Marzo 2009 / NÚMERO 25

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¿Quién es para usted Gabriela Mistral?

Lo primero que veo en Gabriela Mistral es la humildad de su origen: ella nace de una familia muy sencilla, en un pueblecito llamado Montegrande, que en ese tiempo era totalmente desconocido. Allí fue engendrada esta Lucila Godoy Alcayaga, y la madre fue en carreta desde ese lugar a Vicuña, donde de hecho nació. La futura Gabriela regresó a Montegrande –donde están sus restos ahora- y ahí aprendió sus primeras letras, de parte de una media hermana que era profesora y se las enseñó. Ese es su origen, sencillísimo. Ella no fue a ningún liceo, ella no fue a ninguna universidad, ella no tenía apoyos sociales ni económicos.

Empezó a ser profesora, maestra como se decía entonces, en una escuelita cerca de La Serena, con bastante mal resultado porque la acusaron de la pérdida de algunas cosas y tuvo que salir...

Pasa a ser la gran Gabriela Mistral en 1945, recién terminada la segunda guerra mundial, cuando obtiene el Premio Nobel de Literatura, el primero para una mujer en Hispanoamérica (tengo entendido que hasta ahora es la única mujer).

Fue profesora porque la Universidad de Chile le reconoció sus méritos y le otorgó el título.

Esta mujer que fue deambulando como profesora de liceo estuvo en Temuco -donde la conoció el futuro Neruda-, en Santiago y, sobre todo, en Punta Arenas.

Hasta el año 1922 ella no había publicado ningún libro. Sin embargo, sorprende que ya sin embargo era conocida. ¿Qué pasó? Gabriela escribía desde niñita, y los primeros textos que los eruditos han descubierto con el tiempo, eran unos poemas corrientes, pero muy pronto eran muy valiosos. Quien la hizo pública fue un profesor, Manuel Guzmán Maturana, quien elaboraba unos textos de estudios de Castellano para distintos niveles, con gran interés por la poesía, incluyendo en ellos poemas de Gabriela. En varios tomos de estos niveles –un libro de texto, con un mal papel y con unas ilustraciones muy débiles-, Gabriela se dio a conocer con más de 50 poemas, y estando en Punta Arenas, ella recibe una invitación del ministro de Educación de México para participar en una reforma educacional en ese país. O sea, sale de Chile sin haber publicado ningún libro, sin tener ningún título, y es, sin embargo, ya conocida a través de su vinculación con la poesía y con la educación.

Ese es el otro punto para mí relevante: no publica nunca y se dedica a los niños en gran parte. Su primer libro fue publicado en 1922.

A raíz de su permanencia en México, es invitada también a Estados Unidos, y allí el instituto de Las Españas –que sería como el Cultura Hispánica de ahora- le pide y le “saca” –ella siempre fue muy contraria; en su vida sólo publicó tres libros- “Desolación”, en un momento muy rico para nuestra poesía, porque al año siguiente Neruda publica sus “20 poemas” y un poquito antes lo había hecho Vicente Huidobro. Gabriela Mistral –y aquí viene un punto muy sencillo y delicado- escribe entre estos grandes chilenos –el futuro Neruda y el ya reconocido Huidobro-, pero lo hace en una forma que no es podríamos decir vanguardista –porque Huidobro era novedad, lo que no se había escrito, el Creacionismo; y Neruda, todavía un poquito neorromántico pero muy luego iba a llegar a la postura surrealista de la “Residencia en la Tierra” que empieza a escribir a fines de los 20 en la India y publica el año 31-. Gabriela Mistral no. Gabriela Mistral en “Desolación” usa la rima, con sonetos, con un ritmo bien acusado, pegajoso casi, con temas para niños, del amor, de la muerte, religioso, y también con una cierta novedad dentro de lo tradicional, como es que incluye prosas  (porque Gabriela Mistral fue una estupenda prosista y, para algunos casi más prosista que escritora en verso).

Gabriela Mistral, que ha sido quitada de bulla, no se siente favorecida en Chile, pero se la nombra cónsul en el extranjero y empieza esta Gabriela Mistral más célebre. No se le ha dado el premio Nobel y le echaron bastante atrás el premio Nacional de Literatura, si se piensa que éstos los empezaron a dar en 1942 y en el ‘45 ya se lo podrían haber dado, pero aunque sea un poco absurdo, primero recibió el Nobel el ‘45 y 4 o 5 años después le otorgaron el Nacional.

Ella se sintió un poco rechazada por las escritoras. Había mujeres, señoras, muy de lo que era la aristocracia, clase alta social, y ella se sintió rechazada. Escribía la mamá de Vicente Huidobro, escribía la señora Matte de no sé quien, e incluso otras más sencillas como Amanda Labarca, pero de todos modos, no la consideraron, no la cotizaron, y los grandes vanguardistas, como Neruda y Huidobro, tampoco. Después Neruda se apegó un poco, pero en su vida fueron bien poco amigos.

