Edición NÚMERO 49
Marzo 2011

“Que el padre Fernando se encuentre con Dios y su amor”

Entrevista al padre Javier Barros Bascuñán, párroco de Santa Marta, Zona Cordillera, quien perteneció a la Unión Sacerdotal que dirigía el Padre Karadima y luego se distanció de ella.

 

Siendo miembro de la Unión Sacerdotal del Sagrado Corazón, ¿Cómo ha vivido  o todo este tiempo, desde las denuncias en contra del P. Karadima, hasta hoy, que ya se conoce la sentencia de la Santa Sede?

Yo comencé a ir a la Parroquia del Sagrado Corazón cuando era muy niño. Siempre he estado vinculado a ella, y más tarde, como sacerdote, comencé a participar en la Unión Sacerdotal. Allí aprendí mucho. Guardo mucha gratitud por ello. Pero el año pasado supimos de las denuncias, lo cual me dejó con un sentimiento de perplejidad muy grande. Yo simplemente no lo podía creer. Por supuesto, presumíamos la inocencia del P. Fernando, queríamos que fuera totalmente inocente de todo ello. Sin embargo, encontré que era mi deber poner oído a los que denunciaban este comportamiento. Soy sacerdote! No podía dejar de escuchar a los que mostraban tanto sufrimiento. Y me fui dando cuenta que podía ser cierto. Luego viene un período de mucho dolor que todavía no termina.

 

Cuando usted asume que las denuncias eran verídicas, ¿se destruye, se derrumba algo dentro de usted?

Gracias a Dios, y a quienes me han mostrado el camino de la fe, creo fundamentar mi vida  en Cristo. No en las personas. Como dice Jesús, el Señor debe ser la roca sobre la cual edificamos la vida. Todo se puede desmoronar en la vida, pero Cristo está siempre ahí, y tú lo experimentas como el gran apoyo de tu vida. Yo creo que hoy estaría acabado si no fuera por la fe en el Señor, si no fuera por el Sagrario de mi capilla en la casa, si no fuera por mis amigos sacerdotes, mi familia y por la oración de tanta gente que en mi parroquia reza por mí, con tanto respeto, casi sin decirme nada.

 

¿Qué enseñanzas deja esta experiencia en la Iglesia?

Yo soy un convencido de que Dios conduce la historia y aquí Dios nos está hablando. Estoy seguro también, que detrás de una desgracia viene siempre una ‘gracia’ de Dios muy grande que nos ayuda a superar esos momentos. Así, siempre dije que Dios sabrá sacar un bien muy grande de todo esto.

En este momento creo que tenemos que aprender a discernir lo bueno y lo malo de la experiencia que como sacerdote he tenido siendo miembro de la Unión Sacerdotal. Hay cosas maravillosas, mezcladas con otras que hay que corregir. Es un trabajo delicado, pero muy necesario.

Por otro lado estoy feliz de pertenecer a la Iglesia católica, que no se resta de buscar siempre la verdad en la caridad. Que en este caso ha escuchado finalmente a todos por igual y ha podido hacer justicia. También me ha servido para valorar el servicio eclesial de la Santa Sede. Todos nos podemos dar cuenta hoy qué importante es el trabajo de los colaboradores directos del Santo Padre, quien además, en este tema nos ha dado tanto ejemplo de valentía, de justicia y de misericordia.

 

¿Cómo ve usted que Dios puede transformar este hecho doloroso para la Iglesia en vida?

Yo recuerdo a un matrimonio que sufrió mucho por la enfermedad de uno de sus hijos. Fue una experiencia muy dolorosa. Pero les sirvió para estar sensibles a muchos otros niños que sufrían igual. Hoy tienen una fundación que se preocupa de niños con la misma enfermedad de su hija. Así, creo que nosotros hoy, después de esta experiencia tan dolorosa deberemos estar mucho más atentos a los que sufren igual que las víctimas de este caso. Siempre la Iglesia ha estado atenta a los que sufren, pero aquí hay un sufrimiento que tal vez no estaba suficientemente claro en nuestro horizonte pastoral. Me gusta mucho pensar que el dolor de las víctimas de hoy pueda servir para que todos nosotros podamos estar dispuestos a prevenir eventuales víctimas o, si es demasiado tarde, decidirnos a comprender y consolar a muchos otros que han sufrido lo mismo que esas víctimas.

