Edición NÚMERO 45
Noviembre 2010
Concurso volver

Mi hermano

Uno de diez hermanos, de una familia muy humilde con una  madre  llena de hijos y sometida a los malos tratos de un padre alcohólico. A los seis años le tocó, igual que a sus hermanos, salir en busca del pan. Tenía su carita triste, como sabiendo lo que le esperaba en este mundo. Sin embargo, impartía alegría a los que estaban a su lado. Cierto día partió a otros países hermanos a buscar lo que aquí se le había negado y pasó hambre y frío, pero seguía luchando. Conoció a su pareja en un puerto lejano y con cuatro hijos volvió a lo que era su rancho, al lado de su viejita madre y sus hermanos; el padre ya nos había abandonado, a lo mejor en el cielo o quizás pagando. Era especial, cariñoso con la viejita, inventaba cosas para juntar la familia y resultaban, y había sonrisas en muchas caras largas, te daba un abrazo cuando menos lo esperabas. Era comerciante, a menudo viajaba, y digo que era especial porque en el Hogar de Cristo se hospedaba. Le gustaba hacer reír a los viejitos que ahí pernoctaban; antes de entrar los llevaba a sus picadas, un caldo calentito para calentar el alma, se tomaba sus traguitos con sus viejitos contaba. Un 23 de junio recibimos una llamada, cuando compartía con sus camaradas unos desdichados insultaron a sus amigos y él pidió calma. Se fueron contra él, que no pudo hacer nada y le quitaron su vida, lo que más amaba.

Para mi hermanito Mario Sebastián Molina Orellana, que ojala Dios lo tenga en su casa.

Miguel Molina Orellana


 

Al quedar yo sin madre

Quisiera agregar algo más de ella, de lo mucho que he dicho hasta ahora. Ella, la que me crió, al quedar yo sin madre me  arrebató desde  diez hermanos siendo una de las pequeñas (4 años). Mi tía  Elsa,  viuda con tres hijos, cosiendo, cocinando  y lavando para otros con el fin de criarnos con una altura de valores difícil de hallar  hoy. Partió no sin antes  permitirme devolverle ese gran amor que puso en mi corazón. Agradezco a Dios por la gran bendición de haberla  acompañado hasta su último hálito de vida, gracias Jesús…

Juana María Castañeda 


De mi padre heredé la fe

Recuerdo  que siendo pequeñita  me llevaba los  sábados al Mes de María al templo de San Francisco. Llegábamos casi de madrugada. Yo a regañadientes, muerta de sueño y frío. Mi desagrado desaparecía enseguida  al entrar y  verla  deslumbrantemente  iluminada,  colmada  de flores que adornaban y perfumaban sus altares.  Tras  la misa,  la imagen de la Virgen  salía  en procesión por las calles aledañas, seguida de una multitud de fieles  orando  y cantando  fervorosamente.

De la cálida mano de  papá caminaba  contenta   sintiendo como el sol y la presencia de María iban entibiando  nuestros corazones.

M. Patricia González


Cómo no recordar a mi querida abuelita Isabel

Nuestros  padres nos encargaron una misión: todos los sábado la pasábamos a buscar y permanecía en nuestro hogar compartiendo el almuerzo.

De mirada profunda y picarona, silenciosa y decidida.

Su pregunta cariñosa para saber de cada nieto.

El regalo infaltable: uno ricos chocolates para compartir.

Para la Navidad, era la invitada especial

El papá leía el nacimiento de Jesús.

Observaba con  alegría, mientras todos actuábamos disfrazados.

Alojaba en nuestra pieza, por supuesto nos despertábamos con La llamada de su fan club. Nuestra abuelita prima hermana del padre Hurtado nos dejo un sello de solidaridad impreso.

Angélica Zañartu 


A mi gran madre

Ella y yo éramos “yuntas”. Por ese motivo todavía no logro superar su muerte y la extraño muchísimo, aunque hayan pasado ya 3 años el 1 de noviembre. Ella era muy especial, buena amiga, madre, esposa, suegra y abuela, todos sus nietos (7) tienen el mismo sentimiento que yo. Muy participativa en la Iglesia y amante de Dios, pienso que por ese motivo él la premió. Siempre dijo que cuando tuviera una enfermedad grave le pediría a Dios que la llevara luego. “No quiero hacer sufrir a mis seres queridos, ni que gasten tanto dinero. Cuando me muera gasten el servicio que ofrece el INP, no necesito lujos donde voy”. Todo lo que pidió, Dios se lo proporcionó. Se enfermó de repente, duró 3 meses, no sufrió mucho y se fue el 1 de noviembre, imposible olvidarse de ese día. La amaré y extrañaré siempre, aunque a veces me viene a ver y siempre me dice estar muy bien.

