Edición NÚMERO 53
Julio 2011

M. Ezzati, sus reflexiones al cabo de seis meses como Arzobispo de Santiago

En esta entrevista el pastor se refiere a diversos temas vinculados a su gobierno arquidiocesano, como los 450 años de la Iglesia en Santiago, la evangelización, la desigualdad social, la educación, los abusos sexuales y el caso de La Polar.

Desde su mirada de pastor, ¿cuál ha sido la característica fundamental  y que ha predominado en el tiempo de esta Iglesia en Santiago, que se apresta a celebrar sus 450 años?

Viendo al historia de la Iglesia de Santiago y sobre todo con la experiencia del tiempo que he vivido en la arquidiócesis como seminarista y sacerdote, diría que la característica fundamental de la Iglesia en Santiago ha sido responder a su vocación  esencial ser una Iglesia que anuncia el Evangelio del Señor, que busca crear comunión entre los bautizados y a través de los sacramentos va haciendo crecer la vida de los fieles. Y una gran prerrogativa de la Iglesia en Santiago es que desde un comienzo ha estado muy unida a lo que es la vida y la construcción del país.  La contribución de la Iglesia a la construcción de Chile es una de las notas características que aparece.  Eso es parte de su misión fundacional. Jesucristo ha querido que la Iglesia fuera su cuerpo, que viviera y estuviera en el mundo como cuerpo suyo. Por eso la Iglesia de Santiago ha buscado ser fiel en las diversas circunstancias al servicio del pueblo de Chile siendo, como la definió más tarde el cardenal Raúl Silva Henríquez, el “alma de Chile”.

¿En ese mismo sentido está la defensa que la Iglesia hizo desde un principio de la ciudadanía, los más débiles, los indígenas?

Es justamente el servicio. Una de las características esenciales de la Iglesia es que existe “para”. Y la Iglesia en Santiago, en su caminar siempre perfectible, ha marcado ese “para” en forma muy clara, “para” la vida del mundo. Jesucristo la ha enviado “para” que el mundo tenga vida y la tenga en abundancia. La Iglesia ha continuado esa misión que el Señor le ha encomendado, en relación con los indígenas, los pobres, los campesinos, con quienes habían perdido sus derechos, con tantísimas obras asistenciales. A través de estos 450 años la Iglesia tiene una historia de presencia social, de servicio a los últimos que es maravillosa, en todos los campos: en el campo de los huérfanos, de los pobres, de la educación, de los enfermos, de la compañía a quienes quedaban al margen de la sociedad. Eso es parte esencial de la misión de la Iglesia y creo que Santiago está lleno de signos, de obras que manifiestan esta preocupación de la Iglesia por el pueblo. La Iglesia ha amasado su misión espiritual de evangelizar con la tarea de ser servidora de la humanidad.

En el contexto actual de Misión Continental, ¿cuál es su llamado a los agentes pastorales y sacerdotes para salir de nuestras fronteras y re-encantar a los católicos de hoy?

El que re-encanta a los católicos de todos los tiempos, a los hombres y mujeres de todos los tiempos, es Jesucristo. La tarea desde el Sínodo de Obispos para América, convocado por Juan Pablo II hasta lo que hemos proclamado los obispos de Aparecida. El punto de partida de todo re-encanto es encontrarse de verdad con la personas de Jesucristo. Quien se encuentra con la persona de Jesucristo no puede quedar indiferente, si se encuentra verdaderamente. Juan Pablo II en la exhortación apostólica sobre la Iglesia en América, dice que si este encuentro es auténtico, no puede dejar de producir conversión, comunión y solidaridad. Y los obispos de América Latina en Aparecida hemos dicho que el encuentro con Jesucristo nos hace ser discípulos y misioneros, descubrir la belleza de nuestra vocación y la urgencia de la misión de transmitir a otros lo que nosotros mismos hemos vivido. La primera tarea de toda la Iglesia, laicos, agentes pastorales, religiosas, religiosos, movimientos, sacerdotes, obispos,  es profundizar cada vez más fuertemente nuestro encuentro con Jesucristo, de tal manera que incida en nuestra propia vida y como consecuencia, también incida en la vida de las comunidades y en la vida social.

