Julio 2009 / NÚMERO 29

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Vocaciones sacerdotales, diagnóstico y receta

Entrevista al rector del Seminario Pontificio Mayor de Santiago, Monseñor Fernando Ramos, quien  afirma que una  vida cristiana plena al interior de la Iglesia es fuente de más vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa.

¿Cuál es la primera vocación de todo bautizado?

Uno puede entender la vida cristiana en clave de vocación o llamamiento, es decir, una lectura de la propia vida en términos de que Dios lo está llamando a algo. En primer lugar, nos llama a ser miembros de la Iglesia, del Pueblo de Dios, a constituirse hijo de la Iglesia, un hijo de Dios en la persona de Jesucristo, a vivir de la gracia que nos regala Dios, a vivir de ser partícipe de este gran pueblo, que es toda la comunidad cristiana.

En segundo lugar, hay otro llamamiento más específico, que es el llamado que hace Dios a cada persona a desarrollar un proyecto concreto en su vida, que responde a la pregunta “qué hago yo con mi vida”. Un no creyente dirá que “hago lo que a mí me da la gana, lo que a mí me entusiasma, lo que a mí me puede retribuir mayor dinero, mayor gusto. Pero el cristiano se debe preguntar en diálogo con el Señor “qué quiere Dios que yo haga para mi vida”, sabiendo que la voluntad de Dios siempre busca nuestra felicidad, nuestra plenitud en la existencia, de manera que esa pregunta que uno dirige al Señor es en el fondo la  búsqueda del camino a  felicidad y a la plenitud que alguien pueda encontrar. Y ahí hay una gran cantidad de respuestas, que pueden ser llamados a la vida religiosa, al sacerdocio, a la vida laical,  a la vida matrimonial, profesional o distintas alternativas laborales.

¿Cómo descubrir esa vocación, esa opción de vida?

Lo primero es la pregunta orante, dirigirle a Dios esta pregunta. Lo segundo es el discernimiento en el espíritu, ver en qué medida Dios se está manifestando en mi vida y me da algunas pistas de cómo orientar mi vida. Y en tercer lugar, dejándose interpelar o acompañar por otra persona, que puede ser un director espiritual o una persona de mayor experiencia, con la cual uno pueda dialogar y buscar las alternativas que Dios me va presentado. En los colegios esa función muy importante la cumplen los profesores, las personas mayores que dan orientación acerca de cómo uno puede buscar la voluntad de Dios.

Aquí hay varios elementos. Por ejemplo, el sentido de plenitud personal Si algo me da una profunda satisfacción en el espíritu, hay una voz de Dios en eso. Si alguien descubre que puede contribuir al bien de los demás. Hay  muchos elementos que ayudan a hacer un discernimiento vocacional.

¿Cómo aprecia la vocación y el aporte pastoral de un laico en el matrimonio, en el trabajo?

Gracias al Concilio Vaticano II hay muchos laicos que se han ido integrando a las actividades pastorales de la Iglesia. Hay una gran tarea de los catequistas, que son muchos y que hacen una contribución en la formación de la fe de otros cristianos; distintos tipos de servicios a los más pobres, a los enfermos, a los encarcelados; tantos  que dan parte de su tiempo para construir algo en la Iglesia. El laicado está ejerciendo una función muy importante, que le es propia en la vida de la Iglesia. No hay competencia entre la labor de un laico y la de un sacerdote. Hay una gran sintonía; ambos son parte de la comunidad y ambos se necesitan mutuamente. Imagínese una Iglesia sin laicos, no tiene sentido, y una Iglesia sin sacerdotes no puede celebrar la Eucaristía, no pude vivir de Palabra de Dios, así que hay una complementariedad muy grande entre ambos.

En el país, y en particular en Santiago, hay una falta de sacerdotes. ¿Es posible cuantificar ese déficit?

Es difícil, porque no hay una referencia o un parámetro definido, un objetivo de cierta cantidad de católicos para cada sacerdote. La sensación que tenemos es que no son suficientes. Sobre todo para la vitalidad que tiene la Iglesia en Santiago y en Chile. Es una gran pluralidad de expresiones, de formas, de estilo, por lo que es muy importante que ojalá hubiera mayor cantidad de sacerdotes. En la última década se están ordenando 5,3 sacerdotes diocesanos al año para Santiago. En la década anterior (1989-98) se ordenaron 7,5, hay una pequeña disminución.

¿Cuáles son las causas de esa baja?

Una puede ser que la sociedad chilena ha cambiado mucho desde el punto de vista económico, cultural y social. De manera que desde los años 90, cuando se produce la disminución de los que ingresan al seminario, la sociedad de abrió mucho y ofrece una gran cantidad de posibilidades a los jóvenes, las expectativas que tiene un joven hoy son muchas más que las que tenía una década atrás. Esto hace que el discernimiento contemple una gran variedad de posibilidades.

Junto con eso está la híper valoración hoy en día del éxito económico, del prestigio social, de tener más condiciones económicas, más bienes, por lo que ha habido un choque entre el tener y el ser. Culturalmente –yo no diría por mala voluntad de nadie- ahora se valora  más el tener que el ser. Y una eventual vocación sacerdotal, que mira más bien a la autodonación de sí mismo, a la no posesión de bienes, a vivir de manera austera, ser entregados, trabajar por la gente, todo eso choca con esa mentalidad que valora más el éxito personal, tener más bienes, ascender más en una carrera. Todos estos elementos culturales, económicos, sociales, hacen ver al sacerdocio no al centro, sino en la periferia, y muchos jóvenes no ven esta vocación en este contexto.

