Edición NÚMERO 52
Junio 2011

Gobernar los bienes naturales con responsabilidad, justicia y solidaridad

Entrevista al abogado Cristóbal Barros Jiménez, 32, casado, asesor de la Dirección de Energía, Ciencias y Tecnología e Innovación, del ministerio de Relaciones Exteriores; socio fundador de la Corporación Parques para Chile, ex consultor del PNUD y miembro de la Comisión Nacional Justicia y Paz, de la Conferencia Episcopal de Chile.

Para los creyentes, los recursos naturales son un don de Dios, quien los dio al hombre para que los sometiera. ¿Cuál es el límite que tiene el ser humano en el uso para bien propio de esos recursos?

La palabra “someter” aparenta un permiso irrestricto del hombre para usar y abusar de los recursos naturales. Refleja la contribución indeseada del cristianismo al pensamiento occidental, que percibe a la naturaleza como un estado primitivo que el hombre civilizado debe dominar. Instala un ética que desvincula al hombre de lo que lo rodea, generando falsos antagonismos entre crecimiento económico y protección del medio ambiente; superación de la pobreza y conservación de la biodiversidad.

Una vez reconocida la importancia de una sana relación entre religión y medio ambiente, es ineludible la responsabilidad del creyente por restaurar mensajes centrados en la ética del amor. Lo que el libro del Génesis plantea no es un antropocentrismo desatado, irresponsable y egoísta. Todo lo contrario. Sitúa al hombre al centro de la Creación con el propósito de depositar en él la confianza sagrada del cuidado y resguardo de las demás especies y del Planeta. “Someter”, “señorear” y “dominar”, así entendidos, inspiran un buen gobierno sobre los recursos naturales. Representan el límite sobre el uso de los bienes que Dios nos entregó. Honrar esta confianza comienza por tomar conciencia sobre nuestros comportamiento hacia el prójimo, tanto hombre como naturaleza. 

San Francisco de Asís es testimonio de buen gobierno, a través de una relación humilde y amorosa con la Creación. “Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el hermano sol, por quien nos das el día y nos ilumina”. Es esta  invitación que nos hace el Patrono de los Animales, al agradecer las maravillas de la naturaleza de todos los días y que pasamos por alto en la corrida diaria, la que nos permitirá cambiar nuestra mirada del mundo que nos rodea. “¡Señor, qué numerosas son tus obras! Todas las has hecho con Sabiduría, de tus criaturas las tierra está repleta”. Esta misma alabanza es proclamada en los poemas del Himno a la Noche, de Gonzalo Rojas; La Entrada a la Madera, de Pablo Neruda; La Caminata en el Bosque, de Elicura Chihuailaf; La Despedida, de Jorge Tellier; La Araucana, de Alonso de Ercilla, y El Monumento al Mar de Vicente Huidobro.

Para restaurar la relación entre el hombre y la naturaleza se debe gobernar con conciencia del rol social que cumple la propiedad para el beneficio de todos, incluyendo las generaciones actuales y futuras. Se debe gobernar con sentido de la responsabilidad sobre los impactos que se generan en el sistema natural que sustenta la vida del Planeta. Se debe gobernar con justicia, asegurando equidad en el acceso a los beneficios y sana distribución de los costos del desarrollo. Se debe gobernar con solidaridad, procurando especial cuidado por los más débiles, aquellos que se encuentran en situación de vulnerabilidad y desamparo.

Es en la marginalidad del desarrollo en donde la falta de árboles, aire y agua limpios, hacen realidad el des-gobierno en forma más angustiosa. Es ahí en donde el Cristo que sufre nos invita a actuar, revirtiendo situaciones que comprometen la dignidad de los menos favorecidos, afectando la experiencia amorosa que debiese representar habitar la Creación de Dios.

¿Qué es la “ecología profunda” y qué riesgos existen de que en la opinión pública se confunda esa postura con el normal uso de los bienes de la naturaleza?

Arne Naess, fallecido filósofo noruego, es el padre de lo que conocemos como Ecología Profunda. Influenciado por el despertar de la conciencia ambiental que sacudió el mundo durante la segunda mitad del siglo XX, con publicaciones científicas que evidenciaban la destrucción de los recursos naturales por causa del hombre, Naess propuso instaurar una nueva sabiduría para relacionarse con el mundo.

A través de la Ecosofía este pensador europeo propuso que la autorrealización del hombre es posible en armonía con  la naturaleza, con el todo.  Esta nueva sabiduría plantea cambios a nivel valórico que exigen comportamientos apropiados como el respeto a la biodiversidad, el fin del consumismo y la acumulación de la riqueza.

El objetivo de Naess por re-vincular al hombre con la naturaleza para alcanzar su plenitud, es un anhelo compartido por muchas religiones y pensadores. No se distancia de lo que inspira a la Doctrina Social de la Iglesia Católica. Y es que sin cambios profundos de actitud y de miradas, las soluciones tecnológicas, científicas y políticas no sabrán por sí mismas aliviar el problema ambiental.