Un segundo elemento: en los católicos tenemos que profundizar la experiencia de que nuestra vocación está íntimamente ligada con la misión. Crecemos en identidad en la medida en que somos misioneros y siendo misioneros profundizamos nuestra identidad. La pasividad es un daño muy grande que nos hacemos a nosotros mismos y que le hacemos a los demás. Tenemos que valorar y fortalecer la conciencia de que nuestra vocación de bautizados es eminentemente misionera. Debiéramos sentir todos la angustia, la pasión de Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo!”. Porque mi misión es ser evangelizador. Se es evangelizador en el estado de la propia vida. A un papá y mamá de familia le voy a pedir que sean evangelizadores, en primer lugar, en la Iglesia doméstica. Una abuelita, realiza en el seno de la familia ese rol de maternidad madura que proviene del encuentro con Jesucristo. A un profesional le pediré que sea misionero en su profesión; a un obrero, a una dueña de casa el Señor les pide que sean misioneros en sus ambientes. La conciencia de ser misionero es una conciencia que toca directamente la experiencia humana, el trabajo, las relaciones que uno está viviendo. A quienes tenemos la vocación de ser misioneros como ministros de la Palabra, de los sacramentos, de la caridad, de la comunión, se nos pide una conversión personal y pastoral, para que esta tarea misionera sea más decidida, más entregada. El corazón de un sacerdote, de una religiosa, de un diácono permanente, de un laico comprometido, tiene que ser el corazón inquieto que ha recibido un don muy grande, que es su fe, un don que hay que compartir.

¿Cómo se relaciona esta Iglesia en Santiago con una sociedad pluralista y cada día más secularizada?

La respuesta nos la da Jesús en el Evangelio. Nos dice que el Reino de Dios es como un poco de levadura, una pequeña semilla, que no tiene que tener miedo porque es una pequeña grey, pero que está llamada a crecer; levadura, que está llamada a dar fermento a toda la masa; sal, que tiene que dar sabor a toda la realidad; la luz, que tiene que iluminar toda la realidad. La relación es siempre, en primer lugar, la conciencia de lo que la Iglesia es. No es un poder que compite con otros poderes, sean poderes culturales, políticos o de influencia. La Iglesia es buena notica, luz, levadura, sal, que está llamada a impregnar esta realidad, hasta convertirla en una realidad nueva, lo que tiene una dimensión escatológica. Será verdad cuando el Señor vuelva al final de los tiempos. Pero lo importante es que nosotros, como miembros de la Iglesia, no perdamos de vista que nuestra vocación es la de ser sal, luz, levadura, que necesariamente tenemos que estar metidos en este mundo. No somos del mundo, pero estamos en él para transformarlo en Reino.

¿Cómo valora el aporte de los movimientos, las nuevas comunidades y realidades eclesiales en el ámbito de la evangelización y encuentro con los más alejados?

Si bien es cierto que los movimientos son un fenómeno eclesial de las últimas décadas, partiendo de algunas experiencias históricas de estos 450 años a la Iglesia Universal y a la Iglesia en Santiago nunca le han faltado experiencias espirituales de cristianos que unidos en algunos elementos de la lectura del Evangelio se han hecho presente en el mundo subrayando algunas dimensiones del Evangelio.  Hoy día los movimientos están llamados a lo mismo. Son parte de la Iglesia, células que son muy específicas. Lo importante es que desarrollen su identidad y la desarrollen en comunión. Estoy muy convencido, y lo han dicho Juan Pablo II y Benedicto XVI, que los movimientos son un don del Espíritu y están al servicio del cuerpo de la Iglesia, de la comunión. Son una gracia que acogemos con un corazón grande y pedimos que los que la tienen, porque la han recibido, la pongan al servicio del crecimiento de todo el cuerpo de la Iglesia.

La Arquidiócesis de Santiago hay vivido momentos difíciles en el último tiempo por el proceso que confirmó abusos sexuales de parte de un sacerdote. ¿Cuáles son las lecciones que deja este caso?

La Iglesia es la Iglesia santa de Dios y al mismo tiempo es la Iglesia que necesita de continua purificación, porque en ella estamos nosotros, que somos limitados y pecadores. A lo largo de la historia el pecado ha asumido rostros diferentes. El demonio es muy astuto y se presenta en forma muy diversa y cada pecado tiene que ser mirado a la cara para descubrir su maldad, denunciarlo, convertirse de él, pedir perdón y buscar una enmienda de vida que sea más conforme con el Evangelio.

En relación al tema al que usted se refiere, es una cara del pecado, una cara que ha llamado fuertemente la atención y como pecado escandaliza. De manera muy particular la naturaleza de este pecado escandaliza más aún. El llamado es el mismo, reconocer nuestra condición de pecadores con la humildad de la verdad. Reconocer que el pecado tiene siempre dos vertientes que posibilitan su superación: la intervención gratuita de la misericordia de Dios y el compromiso serio y profundo de fe de las personas que hemos pecado para convertirnos. Que este reconocimiento del pecado y el perdón que pide humildemente quien ha pecado tenga como consecuencia la conversión de vida, que implica a nivel personal la reparación hasta donde humanamente es posible. Ese pecado no cambia sustancialmente el itinerario de fe que tenemos que hacer como Iglesia. Este tipo de delito y de pecado  sí nos dice que hay campos en los cuales la sensibilidad de las personas es mucho más grande y no revela solamente sentimientos, sino que realidades profundas del ser y tienen una gravedad del todo especial.

¿De qué manera la Iglesia se está haciendo cargo de la prevención de estos delitos?

Siempre afirmamos que cuando nos confesamos estamos llamados a hacer un propósito de enmienda. Eso de manera personal, pero también comunitario. Siempre la conversión es un acto personal, pero que involucra a los demás. Si los demás me están acompañando en mi proceso de conversión con un clima adecuado para que no caiga en el mal, en este caso es lo mismo. Las medidas preventivas son siempre muy personales. Uno tiene que examinarse constantemente en el camino de fidelidad al Evangelio. La tradición de la Iglesia le da al examen de conciencia un valor muy grande, a lo que es el discernimiento del propio caminar, discernimiento que implica reconocer la acción de Dios en uno, la propia debilidad, pedir perdón y enmendar la propia vida. También la comunidad tiene que ayudar a las personas en este proceso de renovación y de conversión. Por eso a nivel pedagógico la Iglesia ha ido creando medidas que tienden a proteger los derechos de las personas y a crear ambientes que sean adecuados para que en la comunidad las personas que acudan, especialmente si son niños o jóvenes, puedan encontrarse seguros, porque la invitación a acercarse a Jesucristo y a participar de la Iglesia es una invitación a la libertad, a la liberación interior, a vivir en el amor a Jesucristo. Y lo que obstaculiza todo eso debe ser eliminado de la conducta y preventivamente muy cuidado.

¿Qué llamado hace usted a los actores sociales frente a la desigualdad social en Chile, para trabajar por una cada vez mayor justicia social?

La Iglesia tiene un gran tesoro en la Doctrina Social. La Conferencia Episcopal de Chile y la Iglesia en Santiago, en su historia más reciente, ha dado un testimonio profético de lo que significa la justicia social. Lo que significó la iniciativa de la Reforma Agraria del arzobispo de Santiago (cardenal Raúl Silva Henríquez) y del obispo de Talca (monseñor Manuel Larraín); lo que ha significado la  institución de vicarías adecuadas al servicio de la vida social y de los trabajadores, de los pobres; lo que ha significado la creación de la Vicaría de la Solidaridad. Creo que la palabra de la Iglesia ha sido y continúa siendo muy clara. Aunque han cambiado las circunstancias. Cuando la Iglesia era la única que hablaba de esto, porque a los otros no les estaba permitido, su voz era escuchada, porque era la única voz que podía hacerse escuchar. La Iglesia quiso ser “voz de los sin voz”. Y lo ha hecho enfrentando incluso persecución. Cada uno de nosotros tiene alguna experiencia en eso. Yo también tengo experiencia personal de lo que significa enfrentar y decir una palabra de verdad en momentos en que la Iglesia era la que se atrevía se atrevió a hablar.

Hoy día las circunstancias son diferentes. Gracias a Dios la madurez cívica y la conciencia social han crecido; hay espacio para los sindicatos; hay espacios para las manifestaciones, que esperamos se den siempre dentro de los márgenes de respeto, de la paz. Entonces, tal vez, la voz de la Iglesia sea una voz que se une a otras voces y, por consiguiente forma parte de un coro y no de un solista. Personalmente como arzobispo de Santiago, hace pocos días, invitado por un grupo numeroso de industriales, de gerentes de empresas, he tenido una larga conversación sobre la responsabilidad que la Iglesia le asigna a los empresarios, y les he hecho presente con mucha fuerza que desde el pensamiento de la Iglesia ya no es suficiente hablar de “responsabilidad social de la empresa”. El Papa en la encíclica Caritas in Veritate pide a los dueños de las grandes y pequeñas empresas crear una “economía de la comunión”, que hace partícipes de alguna manera a todos los trabajadores de lo que se produce. Los bienes de la tierra no son exclusivos, tienen una hipoteca social. Y eso la  Doctrina Social de la Iglesia lo afirma con mucha fuerza. Yo invitaba a los empresarios a tener muy en cuenta y a estudiar cómo poner en práctica lo que el Papa pide en esa encíclica, porque es un salto de calidad. Y donde esa “economía de la comunión” se da se ha visto que da frutos, no solamente económicos para los trabajadores, sino también para la misma empresa, en la que se fue creando un estilo diferente de relación entre quien pone el capital y quien pone el trabajo.

Ha habido protestas de estudiantes, marchas, manifestaciones y petitorios de diversa índole. A su juicio, ¿Cuál es el problema de fondo que hay en la educación chilena y que estamos llamados a resolver?

El problema de fondo es la educación y no la enseñanza. La educación marca la totalidad de la persona y de la persona en la sociedad. Mientras no se enfrente esa educación en su globalidad, en su unidad y la educación se circunscriba solamente a la enseñanza, no superaremos los conflictos de la educación. Creo que lo que ha pasado después de cuatro años de la “revolución pingüina”, después de tres años que terminó su tarea en Consejo Presidencial de Educación, si nos encontramos en la misma situación es porque hemos enfrentado temas que siendo importantes no son el corazón de la educación. El corazón de la educación es el proyecto de hombre y de mujer en comunión con los demás y, por consiguiente, también en comunión con lo que es el barco-país, la comunidad entera, que no se ha enfrentado adecuadamente. Se ha estudiado cómo el Estado tiene que financiar más, si la educación tiene que ser provista por particulares, por la municipalidad o por el ministerio de Educación; se ha estudiado cómo mejorar metodologías, todas cosas buenas, óptimas, pero lastimosamente no se ha llegado al corazón del problema. Y para eso, más que protestas violentas se requiere manifestaciones que indiquen que de verdad queremos sentarnos en torno al problema fundamental y enfrentarlo todos juntos. Los adultos tenemos que escuchar a los jóvenes. Quienes tenemos responsabilidad tenemos que escuchar a los jóvenes. No siempre tiene toda la razón, pero tienen intuiciones proféticas, su malestar es signo de algo que va más allá del fenómeno. Nos corresponde a los adultos escuchar a los jóvenes, acogerlos dialogar con ellos, hacer un verdadero proceso mediador entre la persona que está viviendo una situación conflictual con lo que son los deseos, los anhelos que esa misma persona tiene, para buscar desde la razón lo que es posible y lo que es utopía. Eso para mí es el problema de fondo.

Respecto del desprestigio en que ha caído la actividad política, ¿qué falta al ejercicio de ese quehacer para recuperar ese prestigio y hacer al desarrollo del país el aporte que le corresponde?

Hay tentaciones que atraviesan la vida política como también la vida social, que es la tentación del aplauso, de creer que las estadísticas pueden decir la palabra de lo que es la construcción de la ciudad. Las estadísticas tienen funciones propias y hay que mantenerla dentro de esas funciones. La conducción de un país, en cambio, obedece a criterios de identidad, de paz social, de bienestar para todos, de participación. Y eso va mucho más allá de la estadística, la que pude dar apoyos para elecciones, pero no necesariamente conduce a la vida plena de un país. Hay valores fundamentales inscritos en la naturaleza de la persona humana, que pertenecen a la convivencia entre ciudadanos, que trascienden incluso la misma experiencia humana que se vive en un determinado momento. Las circunstancias no hacen ley perenne. Creo que el querer responder a cada rato a situaciones que son transitorias crea problemas de fondo. Yo recordaba en una facultad de Derecho en la inauguración del año académico un dicho que me parece muy profundo y verdadero de la sabiduría del Derecho Romano: “mientras más corrompida está la república, más leyes se requieren”. Lo que necesitamos es fortalecer la conciencia, los derechos y los deberes, la conciencia de lo que es de verdad la vocación alta del hombre y de la mujer; fortalecer la vocación alta de vivir en una sociedad marcada por el signo de la solidaridad y de la participación. Eso va a devolver a la política, que es el arte de construir la ciudad, su valor y el aprecio y dignidad que tiene la tarea política. Es una tarea de una dignidad enorme si, naturalmente, es llevada a cabo de acuerdo con la naturaleza misma de lo que es la política.

