Noviembre 2009 / NÚMERO 33

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Cristopher Pinto, 21 años, seminarista
Asumir la vocación

Cristopher Pinto salió del Colegio Los Conquistadores, de Cerrillos, trabajó un año, hizo un preuniversitario y finalmente no estudió Comercio Internacional, sino que pidió su ingreso al Seminario Pontificio Mayor de Santiago. “Me costó decidirme por el Seminario, pero era lo que más quería. Lo que pasa es que me costaba asumirlo”.

El proceso se había iniciado formalmente un año antes, cuando le dijo a su director espiritual que quería postular al Seminario Pontificio para ser sacerdote. Desde que era un niño. Cuenta: “Cómo surgió, no sé. Pero sí me acuerdo que se lo manifesté a un sacerdote que fue al colegio. Me dijo que empezara siendo acólito. Ahí vi lo que hacía el Padre en la Misa y empezó a crecer la semilla. Evangelizar a las personas fue nutriendo la vocación que el Señor me iba regalando”.

Recuerda: “En el colegio no era destacado, era del montón. Nunca me fue mal, pero me costaba estudiar porque lo pasaba muy bien en el colegio, era bien desordenado. En Historia y Filosofía me iba muy bien.”. Sus padres se conocieron en la capilla de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen en Maipú y ahí se casaron. Así, de pequeños, él y su hermana iban a la capilla a misa y allí hicieron todos los sacramentos de iniciación cristiana. En la capilla Cristo Vivo fueron creciendo humanamente y en la fe, como seres humanos y en familia.

Con los años se dio cuenta que tenía pasta de sacerdote cuando se hizo cargo del grupo de acólitos. “Me gustaba compartir con ellos, me quedé a cargo de ellos y les enseñaba cosas de la fe: cómo ayudar en la misa o los sacramentos”, señala.

En el verano del 2006 quiso postular al Seminario. Estaba con un amigo, que también tenía inquietudes vocacionales. Me preguntó cuándo iba a postular. Le dije que después de él. Al día siguiente le dijo a su director espiritual que quería postular al Seminario. Él le respondió que tenía que esperar. Para ver si era en serio o no. “Hace años que venía sintiendo el llamado vocacional, pero no quería decir que sí porque estaba en el colegio”. Añade: “Al principio pensaba que no iba a tener familia, hijos, que uno no tiene una profesión ni ingresos. Por eso no quería, pero en el fondo sí quería.

Dije finalmente que sí, porque el llamado era muy fuerte. Por más que corrí, no me pude escapar de Dios”.

En los tiempos de indecisión, recuerda que buscaba una profesión, pero ninguna le llamaba la atención fuertemente. “Por otro lado estaba el Seminario, que era lo que quería, pero me costaba aceptarlo. Cuando acepté, en conjunto con el Seminario y la dirección espiritual, porque uno no se da la vocación a sí mismo, supe que esto era lo que quería. Esto es lo que me gusta más que cualquier carrera o profesión que exista. Esto es lo que Dios quería para mí y lo que en le fondo yo también quería para mí”. Añade: “Esa confirmación la veo en la oración de cada día en la mañana. Cada día le pregunto lo que quiere de mí”.

¿Sentiste perdido el año en que trabajaste y estudiaste?

Para nada. Creo que Dios todo lo hace por algo. En el Seminario uno lee la vida. Todo lo que hice anteriormente me fue llevando a esto.

Quise postular al Seminario recién saliendo del colegio, pero no se dieron las cosas. Antes pensaba que ese año había sido perdido, pensé que podía haber postulado antes. Pero Dios todo lo recupera, porque ese año que me puse a trabajar me ayudó a conocer la realidad del trabajo, que no la conocía. Me ayudó a conocer lo que cuesta ganarse el dinero. Todo lo que ganaba era para mí, pero pensaba que había personas que para ellas no era así porque tenían que mantener a sus familias. Me ayudó a ir abriendo los ojos. Ese año fui monitor de confirmación, entonces me fue ayudando en lo que era pastoral. Ese año fue muy significativo, porque en todo lo que veía estaba Dios. No físicamente, pero todas las cosas me hablaban de Dios. Me hice el hábito de ir a misa todos los días, de rezar más. No fue un año perdido, fue un año en que me preparé.

¿Cuáles son las claves para discernir una vocación?

Lo primero es preguntarse, en cualquier momento de la vida, qué es lo que quiere Dios para uno. Lo segundo es preguntarse en qué uno cree que se plenifica o que es feliz. Lo tercero es saber cómo servir a los demás. La vocación no es para uno, porque uno estudia para ponerlo en práctica con los demás. Todas las carreras tienen un sentido social. En el sacerdocio es fuerte el trabajar con las personas en la fe y en la vida cotidiana para que sea más cristiana, más sincera.

Tus padres ¿te presentaron el sacerdocio como una opción?

No. Nunca me lo dijeron explícitamente. En mi familia siempre ha estado presente el tema de la fe. No sé si mi mamá habrá rezado por mi vocación.

En cierto sentido fue una sorpresa. Cuando les dije quedaron para adentro y no me creían. Mi papá quedó “plop”. Hubo un momento que era tenso. Mi papá me preguntó si estaba seguro de lo que quería. Y yo le dije que no sabía, pero es lo que sentía. El me dijo que me iba a apoyar. Mi mamá me preguntó qué sentía, qué me pasaba y yo no quise contarle nada.

No se planteó el tema vocacional en mi familia, pero con las cosas que iban pasando en mi vida fueron deduciendo que mi vocación podía ser esta. En mi familia, mis tíos siempre me decían el cura chico. Ellos lo tenían claro.

¿Cómo fue tu primer tiempo en el Seminario?

Al principio fue difícil. Nunca pensé que me iría de la casa tan pronto. La vida acá es distinta. A mi mamá le costó más, porque siempre las mamás son más apegadas a los hijos. Ahora que estoy en tercero de filosofía ella y mi papá están muy felices. De a poco se han ido acostumbrando. Van conociendo la vida del Seminario, a mis compañeros, preguntan por ellos, rezan por las vocaciones. Les ha hecho harto bien.

Información relacionada en www.seminariopontificio.cl