Junio 2010 / NÚMERO 40

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Vivir con más fidelidad y profundidad el Evangelio

Entrevista al Padre Luis Ramírez, 74, sacerdote  de Schoenstatt, ordenado el 20 de diciembre de 1964, 45 años de sacerdocio, y nuevo capellán de La Moneda. Se dedica a la atención de las familias de los colegios del movimiento, padres y apoderados, alumnos, profesores y personal administrativo. Son cuatro colegios de los Padres de Schoenstatt, uno de las religiosas y otro de un grupo de laicos, ambos vinculados a la comunidad de Schoenstatt.

Sus primeros años los ejerció en Concepción, en tiempos en que surgía el MIR, con mucha conmoción social. “Un tiempo que para mí fue de mucha enseñanza, en el sentido de una Iglesia que tenía que responder también a las necesidades de ese cambio social que se estaba produciendo”. En 1970 fue trasladado a Santiago como asesor en tema de familia en la comunidad schoenstattiana y se desempeñó en el Departamento de Familia con los cardenales Carlos Oviedo y Juan  Francisco Fresno.

¿Qué ha significado para usted el ejercicio del ministerio sacerdotal?

Muy sinceramente, para mí ha sido un gran regalo de Dios. Me costó decir que sí cuando Dios me llamó, pero Él se ha mostrado enormemente generoso y me ha hecho comprender que lo más hermoso de la vida es entregarse a los demás. Y es mucho más hermoso cuando esa entrega es para hacer partícipes de la Buena Noticia de Evangelio a quienes uno encuentra en su camino. Soy un convencido de que el mensaje de Jesucristo a través de toda mi acción sacerdotal sana profundamente el corazón, el alma del ser humano. Y desde este convencimiento considero que mi vida es enormemente feliz. Ha habido momentos difíciles, sin duda, uno se encuentra también con personas que sufren mucho, pero, por eso mismo, a uno se le hace muy clara esa realidad de nuestra fe que nos dice que la cruz es la antesala de la resurrección. Cuando uno ha podido poner a grupos humanos en contacto con Jesucristo Salvador, ellos han experimentado cómo su dolor, su confusión, su oscuridad, adquiere una luz y una fortaleza cuando se encuentran realmente con Jesús.

También ha sido mi gran experiencia y mi convicción interior que la Santísima Virgen es la que más me ha ayudado. Creo que la Virgen es el gran camino para un encuentro más personal con el Señor Jesús, ese Dios que salva, que sana, que realmente nos da la plenitud de la vida.

Encuentro con Dios responde al anhelo de amor

Desde su experiencia sacerdotal, ¿como hacer que la Buena Noticia de Jesucristo muerto y resucitado llegue al corazón del hombre de esta sociedad actual, más alejada de la Iglesia?

El mundo ha ido progresando en tantos ámbitos -científico, tecnológico- que pareciera que el hombre no necesita de Dios para explicarse y obtener muchas cosas en su vida, cosas sin duda que producen alegría, satisfacen muchas necesidades. Pero siempre hay en el alma de todos los hombres, cualquiera sea su ideología o su experiencia, una pregunta fundamentalmente por algo más profundo. El encuentro con Dios es el único que puede responderle que lo quiere, lo valora cualquiera sea su situación. Y ese es el amor de un Dios personal. Este hombre que se va alejando de Dios es un hombre que se va haciendo más necesitado de responder esas preguntas del alma que solamente se las responde ese Dios personal. Esa búsqueda interior la vamos a encontrar definitivamente cuando estemos con Dios. Nuestra fe, no como un conjunto de normas, sino como un encuentro personal con Jesucristo, es una necesidad permanente en el hombre y es lo único que le da respuesta para que encuentre la plenitud. El anhelo del hombre es un anhelo de amor. En esto la Iglesia ha sido tan sabia y tiene que ser todavía mucho más consecuente, una Iglesia misericordiosa, acogedora, al servicio de los hombres, y no en primer lugar para condenarlos.

“Una gran desilusión, pero es mi familia”

¿Cómo le ha afectado la crisis actual de la Iglesia por el pecado de otros sacerdotes? ¿Cómo la ha vivido?