Entre los postulados de Naess se incluye el control de la natalidad, como fórmula para evitar la sobrepoblación y consecuente sobreexplotación de los recursos naturales. Este postulado es coherente con teorías que anunciaban los problemas de necesidades infinitas en un mundo finito, en donde acciones racionales individuales provocarían la irracionalidad colectiva y tragedia de los bienes comunes.

Es este control de natalidad el que en forma aislada, a través de concepciones simplificadas y extremas de la Ecología Profunda, representan un riesgo en la interpretación de Naess. De igual forma lo representa quienes entregan una superioridad de la naturaleza sobre el hombre, pues pierde el equilibrio que procura la Ecosofía. 

La creciente sensibilidad y conciencia ambiental que se percibe en la ciudadanía chilena, qué duda cabe, representa una excelente noticia. Es una oportunidad para replantear prácticas, reflexionar sobre valores y generar diálogo. El riesgo de esta efervescencia social es que sea capturada, en parte, por mensajes que mal interpreten planteamientos como el de Naess, generando extremismos que impidan el diálogo social que el desarrollo sustentable requiere.

Chile es un país rico en recursos naturales, en términos generales, ¿ha habido un progreso en la ciudadanía respecto de la responsabilidad social que le cabe a cada uno y a la empresa en la protección del medioambiente?

Es discutible la afirmación de que Chile sea rico en recursos naturales. Depende del país con el que se compare. Basta constatar la escasez de combustibles fósiles y la   dependencia energética nacional. Sí goza del cobre y ha sabido aprovechar con ingenio su accidentando relieve para el desarrollo silvoagropecuario. Tema aparte son sus especies y ecosistemas, considerados por expertos como únicos por su valor biológico.

Gracias a la apertura a mercados internacionales y una economía basada en la extracción de recursos naturales, la matriz exportadora chilena basada en productos con bajo valor agregado ha sido funcional al incremento del PIB. Esta apuesta por el desarrollo ha producido significativos costos ambientales: sobreexplotación de recursos naturales, erosión y desertificación de suelos, contaminación del aire y del agua y pérdida de biodiversidad. También ha producido la riqueza para financiar la continuidad de políticas sociales de los gobiernos desde el retorno a la democracia.

La estabilidad institucional y el permanente gasto social de las últimas dos décadas terminaron por cambiar Chile, generando las bases de un despertar ciudadano que hoy demanda un nuevo trato de las empresas y el Estado. Ya no basta la cobertura sino también la calidad de los planes y programas de gobierno. Ya no importa sólo el producto, sino en las condiciones en que se elaboró a través de toda la cadena de valor. Avanzamos así hacia un cambio de paradigma, desde una sociedad garantías y oportunidades, hacia una sustentable.

Y es que Chile es un país de ingreso medio que está comenzando a pensar como país desarrollado, preguntándose qué es lo que exactamente significa el incremento del ingreso por persona. Con el empoderamiento del ciudadano-cliente, el voto y la compra (o su ausencia) representan poderosas armas de manifestación popular. De esta forma surgen las nuevas causas sociales que hoy, al menos en nuestro país, son más verdes que nunca.

Lo que en Chile fueron en la década de los 60-70 las reivindicaciones sociales y en los 80-90 las libertades políticas, hoy lo son las garantías ambientales. Y cómo no, si han sabido interpretar y acoger el descontento ciudadano ante la desigualdad del modelo económico y la desconfianza en los partidos políticos. No es casualidad que exista un florecimiento de organizaciones civiles y movimientos sociales que buscan un nuevo trato. Visto así, los indignados del 15-M tienen mucho en común con quienes se oponen a HidroAysén.

El cambio de paradigma hacia la sustentabilidad ha sido fomentado por la conexión de Chile con el mundo. Y es que ser parte del conjunto de economías que integran la OCDE tiene beneficios pero también costos. Bien lo saben las autoridades de gobierno, quienes deben avanzar en varias recomendaciones sobre gestión ambiental que condicionan la membresía a tan anhelado club. Lo saben también las empresas que deben modificar sus procesos productivos para reducir la huella de carbono, arriesgando la pérdida de mercados y clientes. También lo saben los ciudadanos, quienes cada vez más interconectados y tecnológicos, exigen cambios en la forma en cómo nos relacionamos con la naturaleza.

La creciente conciencia ambiental ciudadana se percibe especialmente en las nuevas generaciones, que están incorporando prácticas de reciclaje y ahorro de energía,  cuidado de los animales, alimentación sana y vida al aire libre. Las prácticas generan adherentes, formándose asociaciones de acción y/o reflexión en torno a la preocupación común por el medio ambiente. La Iglesia no ha quedado al margen, surgiendo organizaciones espontáneamente en diversas diócesis apoyadas por el Departamento de Acción Social del Episcopado. Así, el tejido social se ha enriquecido a nivel comunal, regional y nacional, con corporaciones y fundaciones, juntas de vecinos, grupos en Facebook y Twitter. 

