Marzo 2009 / NÚMERO 25

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Ser cristianos en época de crisis

Rodrigo Larraín Contador, sociólogo

Quizás pocos sepan que en la época en que vivió Jesús, se vivía en Palestina una inmensa crisis económica. Los Evangelios nos narran una presencia de pobres, en todos los sentidos de la palabra, muy abundante y que, sobre la base del modo en que Jesús los abordó, nos ha permitido desarrollar una teología de la pobreza y una reflexión profunda sobre ella, la Doctrina Social de la Iglesia.  Es decir, más allá de los oropeles y apariencias, la nuestra es una religión de pobres, de despreciados en el siglo I, tanto que  nuestros antecesores en la fe fueron llamados “los locos de Jesús”.

Entonces, ¿qué debemos hacer los creyentes en estos tiempos de apreturas?  Varias cosas, muchas cosas.  Lo primero tiene que ver directamente con la religión.  En tiempos de crisis las personas tienden a volverse a la fe por motivos no siempre religiosos, pues la fe se funcionaliza y se establecen pactos con la divinidad y/o sus intercesores; las mandas pueden volverse casi un contrato.  Por ello los cristianos estamos exigidos a redoblar nuestros esfuerzos para recordar el sentido de las mandas y de los sacramentales, en general.  El límite entre lo mágico y religioso se cruza con facilidad cuando hay angustia e inestabilidad existenciales, pero una fe ilustrada reconforta mucho más.  La piedad popular es, sin duda, un medio interesante de vincularse con lo trascendental y, en última instancia, con Dios, no obstante, debemos prestar un servicio catequético a nuestro prójimo y solicitar sabiduría cuando la necesitemos.

Lo segundo es la esperanza, la virtud de la esperanza.  Las crisis económicas y las recesiones son de corta duración, sus ciclos son cada vez más breves y, si bien esta se pronostica muy intensa, no es el fin del sistema económico mundial.  Es cierto que los pobres no pueden, aunque quisieran, prevenir los efectos de los altibajos de la economía, además que inciden tan poco en ella; pero tienen una característica a la que echar mano, la de no dejarse consumir por la desesperación, el desánimo, el abatimiento.  Muchos de los problemas psicológicos que se han instalado entre nosotros son propios de las burguesías, si bien es legítimo tener para vivir, el exceso de consumo parece que a veces nos manejara y nos angustiara no poder seguir haciéndolo –además que consumir objetos innecesarios impide ahorrar y recorta la visión de futuro-.

Vale la pena recordar que la salvación ya fue efectuada por Jesús; que ella nos debiera alcanzar, es decir, que ya estamos en condiciones de vivir como personas liberadas.  En épocas de dificultad, entonces, se ponen en evidencia –o no– nuestras creencias.

Entre la fe y la esperanza está un tema hoy mucho más facilitado por los medios informáticos: la conspiración mundial.  La falta de esperanzas suele encaminarse por caminos extraños, hablamos de la búsqueda de culpables de todos los males. 

En los últimos tiempos esto se ha visto amplificado hasta casi el infinito por la informática, nos referimos a las explicaciones de todos los males de la humanidad a partir de una supuesta conspiración mundial oculta.  Siempre es tentador poseer un secreto, saber lo que otros no saben y, además, explicarse el mundo y sus problemas de modo simple.  La cantidad de ideas febriles, apocalípticas, desequilibradas, conspiranoicas y, sin duda, amalgamadas con ideas religiosas y mensajes delirantes son altamente peligrosos para la fe y la salud mental, si uno está mal parado.

Otra de las virtudes es la caridad.  Siempre estamos llamados a ejercerla, muchos lugares del Evangelio muestran que aparte del mensaje netamente religioso, el Señor enseña el amor a los demás.  En otros momentos los creyentes hemos dado pruebas de que creativamente hemos podido ser generosos si las circunstancias lo requieren. Este es el momento de volver nuestros ojos a la figura de un santo nuestro, de nuestra cultura y de nuestra sociedad, modelo de caridad, San Alberto Hurtado. Pidamos a Dios que por medio de uno de sus hijos predilectos, que fue en vida especialista en pobreza, aprendamos a vivir la caridad.

Por último, no olvidemos nunca la función que la religión en general, y las iglesias en particular, cumplen en medio de la sociedad es “darle sentido a la vida del ser humano, en todos sus estados, niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, solitarios, etcétera.  ¿Qué podemos ofrecer, qué podemos anunciarles a todos sus hombres para que sus vidas alcancen la plenitud, la certeza de salvación aun en medio de la precariedad?  Porque aunque la resolución de los grandes problemas económicos no está en nuestras manos, incluso estos tiempos de inseguridad y angustia pueden ser tiempos anuncio y de liberación.

En síntesis, los cristianos debemos fortalecer la fe, vivir las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, y no perder de vista qué significa vivir la vida dentro de una religión como la nuestra.