Julio 2008 / NÚMERO 17

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Entrevista a Alejandra Muñoz[1] 

Es posible reconstruir Santiago

¿Cómo nace el concepto de ciudad?
Para definirnos como personas necesitamos interactuar con otros. Las ciudades se han ido desarrollando con los recursos que hay en el entorno para satisfacer las necesidades básicas: alimentación y vestimenta, por ejemplo.

El asentarnos en un lugar específico tiene que ver con la cultura y tradición de ese grupo humano. Nosotros como chilenos nos formamos de la mezcla entre los pueblos originarios y los españoles, por eso nuestras ciudades tienen forma de tableros de ajedrez con una plaza de armas, la oficina de correos, la municipalidad y la Catedral

La migración campo-ciudad se explica por las expectativas respecto a Santiago. Se percibe que acá está todo: las Universidades, centros de salud y que las personas tendrán una mejor calidad de vida. También tiene que ver con el estatus, a los que viven en el campo le llamamos “huasos” peyorativamente, como diciendo que son ignorantes y que tienen un menor nivel de vida.

 

¿Cuál es el estado de salud mental de los santiaguinos?
Hace un par de años atrás salieron estudios donde decían que en Santiago hay niveles de depresión más altos que en provincia. Quizás puede ser porque hay más especialistas en la ciudad que diagnostican, pero el nivel de estrés en la ciudad sí ha aumentado. El ritmo de vida es más acelerado que en regiones, aunque la gente de esas ciudades igual reporta estrés. Puede ser que el ritmo de vida, producto de la modernidad y de las exigencias que te impone desde fuera te haga sentir más estresado. Por ejemplo, el trabajo te pide que respondas más. Se nos demandan más cosas con la tecnología, por ejemplo, con el correo electrónico y el celular. La tecnología nos ayuda a comunicarnos más y nos estresa más.

En Santiago tenemos mayor cantidad de habitantes por metro cuadrado, entonces aumenta la sensación de hacinamiento. Si miras por la ventana, ves a tu vecino del edificio del frente. Y el hacinamiento aumenta a agresividad. Eso explicaría por qué la gente se sube al metro o a la micro más agresiva. La proxémica es el concepto que estudia la distancia entre las personas y que está determinada por la cultura, los chilenos necesitamos aproximadamente un metro cuadrado para sentirnos bien y no sentirnos agredidos o invadidos. Ese metro cuadrado no es respetado tampoco en la fila de los supermercados. A todos nos pasa.

En Santiago estamos encerrados por la cordillera y los edificios nos van quitando la vista hacia el horizonte. Lo que no pasa con gente que vive en la playa o el campo.

 

¿Cuál es su preocupación respecto de la preocupación por la delincuencia en la ciudad?
Se dice que ha aumentado la delincuencia, pero no hay cifras comparables. Antes de 1990 existía un número de personas presas y otro número de detenciones por Carabinero. No existían investigaciones sobre delincuencia. Los investigadores dicen que por 17 años nos enseñaron a temer al otro y con la vuelta a la democracia ese miedo debió desaparecer, sin embargo, quedó instalado. Entonces cambiamos el foco y se empiezan a hacer estudios sobre delincuencia, aumentan las empresas de seguridad, las casas comienzan a enrejarse, y surgen los condominios con guardias. Esto no significa que la delincuencia no esté siendo más violenta, pero si nos comparamos con ciudades con indicadores de violencia más altos como Sao Paulo o Bogotá, ellos no tienen tanto miedo y sus indicadores de felicidad son más altos

Nosotros nos encerramos más, usamos menos los espacios públicos. En Santiago no tenemos muchos espacios públicos: los cerros Santa Lucía y San Cristóbal, los parques Bustamante, de los Reyes, Padre Hurtado y O’Higgins, además de la Quinta Normal son pocos para una ciudad de más de seis millones de habitantes. Además en varios de ellos se cobra la entrada, lo que hace que muchos no puedan conocerlos. Si vas allá, algunos no están bien iluminados o los juegos no están pensados para los niños. Si no hay espacio para la recreación, eso aumenta el estrés y la recreación.

En Chile somos muy clasistas y marcamos los sectores. Si en tu currículo pones el barrio donde vives y donde estudiaste, dependiendo de estos factores van a ser las oportunidades que tengas. Si bien eso es discriminación y se debería penalizar, no se regula. Los programas de rehabilitación no sirven, porque tienen muy pocos profesionales para la población que atienden.

Los santiaguinos no hemos tomado conciencia de lo que la contaminación nos genera, por eso no somos ecológicos, no reciclamos, por eso la gente que tiene autos catalíticos reclama porque ellos compraron esos autos para salir todos los días, cuando en términos científicos sabemos que lo que más contamina no sólo son los gases de los autos, sino el polvo en suspensión que hasta nosotros mismos lo levantamos caminando. No somos concientes, recuerda el caos que se armó con esta ley que prohíbe fumar en lugares cerrados, la gente se enojó y hay lugares en que la gente sigue fumando igual.