En el caso particular de las empresas, la llegada de la ISO 26.000 permite certificar el comportamiento corporativo según estándares mundiales de responsabilidad social.  Este reglamento voluntario está en la lógica del nuevo trato con el ciudadano-cliente,  incorporando la consideración del impacto de un determinado negocio sobre la naturaleza. Chile progresivamente comienza a integrarse a esta tendencia, haciendo que las empresas se vuelvan más responsables, certificando a través de reportes de sustentabilidad ambiental.

La Doctrina Social de la Iglesia hace una invitación abierta a los empresarios a resguardar el medio ambiente, considerando el bien común y el respeto a la vida en toda actividad económica. En este sentido, principios como el destino universal de los bienes y la función social de la empresa no se contraponen a la propiedad privada o el enriquecimiento, siempre y cuando exista una justa distribución de los costos y beneficios.  Este sano equilibrio requiere saber armonizar los intereses de la empresa por la ganancia comercial, con la dignidad de las personas que trabajan en ella o habitan su entorno, así como con el cuidado del medio ambiente. 

El rol de la Iglesia chilena en la búsqueda de una actividad económica más equilibrada y sustentable por parte de las empresas es fundamental. Con la misma valentía y capacidad de articulación de diálogo con actuó sobre el mundo obrero y los derechos humanos en el siglo pasado, debe actuar hoy sobre la protección del medio ambiente.

¿Cuáles son los elementos éticos que hay que tener en cuenta al momento de compatibilizar el respeto por el medio ambiente y la “creciente demanda por la energía” que menciona el Comité Permanente del Episcopado?

Una revisión del Magisterio de la Iglesia da cuenta de la variedad de textos que tratan el tema del cuidado de la Creación. El capítulo X del Compendio de la Doctrina Social, denominado “Salvaguardar el Medio Ambiente”, repasa encíclicas, cartas, mensajes  y textos bíblicos, ofreciendo un conjunto principios éticos para guiar la relación del hombre con la naturaleza.

Un texto editado con posterioridad al Compendio y que brinda un mensaje inspirador sobre la protección del medio ambiente es el de Aparecida. En él obispos de toda Latinoamérica y El Caribe comparten reflexiones e invitan a la acción en búsqueda de un “desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad por una auténtica ecología humana y natural, que se fundamenta en el evangelio de la justicia, la solidaridad, y el destino universal de los bienes, y que supere la lógica utilitarista e individualista, que no somete a criterios éticos los poderes económicos y tecnológicos”.

La búsqueda de Aparecida por un desarrollo alternativo desmitifica el crecimiento económico como fórmula suficiente para alcanzar el bienestar social. Esta crítica a la racionalidad económica tradicional, complementando el PIB con otros indicadores, es compartida por quienes han buscado un modelo de desarrollo cualitativo, más humano y sustentable. El Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y la Felicidad Interna Bruta del Reino de Bután, son dos claros ejemplos de indicadores más holísticos en su interpretación del bienestar social. 

Un desarrollo alternativo requiere una demanda racional sobre los recursos naturales.  La Huella Ecológica plantea justamente una forma de medir esta demanda, denunciando la irracionalidad de  la forma en que habitamos el planeta. De ahí han surgido las teorías del colapso que explican el fin de las grandes civilizaciones producto de la sobreexplotación de la naturaleza.

La  Doctrina Social, en el caso puntual de las necesidades energéticas, invita a  la racionalidad de los Estados, empresas y ciudadanos, ajustando sus demandas de producción y consumo al principio del bien común. Por sobre cualquier otra forma de generación de energía, es en los recursos hídricos donde hoy está centrada la atención y en donde el principio del bien común se hace más urgente y esquivo. “¿Logrará la espiritualidad cristiana del tercer milenio convertir al ser humano en un sabio y responsable conviviente con el manto de la naturaleza que  amorosamente lo envuelve?”. Esta es una de las preguntas que invitan a la reflexión y que planteó  Monseñor Infanti, Obispo de Aysen, el año 2008 en su Carta Pastoral “Danos hoy el agua de cada día”.

El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile (CECh) el pasado 18 de mayo, señala que la “búsqueda del bien común requiere la capacidad de detectar necesidades de la población y discernir cuáles son las prioritarias desde la perspectiva de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos, y esto nos obliga a un cuidado especial por aquellas personas y grupos que se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad. Esta búsqueda del bien común no resulta posible sin un auténtico espíritu de solidaridad, en el sentido de hacerse cargo de los demás y de sus necesidades. El bien común sólo es posible cuando se piensa en la sociedad como una totalidad y se supera la visión estrecha de los intereses particulares”.