También hay razones internas en la Iglesia. Como que muchos sacerdotes no tengan esto como una preocupación muy inmediata, de acompañar a los jóvenes o plantear la posibilidad de una eventual vocación sacerdotal. También una falta entre los mismos sacerdotes o los agentes pastorales laicos de un compromiso más explícito por la promoción vocacional.

¿Cómo afectan en las vocaciones las actitudes negativas de sacerdotes, como abusos sexuales, por ejemplo?

Afectan básicamente a la gente menos cercana o menos participante en la vida de la Iglesia. En las vocaciones podría afectar, no puedo afirmar que por este motivo hay menos postulantes, no puedo establecer una relación causa efecto. Sin embargo, creo que como imagen del sacerdocio hacia la vida de la gente evidentemente hay una pérdida. A la gente que más participa en la vida de la Iglesia, en las parroquias, en los movimientos, estas situaciones le producen dolor, pena, pero no una pérdida o una descalificación, porque conoce muchos otros testimonios que dicen lo contrario. En cambio, la gente que conoce poco a los sacerdotes, que participa poco en la Iglesia, generaliza inmediatamente este tipo de cosas, “los curas son así”.

¿Hay más abusos hoy que antes o antes se daban menos a conocer?

En primer lugar, esos abusos de los sacerdotes son todas situaciones absolutamente rechazables, no aceptables, que nos hacen mirar primeramente hacia las víctimas, para quienes tenemos una visión solidaria. Creo que la sociedad contemporánea es una sociedad de las comunicaciones, que presenta las cosas a veces con mucha crudeza, mucha claridad y en virtud de eso tenemos ahora mucho más conocimiento de situaciones que antes no se sabía. En esa perspectiva, quizás estos fenómenos han pasado siempre, pero no tengo elementos para decir que ahora se hayan acentuado. Lo que sí es que ahora se conocen. En mis años de sacerdocio yo he venido a saber de estos episodios cuando han salido a la luz pública. Lo que ha variado ahora es el conocimiento. La opinión pública sabe más que antes.

¿Cómo influye en las vocaciones sacerdotales una vivencia más a fondo de la fe, especialmente en las familias, con fieles mejor formados?

Uno de los grandes progresos que hemos hecho, especialmente desde el Concilio Vaticano II es ver que la experiencia de fe es ante todo una experiencia personal de un diálogo y un encuentro personal con Jesucristo. Y el Documento de Aparecida subraya mucho esa dimensión, experimentar que Jesús sale al encuentro de nosotros, que nosotros, a partir del encuentro con Jesucristo nos transformamos en discípulos misioneros. Es fundamental este diálogo personal que se tiene con Jesucristo. En ese sentido, cuando entendemos nuestra vida en términos vocacionales como una búsqueda, un discernimiento de la voluntad del Señor para mi vida -y en la medida que yo concreto esa voluntad adquiero un estado de mayor plenitud y felicidad-, evidentemente es necesario que mayor cantidad personas, de jóvenes tengan ese encuentro personal con el Señor, profundicen su fe, puedan entender que ser cristiano es alguien que es discípulo de Jesús y experimentar el envío que él les hace a cada cristiano, envío ya sea a la vida laical o sacerdotal o consagrada.

En la reciente carta del Papa a los sacerdotes y el Documento de Aparecida valoran el aporte de los movimientos y la nuevas comunidades eclesiales. ¿Cuál es su efecto en el surgimiento de nuevas vocaciones sacerdotales?

Los movimientos son un regalo del Espíritu y hay que saber valorarlos y acogerlos,  y estos grupos seguir madurando y creciendo su integración en la Iglesia, de manera que toda ella se vea beneficiada por su originalidad y por los dones que el Espíritu les entrega. En ese contexto, si bien es cierto que son movimientos evidentemente laicales, hay mucha gente que en esas comunidades se encuentra profundamente con el Señor y descubre un llamado al sacerdocio. De hecho no pocos jóvenes que están en el seminario o sacerdotes descubrieron su vocación, sea para el clero diocesano o para el clero religioso, en el seno de un movimiento apostólico.

¿Cómo es la realidad vocacional actual en las congregaciones religiosas?

Han disminuido. La disminución quizás más clara se ve en cierto tipo de comunidades femeninas. En algunas masculinas también. Lo que veo en general es que la caída de las vocaciones sacerdotales fue en los años 90. Ahora estamos en una situación más estable, que nos invita a que seamos más activos en este campo. Especialmente aquí en Santiago,  a partir de la reflexión que ya lleva algunos a años, con la carta del señor Cardenal y con las propuestas vocacionales que se están desarrollando en el seno de la Iglesia en Santiago, tengo esperanza de que podamos remontar efectivamente.

¿Cuál es le mejor caldo de cultivo para un resurgimiento de estas vocaciones al interior de la Iglesia?

Yo creo que la vida cristiana en plenitud en el seno de la Iglesia. Abrirse a todas las dimensiones vocacionales que el Espíritu puede suscitar y que toda la comunidad apoye ese proceso de discernimiento y mirar con ojos positivos una eventual vocación sacerdotal, religiosa o laical.

Desde su experiencia personal, ¿cuál es su invitación para que jóvenes disciernan una eventual vocación al sacerdocio?

Preguntarle al Señor qué es lo que Él quiere y saber que lo que Él nos diga siempre va  a ser nuestro camino de felicidad y de alegría.

¿Usted es feliz?

Yo soy feliz como sacerdote. Estoy muy feliz y muy contento.