Marzo 2010 / NÚMERO 37

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El valor de volver a las cosas esenciales en la vida
Entrevista al Vicario de la Pastoral Social y de los trabajadores, Padre Rodrigo Tupper

¿Qué opina de la  solidaridad espontánea que surge entre las personas que han sufrido una misma desgracia?

El lunes después del terremoto subí al Santuario del Cerro San Cristóbal y a los pies de la Virgen miraba  la ciudad y la ciudad estaba en silencio.  Era impresionante. Eso no sucede un lunes cualquiera al mediodía. Mi impresión es que estamos todos un poco “para adentro”. Se nos ha entrado un poco el habla. Por otra parte, esto de preguntarse unos a otros “qué te pasó”, “cómo está tu familia”. La primera inquietud es por las personas. Es muy bonito, hay ahí algo muy valioso que rescatar.

Después, las consultas de cómo ayudar, qué hacer para colaborar. Es otra cara muy bonita. También hay caras feas, como los saqueos, robos y especulaciones. El contraste entre la cara de la virtud y la cara del vicio.

Creo que es un cataclismo que nos va a dejar muchas tareas. Hemos visto cosas que no hemos visto antes en Chile, el fenómeno de los saqueos, los robos, la especulación, una cosa muy bruta, de lumpen. Eso nos tiene que hacer reflexionar. Como también la situación de los jóvenes en riesgo social, a quienes está dedicada ahora la campaña Cuaresma de Fraternidad. Hay cerca del 30% de los jóvenes que está fuera del sistema escolar, cerca de un 20% de jóvenes cesantes, es decir, son muchos que están fuera  del sistema. Entonces, ¿qué podemos esperar de ellos en situaciones como estas? No podemos esperar actitudes de solidaridad, de servicio, porque no los hemos preparado para eso. Más bien los hemos preparado para la esquina, para la calle, la violencia, la oscuridad. Y ahí está la respuesta, en parte.

¿Qué le parece que recién en estas situaciones extremas la gente expresamente valore mucho más la vida humana que las cosas materiales?

Nos hemos acostumbrado mucho al materialismo ambiente. La vida cotidiana, cuando todo funciona, gira en torno a la última zapatilla, la última camisa, el último plasma, a las cosas. Lo interesante de fenómenos como éste es que nos hacen inmediatamente volver a lo esencial. Me parece que nadie en su primer pensamiento, si no estaba en su casa, fue si el plasma se le cayó o no. Su primer pensamiento estaba en sus seres queridos. Momentos como éste nos ayudan a volver a poner las cosas sobre la balanza, dónde está lo esencial de mi vida. Momentos como este son para reflexionar cuánto tiempo le dedico a mi familia, qué calidad de tiempo le doy, si me preocupo verdaderamente en lo cotidiano de ella. Esta oportunidad nos debería ayudar a volver a centrarnos en aquello que es lo clave en nuestra existencia: nuestra relación con la familia, nuestra relación con Dios, con el prójimo, que son las relaciones esenciales en la vida, pero el materialismo ambiente se nos cuela y pone una muralla entre ellas. Aquí se derriba muy fuertemente esa muralla y tenemos que seguir profundizando en lo que francamente es lo esencial.

¿Cómo ver a Dios en medio de esta tragedia?

Mucha gente a uno le dice: “Estoy enojado, tengo rabia, ¿Dónde está Dios? ¿Por qué permitió esto?”. Son preguntas legítimas y es humano y normal hacérselas. Desde un punto de vista estrictamente cristiano sabemos que Dios no interviene así para educarnos de alguna manera. Si Dios actuara de esa manera en la humanidad, entonces nuestro Dios sería un monstruo y una cosa espantosa. Yo no creo en ese Dios. Creo en Jesucristo, que es un Dios del amor, y que es también  el Dios del dolor, porque Jesucristo es el Dios crucificado, que ha dado su vida por nosotros. Entonces, Él está inmensamente metido y solidarizando con nosotros en esta situación, porque es un Dios solidario y está en nuestro dolor, porque Él lo ha asumido en la cruz.

Creo que tenemos que preguntarnos cómo estamos cuidando la naturaleza, de qué manera hemos sido respetuosos de la creación de Dios. Esa es también una reflexión que tenemos que hacer. Muchos de los fenómenos de cambios climáticos que se producen en la tierra son producidos por nosotros y por nuestro descuido y abuso de la naturaleza. Aquí hay una reacción propia de la naturaleza. Si Dios interviniera de esta manera, está liquidada la libertad con que nos ha creado. Nos creó libres y, por lo tanto, en el buen uso de esa libertad descubrimos la huella de Dios inscrita en la naturaleza, pero sobre todo inscrita en el corazón de los hombres.

Claro que Dios permite estos fenómenos, pero en virtud de la libertad humana. ¿Dónde está Dios en esta catástrofe? ¿Dónde tenemos que ver a Dios? Dios está en cada acto de amor, de solidaridad, de generosidad, en cada entrega por el prójimo, por mi hermano. Estoy convencido que Dios actúa a través nuestro en todas estas circunstancias. En el trabajo ingente, por ejemplo, de los bomberos, las 24 horas al día, sacándose la mugre en ese trabajo, está Dios actuando, ha puesto en el corazón de ese hombre una actitud de mucha generosidad, de servicio desinteresado a los otros.

Dios es nuestra esperanza y nuestra confianza y por eso nos aferramos a Él en este momento, para pedirle que nos regale la fuerza, la capacidad, la inteligencia para reconstruir lo que hoy día está dañado, que podamos contar con esa fuerza que nos viene de lo alto para ser colaboradores suyos en la creación y recuperar lo que hemos perdido.

Por eso el Papa decía que la esperanza, en este momento, tiene que ser más viva que nunca, porque en medio de toda esta calamidad tenemos que abrir los ojos para ver cómo Dios nos está acompañando, enviándonos la  fuerza, dándonos un corazón  generoso para actuar en su nombre y que otros puedan descubrir esa huella de Dios.

Entonces, un terremoto u otro cataclismo, ¿no son un castigo de Dios?

Yo no creo en un Dios castigador. Yo creo en el Dios del amor, en el Dios redentor, que nos salva, nos ama y que dio su vida por nosotros. Dios es un juez justo y, por lo tanto, el elemento de la justicia es muy importante. En el juicio de Dios lo que uno espera siempre es que prime el amor, pero Dios también hará en una corrección, pero me niego a creer que esto sea un castigo de Dios. No es su manera de actuar. No nos castiga, Dios nos ama, lo que quiere es el bien de todos sus hijos e hijas. “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Esta es la centralidad del Evangelio de Jesucristo. ¡Qué cosa más contradictoria esta situación de muerte, de desastre, de calamidad con este anuncio del amor de Dios!

Que nosotros saquemos enseñanzas de todo esto es otra cosa que sí tenemos que hacer. Tenemos que aprender lecciones de esto, porque estas situaciones hacen volver a lo esencial. Un hombre o una mujer que está desbocado trabajando, que dedica todas las horas de su vida para trabajar, para ganar plata, ganar y ganar y pierde tiempo de estar con sus hijos y familia, hoy día tiene que decir que trabajar así no vale la pena. O un hombre de empresa tendrá que hacerse la misma reflexión, porque el empresario que perdido todo en este desastre, pero salvó a su familia, tendrá que valorar y decir “mantuve lo esencial. Lo otro lo recuperaré”. Entonces, al volver a lo esencial, sacamos lecciones y ese es un aprendizaje inteligente que tenemos que aprovechar.