Urbano y Doctor en Estudios de Diseño, Área Urbanismo e Infraestructura de la Universidad de Harvard.

Actual director ejecutivo del Observatorio de Ciudad de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile.