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Edición NÚMERO 65
Julio 2012

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Albergue Padre Esteban Gumucio, el privilegio de atender a los más pobres

En dependencias de la parroquia San Pedro y San Pablo, en La Granaja, la misma en que desempeñara su ministerio sacerdotal el padre Esteban Gumucio, en proceso de beatificación, los más pobres entre los pobres son acogidos como personas, tratados con dignidad y cariño.

 

Un albergue para personas en situación de calle los recibe en estos fríos días y noches de invierno, evitando que varios mueran de hipotermia en la vía púbica, como ocurrió con el indigente Patricio Rojas, “El Patito”, el 23 de junio del año pasado.

El coordinador de este albergue, Julio Jiménez Padilla, casado, dos hijas, ex funcionario de la Fach, trabaja desde 1996 en labores pastorales y catequéticas en esa parroquia. Pero un hecho puntual le cambió el “chip” en su opinión y actitud frente a los más marginados, alcohólicos y drogadictos. Este es su testimonio.

“Antes yo tenía una preocupación pastoral por la pobreza y estaba bastante lejano a este proyecto del albergue. Hace algunos meses me cambió la vida un hecho que me hizo tomar la decisión de dejar el trabajo pastoral anterior y no tomar trabajos civiles remunerados. El hecho fue que me ofrecí para llevar a un cabro joven, de unos 25 0 30 años, a tomarse una radiografía al Barros Luco. Un joven 'del ambiente', que no podía ver ni a su madre ni a sus hermanas desde hacía dos años, por ser él muy violento. Al Tito lo echaron a la calle y no querían nada con él. Yo también lo miraba con desconfianza, porque era  muy violento, pero él me abrió totalmente su corazón, lo que me impactó. Le echo la culpa a Dios, porque yo no soy muy amigo de andar trayendo otras personas en mi auto, menos a un curado, que te deja la escoba. Sin embargo, me nació subirlo y llevarlo al hospital. Y él sigue aquí en el albergue, ´dando jugo´ a veces.

¿Qué le ha aportado a su vida el trabajar con la extrema pobreza?
Primero, que ninguno de nosotros está libre de caer en  una situación así. Es el primer cuidado que pongo, no ser discriminador ni  prejuicioso con esas personas. Y lo otro, que la persona a la que tú tratas con cariño te va a devolver de la misma forma. Aunque sea la persona más violenta, al hablarle tú en otro tono la descolocas. Yo siento un gran compromiso como parte de la Iglesia Católica, de esta comunidad cristiana. Tenemos que ser sensibles ante estas cosas,  nadie está exento de que pueda pasarle algo así. Después de escuchar tantas veces la parábola del Buen Samaritano, recién ahora la entiendo cómo es, entiendo lo que hizo el Buen Samaritano. Ese contrato con el Tito me hizo entender que ésto es lo que hay que hacer. No fue una gran cosa lo que hice, pero me cambió la vida, me hizo ver la vida de otra forma, le  perdí el miedo acercarme a los indigentes. Ahora me acerco sin temor y los abrazo.

Son personas que necesitan una oportunidad y partir de nuevo. Bajaron unos escalones en su vida, pero ahora necesitan reincorporarse subiendo esos escalones, y esos son procesos largos y caros. Tiene que haber un trabajo conjunto de toda la sociedad, creyentes y no creyentes, del gobierno y no del gobierno”.

La esperanza concreta de la reinserción
Víctor Manuel tiene 36 años y ya completó nueve meses alejado de las drogas y el alcohol. Ahora trabaja y anima a otros a cambiar de vida.

“Llevo un año en el albergue. Yo antes fumaba drogas, tomaba alcohol y dormía en el Parque Brasil. Soy casado y por la droga perdí todo, mi señora y un hijo que tengo, que hace tiempo no lo veo.  Ellos no saben que estoy aquí y yo estoy haciendo mi vida por otro lado ¿entiende? Tengo una pareja que me ayuda harto y me da fuerzas. La veo de vez en cuando, porque ella trabaja y vive en otra parte.
En junio enteré nueve meses sin consumir drogas ni alcohol, por una decisión personal, porque la última vez tomé mucha droga y me dio un ataque al corazón. Aquí me he sentido muy bien, gracias a Dios, y trabajo en la Municipalidad de La Granja, haciendo aseo en las plazas. No juzgo a los demás, pero creo que es posible salir de la droga. Hay que tener fe, yo creo harto en Dios, Dios me ha dado fuerza. Ya no quiero más droga, hice sufrir mucho a mi mami, hice muchas maldades por la droga, nunca robé, pero me portaba mal. Mi papá y un hermano murieron y tengo una hermana, pero no la veo
de hace años ya. Yo les doy gracias a los tíos, aquí, que nos han ayudado harto, y les digo a los chiquillos que están en la droga que tiremos p'arriba, que seamos algo en la sociedad”.

Un dominicano agradecido
Daniel García es de República Dominicana y también fue acogido en el albergue.
“Hace un año que una persona del albergue me dio una mano, porque estaba viviendo en la calle. Me siento muy agradecido de ellos, de la Iglesia Católica, de mis compañeros, mis amistades que me han tratado como persona, muy bien, desde que llegué a este país. Me siento muy agradecido. En República Dominicana tengo a mi mamá, mi papá, mis hermanos. Acá en Chile tengo dos hermanos, pero ellos viven por otro lado. No tengo trabajo fijo, hago pololitos, pintura, yeso, cuidar autos, lo que salga”.

La profunda alegría de atender a los pobres
Miguel Fuentebalba, casado, tres hijas, ex dirigente deportivo, feriano, es voluntario del albergue desde que se abrió. Él mismo fue su precursor al preocuparse personalmente de algunos indigentes, tanto en su casa como en la sede social de su club.

“Yo era dirigente futbolero. Hace como nueve años me pregunté delante de la gente qué hacía yo allí, en vez de ayudar a la gente. Una noche que sabía que iba a llover hice una ruquita al lado de la sede del club para que durmieran allí dos indigentes que estaban a la intemperie. Al día siguiente, a las 10 de la mañana, muere el Patito. Después, el párroco de San Pedro y San Pablo, padre René Cabezón, fue a llevarles tecito a las dos personas que estaban en la ruquita y a otra persona que tenía yo en el garage donde guardo la camioneta. El padre se consiguió la sede por una semana y comenzó allí el albergue que ahora está aquí en  la parroquia.

Este trabajo que me tocó es un regalo para mí, porque, puchas, estar con  ellos para mí es lo que más me interesa. Me gusta verlos calientitos cuando hace mucho frio y tomando tecito. Verlos aquí me llena el corazón. Sobre todo ir a buscarlos a la calle, orinados, tiritando de frío, y traerlos al albergue, cambiarles ropa. Eso me llena el corazón, es lo más grandioso”.