La Comisión Justicia y Paz, que agrupa a un conjunto heterogéneo de laicos que dialoga con la CECh en el análisis de la agenda pública desde la Doctrina Social,  elaboró  el año 2008 un documento sobre la relación de la Iglesia con el medio ambiente. En él la Comisión desarrolla 4  valores ambientales fundamentales, que buscar apoyar el discernimiento sobre la realidad nacional guiados por el bien común: 

(1) Justicia Ambiental. La protección de la naturaleza y del Planeta es un derecho fundamental de toda persona, pues permite sustentar la vida, alcanzar la plenitud espiritual y el desarrollo cultural del hombre y de la mujer. De esta forma, el derecho/deber a la protección de la Creación, representa una garantía innata o congénita, porque se nace con ella; es universal, en cuanto se extienden a todo el género humano, en todo tiempo y lugar; y es absoluta, porque es un respeto que puede reclamarse indeterminadamente a cualquiera persona o autoridad o a la comunidad entera. En consecuencia, se trataría de un derecho inherente al hombre y a la mujer, superior a cualquier racionalidad económica y anterior a cualquier ordenamiento jurídico o Estado, representando, en definitiva, un Derecho Humano.

(2) Equidad Ambiental. La Doctrina Social invita a tener presente que los bienes de la tierra han sido creados para ser sabiamente usados por todos, debiendo ser compartidos equitativamente por la humanidad. Este es el principio del destino universal de los bienes, el cual, sin desconocer el derecho a la propiedad privada, considera contrario al bien común todo tipo de acumulación de riqueza que ignore las necesidades del prójimo, tanto persona como naturaleza. 

Lo que plantea este valor fundamental es un llamado urgente a compartir los beneficios e internalizar los costos del desarrollo, permitiéndoles a todos un igualitario acceso a los recursos naturales. ¿Es equitativo que en la ciudad de Santiago comunas pobres sean las más contaminadas por el smog y, además, las con menos áreas verdes?

(3) Solidaridad Ambiental. Comprometerse con el bien común requiere sintonizar con las necesidades del otro, especialmente con los más desfavorecidos. Como plantea el desarrollo sustentable, no sólo comprende las acciones intrageneracionales, sino que también el cuidado de la Creación para con las generaciones futuras.

(4) Responsabilidad Ambiental. Debido a las actuales dimensiones de la crisis ambiental,  es responsabilidad de la humanidad preservar un medio ambiente íntegro y sano para todos, debiendo cada hombre y mujer estar consciente de las consecuencias y potencialidades de sus acciones sobre el Planeta. Esta responsabilidad debe ser proporcional al poder que ostenta la persona.

Actuar en forma responsable con el medio ambiente significa comportarse previniendo su daño. En el caso de que esta anticipación no sea posible, el actuar responsable exige evitar circunstancias que puedan o amenacen con producir un daño.

¿Cuál es  su mirada frente a los hechos de violencia que se introducen en las manifestaciones en contra del proyecto HidroAysén?

La pelea de David contra Goliat  siempre ha sabido cautivar la imaginación y simpatía social. La percepción de que grandes poderes económicos y políticos se asocian complotando en contra del bien común del ciudadano, es un sentimiento que genera encendidas pasiones. Lo hemos visto cientos de veces en manifestaciones en todo el mundo y hoy en Chile se llama HidroAysén.

Cuántos manifiestan en las calles contra las 5 centrales hidroeléctricas y cuántos por descontento ciudadano por realidades sociales, culturales, económicas y ambientales que van más allá de Aysén, es una pregunta abierta que para resolverse requiere capacidad de diálogo y escucha activa.

El desafío de todos quienes conformamos la Iglesia hoy es dialogar con este descontento, invitando a debatir sobre el desarrollo sustentable que Chile necesita. Este diálogo debe ser respetuoso de diversas opiniones y posturas, todas valiosas y legítimas, necesarias para la construcción de una visión común en el país. También debe ser participativo y ciudadano, con representantes de todos los sectores, culturas, edades y estudios. Una mesa de expertos a puertas cerradas, que impone ideas de arriba hacia abajo según planteamientos técnicos, no es una alternativa que se abra al dialogo social que nuestro país necesita. Sólo a través de una conversación abierta y desprejuiciada, lejana a los miedos y la violencia, podremos construir un futuro común.

Toda manifestación de violencia es repudiable. Sin embargo, la tristeza de las agresiones descontroladas contra personas y propiedad no superan la alegría que produce constatar la madurez cívica de las 12 mil personas que se manifestaron pacíficamente en la Alameda el domingo 29 de mayo.  Este es el nuevo trato que la ciudadanía busca y que la Iglesia debe saber interpretar.