Marzo 2009 / NÚMERO 25

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Ambos aparecen en el libro Almácigo, editado por Luis Vargas Saavedra, en base a escritos inéditos de la poetisa.

 

TODAVÍA   (fragmentos)

Los pies de Cristo van por la Tierra,

caminan y no están rendidos.

Van por salinas, van por dunas

y por peñascales andinos,

y la hoja doble de las huellas

todos  alguna vez la han visto.

 

Sólo los pasos que atrás dejara

para mí también, Jesucristo,

y los otros que lo siguen

sin final y sin principio.

 

 

MIENTRAS OTROS VAN CANTANDO APRESURADOS

Mientras otros van cantando apresurados

y ardientes estrujando un obsceno cantar encanallado,

yo sigo rezándote, Dios mío,

con mirar, con decires y actitud.

 

Yo te pido, Maestro, que me mires

como te estoy rezando a muchos años

con mirar y actitudes y decires.

 

Cristo, te contaré, se van tornando

tanto tu suave hechizo fue ganando

mis sangrantes entrañas.

 

Tan llena de temor voy caminando,

tan fría apretada es la tiniebla,

tanto se entró en mi entraña,

todas mis suaves hablas, oraciones,

entre labios un temblor eterno,

que como van al son de sus canciones

los otros mis hermanos, yo voy, Cristo.

 

Los dichosos nunca conocieron

ningún cristal tan bueno para verte

que estos tibios cristales de mi llanto.

 

Yo no sé otra actitud que esta

Con la faz en el polvo y la mirada sencilla

buscándote rendidas las rodillas

y la boca de oraciones apretadas

para estirar mis brazos hacia ti.

 

Tú me pondrás sobre tus hombros finos

alredor de tu cuello delicado

cuando no pueda más por los caminos

mi pie de toda marcha maltratado.

 

Tú apretarás tus vendas amorosas

sobre el borde encendido de mis llagas

cuando se me vayan las linfas de la vida.

 

Me darás tu calor para mi frío,

la suavidad sobre mi crispadura,

y la leche de tus ojos como luna,

después me darás, oh! Cristo mío,

la almohada de tu pecho, la segura,

y ha de dormirme tu canción de cuna.

 

Yo soy, Señor, la espiga sazonada

buena para tu viento y para tu hoz

a todo ardor de angustia madurada

buena para la tierra y para voz.

 

Vácia mi harina suave entre las hierbas

y lo demás que hay esparcido en ella

recóbralo del modo que Tú sabes

a tu manera silenciosa y bella.

 

Dame la muerte dulce, silenciosa

de las aguas que se mueven

sorbidas por el sol de suave labio,

entrar en Ti con la perfecta calma

del río hondo en los mares

y que me sorbas como un par de labios.

 

Dame el dulce morir, el darte el alma

como se diera un beso sin zozobra,

sin esquives y sin agravio.

 

Tú enséñame a ofrecerte el alma mía

con el gesto sencillo del que alarga 

a su dueño una fruta o una flor.