Me ha golpeado muy profundamente. Uno diría que con 74 años de edad y 45 de sacerdote ha visto todo, pero así es la vida. Uno no termina de admirarse, por un lado, de cosas tan hermosas que hay en la vida, y no termina, por otro lado, de sorprenderse de cosas que uno cree que no van a pasar. Me ha conmovido muy profundamente. Me conmueven los efectos que esto tiene en tantas personas a las cuales se les remece lo más profundo. Para mí también ha sido un terremoto interior. Esto me lleva a amar más a la Iglesia. Es mi familia. Y en mi familia pueden darse grandes logros y alegrías, pero como en toda familia humana, se pueden dar grandes penas y desilusiones. Y esta es una desilusión muy, muy grande. Pero como es mi familia, siento en primer lugar, un deber con los que han  sufrido (los abusos sexuales), con los que han sido afectados. Estoy muy en la línea con el Santo Padre, que ha actuado en forma tan extraordinaria de ir en ayuda de los afectados, que son los que más han sufrido. Pero también una preocupación por aquellos que han faltado. Son hermanos míos. Quisiera apoyarlos con mi oración. Sin dejar de reconocer que aquí hay un pecado - los que lo cometieron, hay que comprobarlo- un pecado gravísimo que afecta la credibilidad en la Iglesia.

Es una pregunta para mí mismo también. Yo también soy débil. No he caído en esa debilidad, pero hay otras debilidades mías que también afectan la credibilidad de la Iglesia y son un llamado personal a crecer en la fidelidad al Señor y a la Iglesia.

¿Ha recibido en su persona el rechazo de alguien por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos?

Lo he sentido, lo he visto. Un hecho concreto: el otro día fui a ver un enfermo a una clínica y cuando venía bajando en el ascensor un señor de unos 50 años me increpó violentamente, que nosotros éramos mentirosos, que estábamos encubriendo una podredumbre, que todo esto era una especie de mafia. Muy violento. Quise responderle con algunas palabras de reconocimiento de este mal, que la verdad nos hace libres y cuando hay un mal hay que reconocerlo, pero no generalizar. Pero poco alcancé a decirle.

Las crisis sin momentos de profunda renovación

¿Cómo ve usted que la Iglesia va a superar esta crisis?

La historia nos ha demostrado que cuando la Iglesia actúa en fidelidad al Señor con la verdad y la caridad, siempre ha vuelto a renovarse. Los momentos de crisis son momentos de profunda renovación, no para echarle tierra a las cosas, sino por el contrario, para renovarse, tomar de nuevo con mayor fidelidad el camino del Señor. Por eso creo que la Iglesia, orientada por el Papa, por nuestros obispos y por todos aquellos que verdaderamente quieren de muy buena fe reconocer lo que ha habido, pero volver a ese convencimiento absoluto de que Jesucristo es el que la salva, creemos que tendrán que cambiar ciertas cosas, modificarse ciertos aspectos para que aprendamos que en el mundo contemporáneo tenemos que responder de una manera más clara. El mundo contemporáneo es un mundo muy erotizado, muy sensualizado y tenemos que estar atentos a eso para poder responder desde el Evangelio cómo todo el ámbito de la sensualidad y de la sexualidad bien llevado es un camino para expresar amor, un amor limpio, grande, verdadero Es un camino privilegiado para encontrarse con el Señor.

Por eso es que dentro de toda la pena que estamos viviendo, nunca debemos perder la esperanza, al contrario, hacer de esto un trampolín para vivir con mayor fidelidad y con mayor hondura el mensaje que se nos ha regalado.

¿Qué importancia le da al servicio a que ha sido llamado prestar en La Moneda?

Creo que en ese lugar la presencia de Dios es muy importante. Yo no soy un ministro de Culto. Soy  un capellán. Tengo que estar  al servicio de todos los que en La Moneda están al servicio de nuestro país. Quiero allí, con toda humildad, pero también con toda verdad, testimoniar la validez del Evangelio para que los ilumine, para que los fortalezca en las decisiones que allí deben tomar. He encontrado mucha gente no sólo abierta a Dios, sino que necesitada de Dios. A ellos quiero entregar mis servicios y mi vida.