El segundo libro, “Tala”, va a ser en 1938. O sea 16 años después. Y ella tenía mucho material, pero siempre muy perfeccionista.  

(“Desolación”, “Tala”, -y me anticipo- “Lagar”. Siempre una sola palabra, un solo sustantivo. “Desolación” es la soledad, “Tala” es corte, y “Lagar” el que exprime, la piedra donde la vid entrega sus frutos; es decir son 3 palabras, 3 sustantivos, sin modificativos ninguno, que van mostrando como en crescendo una situación más que de melancolía, triste, de sufrimiento.)

Entonces, este es un aspecto que a mí me sorprende en Gabriela Mistral, ella, en medio de los homenajes, ya había aparecido este segundo libro, siempre exitoso,  y se siente no acogida, ella tiene un sentido patético de la vida. Ella no tiene un sentido lúdico de la vida como lo tiene Huidobro, ni social ni político como en general lo va a tener Neruda, ella tiene un sentido religioso, pero con mucha insistencia en el Cristo dolorido, a veces en el Niño Jesús también, pero principalmente el Cristo de la cruz. La muerte está muy presente en el amor de ella.

Pero ha habido un cambio ahí -no sólo la intensificación de “Desolación” a “Tala”-, y es que ella introduce los temas americanos. Están estos himnos a la cordillera, al sol de trópico, al maíz. Se va apartando del tema únicamente subjetivo, del tema del amor que se fue, o de los niños. Ella va universalizando temáticamente su poesía y ya no es sólo el yo y el tú, sino que es también la naturaleza y son ellos, los indígenas, los aborígenes, pues el sol de trópico habla de los quechuas, de los aymaras, de los incas, y después va a hablar de Arauco. Además empieza a introducir una poesía mucho más sobria, ya no tiene las rimas tan ricas, ya no hay sonetos –que eran tradicionales- y empieza con la rima asonante e introduce un vocabulario distinto, con bastantes términos indígenas.

Después va a publicar sólo un libro más, que es “Lagar”, de la muerte. Para el tercer libro ella trabajaba en la librería del Pacífico y le tironearon el tercer libro.

(Ella escribió mucho más de lo que publicó en estos tres libros. Aquí hay doscientos y tanto… y luego toda la prosa… se han hecho por lo menos 10 volúmenes).

Y en ese sentido yo admiro la capacidad de evolución de Gabriela. Dentro de lo parca que fue para publicar, cómo ella sigue siendo la misma, pero se pasa de un extremo a otro, se pasa de una poética rica posmodernista inicial –con esa rima sonora y ritmos muy acusados también- a una poesía mucho más sobria. Deja inédito, casi terminado, lo que fue el “Poema de Chile”, que Doris Dana publicó cuando ella ya había fallecido, que son unos romances y se organizaron de norte a sur. Pero no se trata de algo puramente descriptivo sino que hay un hilo que une todo esto, que es un viaje del yo –que aparece como la madre- con un sobrino, con un indiecito. Entonces es muy original. Ella va mostrando la geografía de Chile con este hilo conductor que es el viaje.

¿Tuvo la oportunidad de verla?

Yo la conocí. Ella venía a una casa en el barrio El Golf, donde tenía una amiga que la invitaba, una señora Echeñique me parece que había nacido en Suecia o algo así. Yo era chiquillo y ya me gustaba la poesía, y como sabía que esta señora vivía detrás de la iglesia el Golf, merodeaba la casa con el ánimo de divisarla y de repente vi un auto que iba despacito, conducido por Eduardo Frei Montalva –por esos años no había sido Presidente pero sí era político conocido-, que había sido mi profesor, y él me reconoció, me llamó y me dijo: “¿quieres conocerla?” “Imagínese... a eso vengo”, le contesté. Y ella, súper amable, me firmó un libro, un ejemplar de Desolación que creo que yo le había sacado en ese momento a mi mamá. Ese fue mi único encuentro personal, después la vi a la distancia, cuando volvió en el tiempo de Ibáñez y en el tiempo de los radicales.

La impresión que uno tenía, era de una cierta majestuosidad. Yo siempre he dicho una cosa un poco tonta si se quiere, pero la digo: El rostro de Gabriela es como una mezcla bien curiosa, de Caupolicán y Beethoven. No era bonita, pero era importante; tú no te olvidabas de ella. Lo vuelvo a decir, tenía una majestuosidad como la de un mascarón de proa. Era una persona de cierta lentitud, de cierta solemnidad. Muy distinto de Huidobro y Neruda. Ella tenía una voz femenina, bastante cristalina, con un hablar cadencioso, y miraba a la cara a quien hablaba. Ella no escabullía la mirada.

