Junio 2010 / NÚMERO 40

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El mismo Señor purificará y renovará a su Iglesia y a sus sacerdotes

El abogado chileno Julio Lavín De Tezanos Pinto, será ordenado sacerdote por el Papa Benedicto XVI el 20 de este mes, en la Basílica San Pedro. El diácono es el primero de siete hermanos, hijo de Julio y María Rebeca, 34 años (los cumple en octubre) y estudió en el Colegio del Verbo Divino y luego en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Chile.

Entre 2001 y 2003 estuvo en misión en las parroquias Nuestra Señora de las Américas y  Santa María Madre, de la Zona Norte Renca, como parte de su proceso de discernimiento vocacional. El mismo 2003 entró al Seminario Redemptoris Mater de Roma. Fue ordenado diácono en tránsito el 24 de octubre del 2009.

¿Cómo se siente preparado para este ministerio? ¿Experimenta algún temor de recibir el Orden justo en momentos de una crisis grave en la Iglesia?

Para un ministerio tan inmenso uno no se siente nunca preparado. Todo te queda grande:

los conocimientos intelectuales que se requieren, la espiritualidad, la sabiduría para discernir y guiar a las personas… algo humanamente titánico. Por eso lo que más me ha llegado en este Año Sacerdotal es la figura y las palabras de san Juan María Vianney, que entre otras cosas decía que el sacerdocio nace del amor del corazón de Cristo. Porque al final la única cosa que vale es amar a Cristo. ¡El mismo Cura de Ars sufrió muchos años por no sentirse idóneo para el sacerdocio!

Sobre la actual crisis de la Iglesia creo necesaria una pequeña aclaración: ¡es mucho menor de lo que parece! Los escándalos de una parte del clero (muy graves, por lo demás, eso nadie lo discute) han tenido una difusión tan impresionante en la prensa que hoy tenemos la sensación de que la Iglesia es solamente eso... Pero es sólo una impresión mediática. La Iglesia – que no son “los curas”, o “el Vaticano”, sino todo el inmenso pueblo de bautizados –, aunque haya quedado muy mal parada a los ojos del mundo, sigue en verdad en pie y muy vitalizada por los dones y carismas del Espíritu (eso no será nunca noticia, como no lo es el amor), no obstante los pecados que por lo demás siempre han existido. En este sentido no tengo ningún temor de ser ordenado en estos momentos, es más, me siento muy animado en la fe, sabiendo que con todo lo que está pasando el Señor mismo purificará y renovará a su Iglesia y a sus sacerdotes.

Será ordenado por el Santo Padre ¿Qué significa esto para ti?

Una gracia extraordinaria, uno más de los incontables regalos inmerecidos que el Señor me ha dado. Podría decir que es como la coronación de toda una historia de amor, misericordia y fidelidad que Él ha tenido conmigo, no obstante mis débiles y pobres respuestas. Una gracia que sin duda me liga en modo especialísimo a la persona de Benedicto XVI (que admiro mucho) y a la de sus sucesores y, por lo tanto, a toda la Iglesia, pero que implica también – como para todo sacerdote – una respuesta de amor y de obediencia que empeña toda la vida. En ese sentido tiemblo como los demás, sabiendo que está por sobre las fuerzas humanas ser heroicamente fiel a Cristo.

Importancia de los laicos, hoy más que nunca

 

¿Cuál cree que es el servicio más relevante que el sacerdote tiene que prestar a la sociedad actual?

Llevar a Cristo a un mundo que cada día lo conoce y lo ama menos. Eso requiere un enorme esfuerzo de nueva Evangelización, porque es mucho más difícil anunciar el Evangelio a quien se ha alejado de la fe (o quiere vivirla a su manera) que a uno que no ha escuchado nunca hablar de Jesucristo. Hoy se necesitan sacerdotes con gran celo misionero y que susciten este celo en los demás, porque hoy como nunca son los laicos los que pueden hacer presente a Cristo en muchos ambientes donde a los curas les es imposible llegar.