 

Frente a delitos muy graves, mucha gente dice “esto no tiene perdón de Dios”. ¿Hay perdón de Dios, incluso en pecados muy grandes?

Siempre hay perdón de Dios, porque el amor de Dios es infinito y el perdón es el don más grande que brota del corazón de Cristo. San Lucas nos dice que Jesús murió perdonando. Por lo tanto, no hay falta, por grande que sea, que no tenga perdón de Dios.

Ahora bien, toda falta es una ofensa a Dios y también una ofensa a la comunidad. Por lo tanto, el perdón implica que el pecador pueda reconciliarse con Dios y también con la persona o la comunidad a la que ha ofendido. Para ello debe realizar una reparación - moral al menos- de los daños provocados. Perdonar, por lo tanto, no es llevar al olvido la falta, sin más, sino que obliga a reparar la injusticia provocada. Por este camino han pasado o deberían pasar todos los cristianos, incluso los santos.

 

¿Quiénes están llamados a la santidad?

La esencia del evangelio es para todos. Nos anima el Señor a buscar el reino de Dios y su justicia, su santidad. Como ha enseñado el Concilio todos estamos llamados a la santidad. Es una llamada universal, para laicos y consagrados. Esa llamada es para el  sacerdote aún más clara, pues ¿cómo pretende guiar a los demás hacia la amistad con Cristo si él mismo no es amigo del Señor?

 

Las exigencias del Evangelio, las conductas morales, ¿son para todos, sacerdotes y laicos?

Claro. Es el primer paso para una vida en Cristo. Nadie puede pretender ser santo eludiendo la exigencia moral. Además, hay que recordar que la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, ni disponer de grandes carismas, sino simplemente en hacer lo que Dios quiere y hacerlo con amor. Hay santos que no tenían elocuencia, santos que humanamente eran poco dotados, incluso con pocos frutos cuantitativamente hablando, pero eran santos porque amaron con el corazón de Cristo. La santidad es la perfección del amor.

 

¿Qué actitud les pide a los católicos frente a la situación del padre Fernando Karadima?

En primer lugar, tener compasión de él. Sufrir con él, porque él es miembro de la Iglesia. Y cuando un miembro sufre, todos sufrimos con él. Para eso yo diría que lo acompañemos con la oración para que el P. Fernando se encuentre con Dios.  Justamente las penas que está cumpliendo ahora tienen que ver con eso, que él pueda hacer una experiencia espiritual de relativa soledad en la que pueda encontrarse consigo mismo, con la verdad de su propio ser, y asumiéndola, pueda escuchar la voz amorosa del Padre Dios que lo ama y que lo quiere salvar.

Además, que recen por todas las personas que han conocido al padre Fernando, pues necesitan el apoyo de la fe, con la cual volvemos a darnos cuenta que nosotros los sacerdotes somos solo instrumentos de Dios. Instrumentos frágiles, llenos de debilidades. Tenemos que aprender a agradecer los bienes de Dios que pasaron a través de las manos del p. Fernando, y al mismo tiempo pedir la luz de Dios para comprender y perdonar sus debilidades.

 

¿Cómo cree que la Iglesia en Santiago va a salir de esta situación? ¿Va a salir más purificada?

Estoy seguro que así va a ser. Es lo que ha ocurrido siempre con la Iglesia durante toda su historia. Y es así porque el Espíritu Santo la anima. No nos olvidemos que, como dice san Juan, “el espíritu hace nuevas todas las cosas”. Pues así hará nueva a la Iglesia.

También es una oportunidad para examinar cómo estamos viviendo nuestro sacerdocio en la Iglesia, cómo se debe entender la autoridad en ella, especialmente en el campo tan sagrado que es la conciencia. Y cómo debemos trabajar siempre por la comunión en la Iglesia.  

 

¿Esta experiencia le ha ayudad a usted personalmente a crecer en la humildad?

Así espero. El Señor tiene sus caminos y nos enseña de las maneras más inauditas muchas cosas. Finalmente, no dejamos nunca de ser discípulos.