 

¿Cómo es el comportamiento del santiaguino?
Se nos dijo mucho que, por ser capitalinos, somos el eje del país. Algunos elementos positivos está el organizarse más para reclamar: lo ves en el porcentaje de estudiantes y profesores  que participan en las rotestas. Se organizan más porque saben que el eje de los reclamos es Santiago. Sin embargo, se sale a reclamar porque los derechos individuales son pasados a llevar, no por querer ser parte de una organización. Si estuviéramos realmente organizados, habríamos salido a reclamar por el Transantiago. Tienen acceso a más formación y educación. Son más individualistas porque creen que lo importante son ellos y los demás son un anexo en mi entorno. Tampoco son muy amistosos.

Contestan, pero quizás por el acceso a la tecnología y al consumo, la gente vela por sí misma. En la comunidad de edificios la gente no conoce a sus vecinos, lo que en las ciudades más pequeñas sí funciona.

Como santiaguinos estamos siendo cada vez más individualistas, la gente no te saluda, no te habla…

Estamos confundiendo la felicidad con tener cosas y como tenemos acceso a crédito, la gente está comprando mucho y cree que su felicidad está ahí. Cree que tener un televisor de los nuevos hace la felicidad. Ahí se genera la depresión, porque la gente tiene cosas, pero no la actitud de felicidad. La felicidad es sentirse cómodo con lo que uno tiene, tanto bienes económicos como familia y amigos, y con lo que está logrando.

Desde la sicología sabemos que necesitas vincularte con otros para ser feliz, quizás por eso hay un boom entre los chilenos por inscribirse en Facebook, por ejemplo, entrega una necesidad de comunicarse con otros. Se echa de menos con el ritmo de vida el contacto directo. 

En Bogotá y Sao Paulo, por ejemplo, tienen menos temor que nosotros y, probablemente son más felices, por las jornadas laborales. Nuestra jornada se supone que es de 8 horas y se termina trabajando 10 o 12 horas. Quizás en estas ciudades se aprovecha mejor el día porque no se sabe qué va a pasar después. La exposición a situaciones límites hace preguntarte ¿Me sirve estar trabajando todo el día? ¿Me hace feliz? La incertidumbre hacia el futuro hace que la gente aproveche su vida de mejor manera

 

¿Qué de bueno tiene Santiago?
En los santiaguinos está configurada la identidad, la pertenencia a un grupo mayor. Ser de Santiago, por ejemplo, estudiar en tal parte. También la solidaridad, que es fuerte en sectores más de escasos recursos, ahí hay compañerismo, se trata de ayudar al otro en la medida de lo posible y eso no se ve a medida que aumenta el nivel socioeconómico, porque la gente se va centrando en trabajar y no en compartir con los demás. Se ve que la gente que dona más es la que tiene menos, en proporción a su sueldo.

¿Se puede reconstruir lo que está mal de Santiago?
Todo espacio humano se puede reconstruir, el tema es que lo reconstruimos nosotros los sujetos y si no vemos el daño que le estamos haciendo a la ciudad y no nos hacemos responsables, esto se va a hacer más inadecuado. Se trata del cuidado del otro…por ejemplo, un día lunes, cuando los basureros todavía no han pasado está la basura en las calles. Se trata de que nosotros, como santiaguinos, nos hagamos responsables de la ciudad. Si nos hacemos responsables, la ciudad no debería tener problemas.

Creo que para mejorar la calidad del aire las medidas para descontaminar debieran ser más exhaustivas.

En general, los chilenos vivimos para reconstruir. Chile es un país que tiembla cada tanto y se nos caen nuestros edificios y casas, que somos capaces de reconstruir. El tema es que nos falta un líder que nos ayude a reconstruirnos. Como chilenos, en general, entregamos la responsabilidad de la toma de decisiones a otros. En ese sentido hace falta empoderarse y apropiarse del lugar. Cada uno está preocupado de su lugar y no les importa el entorno. Quizás se  habría que empoderar a las organizaciones vecinales para que Santiago sea más cómoda.

Como chilenos, tendemos a quejarnos mucho. Basta recordar los dichos de los fonderos en el 18 de septiembre. Nos hacen falta modelos a seguir, como cuando los tenistas Fernando González y Nicolás Massú ganaron medallas de oro. En lo que usualmente ganamos es en índices de depresión respecto al resto de Latinoamérica.

Nosotros esperamos que todo nos venga desde fuera. Pero lo importante es cómo hago yo para que esta ciudad se vea mejor.



[1] Sicóloga y profesora de sicología social en la Universidad Cardenal Silva Henríquez