¿Qué le ha parecido la discusión sobre las uniones de hecho y las propuestas de matrimonio entre personas de un mismo sexo?

No sólo para la Iglesia, sino para la naturaleza humana, el matrimonio es entre un hombre y una mujer. Los motivos fundamentales que la Iglesia como cuerpo religioso tiene sobre el matrimonio, su certeza, brotan de la fe y de la razón. De la fe brota que la unión entre hombre y la mujer está destinada a complementarse, a amarse, a sostenerse, a  comunicarse. Y unido a esto, destinada a dar vida a nuevos hijos, porque el amor más maduro es trascendente a la misma pareja humana. Eso es sacramento desde la perspectiva de la Iglesia, es una dimensión eminentemente religiosa. Pero la Iglesia también se fundamenta en los principios racionales inscritos en la profundidad de la naturaleza humana y defiende la institución del matrimonio y de la familia no solamente porque es una convicción religiosa, la estamos defendiendo como personas y ciudadanos  movidos por la razón y la búsqueda del bien común. En este sentido, las personas que están llamadas a legislar deberán hacer ese examen profundo desde la razón, desde el bien de la sociedad y descubrir lo que está inscrito en la naturaleza humana, que es creación de Dios y que, además, desde la perspectiva de la fe tiene otras características. Pero los legisladores tienen que mirar el tema desde la racionalidad, la naturaleza de lo que es la vida en comunión y desde la naturaleza de ese amor, que tenga como objeto la paternidad y la maternidad.

En este tema se invoca un error. Se dice que las personas son libres. Y es cierto, somos libres, pero ¿para qué? Por encima de la libertad hay un valor más grande, la libertad es siempre “para”. Yo soy libre para odiar y para amar. Realizaré mi vida realmente si soy libre para amar. En cambio, dañaré mi esencia si soy libre para matar, para robar, para odiar. La libertad no es la última grada. La libertad es un valor intermedio, es “para”. El bien supremo son las personas y, de una manera muy particular, los hijos.

A propósito del caso de La Polar, ¿qué reflexión tiene respecto de lo que debe ser la relación entre los grandes proveedores y las grandes masas de consumidores?

La justicia, en primer lugar, estamos frente a un fenómeno que revela cómo las artimañas, que no brotan de la razón, sino que brotan la tentación de ganar más, de tener más, pueden conducir a una sociedad a esta situación, y sobre todo a personas que son frágiles y débiles, que han puesto lo poco que tenían en esto. Además de lo que puede ser un delito, hay una preocupación que tiene que hacerse muy presente y denunciarse con mucha fuerza, que es un tema de justicia y de injusticia. Es un llamado fuerte a la sociedad chilena a regirse por normas éticas y no simplemente por normas del mercado.

Al cabo de seis meses en la arquidiócesis, ¿cómo ve su labor episcopal en Santiago?

Es una tarea llena de esperanza, una tarea que yo me invito a vivir en plena confianza con aquél que es el único pastor de la Iglesia, que es Jesucristo. Mi invitación para la comunidad eclesial es que vivamos en nuestra propia experiencia personal y comunitaria de fe la experiencia del profeta Jeremías. Al final del invierno que vivía el pueblo de Israel, sometido a su pecado, se asoma a la ventana y ve que hay un almendro que comienza a florecer. Quiero invitar a toda la arquidiócesis que nos asomemos a la ventana para descubrir cómo Dios hace primavera en su Iglesia. Cómo Dios le ofrece gracias de vida nueva. Quiero invitar a todos mis hermanos a que en espíritu y también en nuestras acciones, podamos actuar con esta esperanza que nos da la presencia del espíritu y la certeza de que es Jesús quien guía su Iglesia.

A nosotros nos pide ser coherentes con ese don y creo que esta gracia será la que va  a transformar la cronología que hemos vivido y visto en los diarios en los últimos meses, en un tiempo de gracia, de vida plena, un tiempo en el cual las realidades difíciles que podamos enfrentar se puedan convertir en ese almendro que florece.