Era alta, solía andar con vestidos largos, un poquito pasados de moda o tal vez de pre-moda, nunca con pantalones –no la vi yo al menos, no recuerdo-.

Escribía, lo ha dicho, sin más mesa que sus rodillas. Tiene algunas cosas de ese tipo. Escribía a mano, no usaba la máquina de escribir, y siempre estuvo, bueno desde cuando pudo, con alguna secretaria, y entonces le pasaban eso y guardaba las cosas.

Siempre he relacionado esa imagen fuerte, tan distinta, entre lo más aborigen y lo más culto. Fuerte, majestuosa, y más que melancólica, un poco patética. Ella sufrió mucho.

Fue una mujer sola. Nunca tuvo dinero, al final le pagaban estos viajes. El gobierno de Chile se portó bien con ella, y ella fue cónsul en distintas partes. Murió en Nueva York de un cáncer.

Eso yo te diría es una imagen y que corresponde mucho a su poesía, a esta soledad. No tuvo hijos, pero crió a su sobrino, hijo de un hermano, que se murió cuando ella era cónsul en Petrópolis y nunca se supo exactamente cómo. Ella nunca aceptó la tesis de un suicidio. Esa es la paradoja de esta vida, fue el mismo año que recibía el premio Nobel.

Otra característica es que ella fue muy personal. Gabriel González Videla, cuando era Presidente, pensando en el Nobel y como había sido embajador en Francia, hizo traducir algunos poemas de Gabriela y quiso publicarlos con una introducción de Paul Valery. Ciertamente fue un prólogo convencional, pagado, y Gabriela Mistral no lo aceptó. Era muy personal. Y en cambio propuso el de un francés que era mucho menos conocido, pero que era más auténtico, conocía su poesía y la amaba. Esas cosas son detalles si quieres, pero que muestran una personalidad seria.

¿Y usted por qué tiene esa cercanía?

Diría que por todo. Yo llegué a la literatura y al castellano no a través de la novela, el cuento o el drama, ni los ensayos, sino de la poesía.

Gabriela es –junto a Huidobro y Neruda- uno de los tres grandes, para algunos la más grande; tal vez la más profunda es Gabriela. Es menos juguetona, menos innovadora hasta cierto punto, menos vanguardista, más tradicional, es un poquito mayor que los dos.

Además, es cierto que Neruda también tuvo un origen modesto y provinciano, pero muy luego fue una flor... En cambio Gabriela Mistral no tiene más importancia que la de su poesía y la de su personalidad, pero no de estas situaciones un poco externas, como la diplomacia, la vida social o la política, y  entonces para mí eso es de nuevo un ejemplo.

Además, de todos los nombrados, es el poeta más cristiano. Y entonces, bueno, yo también me siento identificado. O sea, leer lo que ella piensa sobre los pasos de Jesús y qué se yo, a mí me llega personalmente.

¿Y su poesía religiosa es como una búsqueda?

Claro, ella está siempre detrás de una verdad, que ella vislumbró en la Biblia. Y que cita muy bien, se ve que la conoce, sobre todo los salmos, y después siguió buscando y llegó a las cosas orientales, a la teosofía, pero luego si tú quieres, en una tercera etapa de búsqueda, encuentra a través del franciscanismo, lo que es la pobreza.

Gabriela viene a Chile el año ‘23. Todavía no había sido nombrada cónsul en el extranjero, pero ella se siente como demasiado acogida, como demasiado famosa ya (lo fue, en México, en Estados Unidos; en Chile el libro “Desolación” fue muy criticado por Pedro Prado y por Alone, que eran los mayores críticos de la época), y entonces ella quiere retirarse de este mundo y va a un lugarcito (ya no recuerdo) y ella hace una declaraciones en El Mercurio diciendo “ahora soy católica”. Porque ella pasó por una cierta creencia de teosofía, orientalista, pero en este viaje declara que es católica y yo diría que nunca abandonó este credo. Yo no sé que haya sido muy de asistir a la iglesia, pero lo era a través de los franciscanos. Ella nunca olvidó su pobreza, su origen modesto, y, entonces, de todos los sacerdotes por aquí y por allá descansó sobre todo con los franciscanos, y eso fue hasta el último, ella murió franciscana y entregó el dinero que se pudiera obtener de sus libros a los niños de Montegrande, a través de los franciscanos. Ella había sido formada en la Biblia, su abuela se la leía siempre, o sea, ella llegó a la Palabra de una forma linda, escuchándola y no sólo leyéndola; ella fue siempre amante de los salmos,  siempre los citó así como a Job y la historia del pueblo judío.

Lo religioso está siempre presente, desde un principio hasta el final.