No menos relevante es el amor a la Eucaristía, el lugar de encuentro con Cristo por excelencia, del que nacen y se renuevan todas las iniciativas de la Iglesia, toda vida cristiana, todo sacerdocio. La Eucaristía tiene una fuerza enorme que hay que redescubrir siempre y ésta es una gran tarea que tiene el presbítero hoy.

Por último creo que es fundamental el ministerio de la reconciliación. Aunque parezca una paradoja, esta sociedad que dice que el pecado no existe, que cada uno tiene su verdad, necesita urgentemente el perdón de los pecados. Porque el mal lo tiene a la vista, ve los desastres matrimoniales, los desastres familiares, los desastres sociales, los sufrimientos que produce poner el dinero, el propio interés o el placer en lugar de Dios. Pero como no conoce el perdón “lanza la primera piedra” a todo el que ha caído sin misericordia. Nuestra sociedad actual vive muy desconcertada, ya no cree en el amor verdadero, y en este sentido un ministerio de la reconciliación que manifiesta concretamente el amor gratuito de Dios puede hacer mucho del bien.

Recuperar la identidad de la Iglesia

¿Cómo ve que la Iglesia superará esta crisis?

Por de pronto no buscando nuevas fórmulas o estrategias humanas. No tiene que mirarse a sí misma, sino a Cristo, y esperar del Espíritu santo las inspiraciones y gracias necesarias. Como escuchábamos hace poco en la Secuencia de Pentecostés, es el Espíritu el que puede lavar lo que es sórdido, sanar lo que está enfermo, enderezar lo que está desviado... Lo que está pasando no es un descuido de Dios, todo lo contrario, Él es el que primero que quiere purificar y renovar a su Iglesia, como lo ha ya hecho tantas veces en la historia. Hay que dejarlo actuar y obviamente actuar en consecuencia. Sería absurdo, por ejemplo, querer forzarle la mano a Dios y, con tal de tener más curas, aceptar a todos los candidatos sin ningún resguardo...

Si puedo ser sincero, a mí la crisis de la Iglesia que me preocupa es otra. Una que no sale en la prensa pero que es mucho más profunda, y que tiene que ver con la búsqueda de su identidad y de su misión en medio de un mundo cada vez menos creyente y cada vez menos influido por las enseñanzas de Cristo. En este contexto, la Iglesia sufre fuertemente la tentación de dos extremos: el cerrarse, por una parte, en un tradicionalismo exagerado que ni lee los signos de los tiempos ni dice nada al hombre contemporáneo y, por otra parte, el abrirse indiscriminadamente a los tiempos modernos – con tal de estar de acuerdo con el pensamiento circundante, por miedo también a la persecución y a la burla –, con el consecuente riesgo de terminar adecuándose en todo al mundo que la rodea (¡así tampoco tendrá nada nuevo que decir!) y, lo que es más grave, terminar renunciando a la fidelidad que le debe a Cristo y a su Evangelio. Es la pérdida de su identidad y su misión”.

Nuevos santos y nuevos carismas

“Esta crisis profunda – que sólo marginalmente tiene que ver con los escándalos – es la que a mí me infunde más temor, y confieso que es lo que más me ha hecho temblar (humanamente) ante una ordenación que, entre otras cosas, me liga para siempre a la obediencia a la Iglesia. Pero, por otro lado todo esto me anima muchísimo en la fe, sabiendo que me toca ser ordenado en un momento crucial para la historia de la Iglesia, donde ésta se tiene que redefinir frente al mundo no siendo ya mayoría sino minoría, no más respetada sino menospreciada.

Estoy seguro que en este contexto histórico aparecerán nuevos santos, nuevos carismas, nuevas inspiraciones que llevarán adelante a la Iglesia de Cristo. Acordémonos que durante sus tres primeros siglos de vida ésta fe una realidad marginal y duramente perseguida por el Imperio Romano, y lo más bien que cumplió su misión. Porque lo importante no es el número, sino la fidelidad a Cristo, el ser verdaderamente la luz del mundo y la sal de la tierra”.