Junio 2009 / NÚMERO 28

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Entrevista a la doctora Estrella Gutiérrez:

Saber beber, hace salud

Casada, tres hijos, 17 años de trabajo en el Policlínico Obispo Enrique Alvear, en la Población José María Caro, donde, ya jubilada, sigue prestando sus servicios. Durante 12 años se desempeñó en el Servicio de Salud Metropolitano Norte, siempre en el tema del alcoholismo.

 

¿Por qué hay jóvenes que beben en exceso?

En parte, por un fenómeno en el cual el niño hasta los diez años, ama y adora a sus padres; después, en la adolescencia, descubre que sus padres no son tan magníficos ni adorables, y empieza a desarrollar sus propias armas y estrategias para desapegarse de sus papás, de a poco. Una forma de despegarse es contravenir las normas que les imponen su padre y su madre. En ese momento, lamentablemente, la sociedad tiene una oferta muy poco sana: trago muy barato, de fácil acceso, de fácil consumo y fácil de llevar consigo. Además, la tremenda oferta publicitaria y de las telenovelas donde se consume alcohol. A eso se suma, a mi modo de ver, una crisis en los últimos veinte o treinta  años, una falta de un proyecto para la juventud, especialmente de carácter social. Falta esa mística que había previo a la dictadura y durante el régimen militar. La cultura socioeconómica actual es tan individualista que creo que ha calado profundamente en la gente, que cada uno piensa sólo en sí mismo, en su satisfacción, sin sentido social.

Muchos jóvenes viven en un  mundo tan de burbuja, estrecho,  pero tan sufriente. Cuando acceden al alcohol en exceso tienen una aceptación social de un rato, pero luego quedan muy vacíos, además del malestar físico.

 

¿Cuáles son las consecuencias físicas del consumo excesivo de alcohol?

El alcohol produce una desinhibición que hace que la persona se ponga más temeraria. Y al estar más temeraria son los campeones, “yo soy el capo y a mí no me pasa nada. Le puede pasar a otros, pero a mí no”. Una especie de narcisismo.

En segundo lugar, los reflejos responden en forma más lenta a los estímulos. Hay un tiempo mayor de respuesta y no se puede hacer dos acciones simultáneas. El sistema nervioso se relaja y no puede prestar atención a dos estímulos simultáneos, por ejemplo, al conducir un vehículo motorizado.

Esto pasa con poca cantidad de alcohol. Un combinado sube más o menos en 0,3 el nivel de la alcoholemia. Sobre 0,51 en la alcoholemia se habla de estar conduciendo bajo los efectos del alcohol, y sobre el nivel 1 es un delito, se conduce en estado de ebriedad. Un 0,5 de alcoholemia son dos combinados. Pero la alcoholemia se eleva mucho más cuando uno está en ayunas, y los carretes juveniles se hacen con mucho trago y  poca comida.

Si los hijos van a ir a un carrete, que los padres los hagan comer una comida contundente, para que la absorción del alcohol se haga en forma más lenta.

Una tercera consecuencia del consumo excesivo de alcohol es un estado de mayor confusión, hasta llegar al estado de coma.

Además, al bailar los jóvenes hacen un  tremendo gasto energético, sudan mucho y les da sed. Para calmar esa sed tienen que tomar agua., bebidas gaseosas o jugos, pero no alcohol. El cuerpo necesita reponer con agua el líquido que está perdiendo y no con más alcohol. Por eso en los carretes debiera haber mucho líquido no alcohólico disponible.

El efecto directo del alcohol es a nivel del sistema nervioso. El efecto a largo plazo del consumo de alcohol se ve en el tracto digestivo, gastritis, ardor y dolor estomacales. El otro órgano afectado con el consumo prolongado de alcohol es el hígado, que, sometido a un trabajo excesivo, posterga otras funciones, como digerir las grasas y el organismo acumula esas grasas. Se produce una esteatosis hepática, el hígado se van llenado de grasa.

Otro daño es la hepatitis alcohólica, una inflamación del hígado. Más adelante, con años de consumo, se produce la cirrosis hepática. Pero los jóvenes mueren antes en forma violenta, ya sea por accidentes automovilísticos o por el consumo asociado de otras drogas.

En comparación con las drogas, el alcohol es lejos más grave en términos de riesgo vital que las drogas, por sus graves efectos inmediatos. La droga, siendo igualmente muy dañina, produce perjuicios en un lapso de tiempo más prolongado. Pero un joven que, sin ser alcohólico, bebe en un carrete en exceso, esta actitud puede tener consecuencias fatales esa misma noche.

 

¿Cuál es el límite para beber y disfrutar una fiesta, una celebración, un carrete?

Depende de cuánto tiempo vas a estar en ese encuentro. Se ha visto que el tope máximo de alcohol para que el cuerpo no se resienta son 12 tragos en una semana, pero no en días continuos. Se entiende por un trago un vaso de cerveza grande, una copa de vino o un vaso pequeño de algún licor fuerte, por ejemplo. Doce de esas unidades a la semana. Se trata de una medida promedio, 12  y ojalá no más. No es problema que alguien tome una copa de vino al almuerzo y otra a la cena todos los días, siempre que no sea una persona alcohólica.

Pero si tú concentras esta cantidad en un sólo carrete o encuentro social, eso es dañino. Si vas a participar en una fiesta, los expertos dicen que no se debe tomar más de un trago por hora. En esa hora el hígado desintoxica y limpia la sangre de ese alcohol. Hay que considerar que con tres tragos ya tienes un nivel de cerca de 0,9 alcohol en la sangre y si manejas lo harías bajo los efectos del alcohol.

 

Conservando esos límites, ¿se disfruta el placer de una bebida alcohólica en el contexto de una reunión social?

Sí. Yo diría que no más de tres tragos en una ocasión. Más allá, se empieza a sentir cierto grado de somnolencia.

 

¿Cómo valora usted esta necesidad del ser humano de la fiesta, del ágape, de la celebración?

Lo encuentro fantástico, lo que el ser humano necesita es contactarse con otro, conversar, sentirse acompañado. Lamentablemente, en algunos carretes hay un desborde de vitalidad (el baile) y muy poca conversación, por los muchos decibeles de la música.

En estas fiestas de los cabros no hay ese sentido de ágape, de compartir algo con el otro, lo que  sí se producía y se produce en el típico encuentro de curaditos en la cantina, “venga p’acá amigo”, y se dan una brazo y se cuentan las penas. Es como sentir alguna nostalgia de los tangos de Gardel, todas esas historias trágicas de amor que se ventilaban en torno a un trago. Hoy, la gente tiene poco sentido de celebración, en esta línea. Muchas de estas fiestas juveniles hoy en día tienen poco contenido. Sobre todo que son  tan repetitivas, hay que carretear todos los viernes o todos los sábados. Hay una especia de desquite, por el trabajo de la semana, por ejemplo. Obedece un poco a lo que es la vida moderna, una vida muy embrutecida tras el consumismo, la competencia, muy agitada. Y el trabajo es poco gratificante, tanto como para decir el viernes en la tarde: “¡Por fin. Ya no más pega!”. Y ahí aparece esa necesidad de desquitarse de toda una semana y decir: “Ahora yo soy libre para tomar cuanto quiera y hacer lo que yo quiera”. Habría menos necesidad  de ese desquite si el trabajo fuera algo más gratificante para mucha gente, con un pausa saludable, un  momento de reflexión  de lo que se está haciendo, y no sólo abocado a producir.