Eliana Rojas.


 

La generosidad de la vida

“Amelia, ¡arréglate para que me acompañes!”,  me decía papá. Yo corría, ¡qué felicidad! Sería una tarde emocionante, ¡seguro! Éramos muy compinches, caminábamos y luego nos íbamos a tomar onces … solitos, como un secreto.

Con mamá pasaba horas, me encantaba mirarla cocinar, los olores de las cacerolas, los guisos, las mermeladas, sin saber que yo iba aprendiendo toda la magia de sus recetas.

Así pasó mi infancia, gozando a mis viejitos. Cuando llegaron mis hijos, volqué mis vivencias en ellos; sigo haciéndolo con mis nietos y mi bisnieta. ¡Es la vida que ha sido generosa conmigo! Gracias papá y mamá, ¡los amo!

Rosa Amelia Espinosa Sepúlveda


El recuerdo de mi madre

La fecha más hermosa de toda mi vida es el recuerdo vivo de mi madre, que permanece en mi corazón como huella indeleble, en el día de los difuntos.

Desde mi más temprana edad me enseñó el respeto y amor por nuestra Madre de Dios y Jesucristo su único hijo, a nuestros profesores y a los ancianos. Me preparó para la vida con sus ejemplos y me enseñó a amar la naturaleza, las plantas, flores, animales y todo ser viviente por pequeño que fuera. Conocí la música celestial, la lectura y el arte y soy la persona más feliz de esta bendita tierra.

 

Alfredo Vergara Flores


Quiero contar la historia sobre mi padre que ya no está con nosotros

Mi mamá falleció siendo nosotros muy pequeños, quedando nuestro padre a cargo de sus cinco hijos. Él nos dio cariño, educación y, sobre todo, nos enseñó a respetar a los demás y permanecer siempre unidos como seres humanos.

Desde que éramos niños nos inculcó valores cristianos. Fue un hombre creyente y de mucha fe, aceptó su larga enfermedad con resignación y esperanza en el Señor. Su primer compadre fue San José (mi padrino).

Marcia Trejos Becerra


 

El abuelo

Lo mejor de mi niñez fue mi abuelito. Reemplazó el amor de padre, nos divertimos jugando, conversando. Le gustaba  caminar, era su pasión, yo con mis pequeños pies corría detrás de él que era alto. Los pasos que daba eran largos y cuando  me cansaba él me cargaba en su espalda haciendo muecas de caballito, corría, saltaba. También pescamos juntos. Yo sólo vigilaba los anzuelos. La primera trucha era mía y yo era feliz por ese privilegio. Los cuentos de sus antepasados eran hermosos, mi imaginación volaba con sus palabras.  

Mi abuelo fue el último de los mohicanos de la familia.

Gracias Jesús por recordarnos tu amor hacia mi familia.

Marcela S.T.


 

Era un hombre rudo

Era un hombre rudo y ágil, campesino de tomo y lomo de la región del Libertador Bernardo O’Higgins. Era un hombre muy creyente en Dios. Mantenía unidos a sus hijos y nietos. Buen vecino, humilde y gozador de las cosas sencillas. Cómo no recordar esas tardes junto al brasero cuando decía “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo….” Y nos colocábamos a rezar el santo rosario. Yo estoy muy agradecida, por eso imito su ejemplo en mi hogar, como él hizo con sus hijos y conmigo con mucho cariño y afecto.

Cecilia Toro.


Mi Rosa T

En forma muy especial recuerdo a mi abuela. Sé que hay muchas abuelas, pero una sola Rosa T. Esta abuela no temía a la muerte y me enseñaba a rezar para espantar a los fantasmas de mi niñez. Fuimos cómplices de buenos secretos que aún llevo en mi corazón y que ella se llevó a la otra vida. Mi Rosa T acostumbraba a regar las plantas: hermosas rosas rojas y blancas donde se confundía su cabellera blanca, casi dorada. Su jardín todavía permanece hermoso, como ella lo dejó y desde aquí la recuerdo con todo amor. Descubro cada día que la muerte no nos separó, no pudo acabar con nuestras conversaciones diarias, el buen recuerdo permanece entre cada pétalo en este jardín. Por primera vez aprendí a rezar el rosario y cómo no recordarla si fue mi Rosa T quien me llevaba al Mes de María. Siempre me incentivaba para aprender, para estudiar y perseverar en todo, recuerdo que aprendí a leer pensando en lo que ella me había dicho: si yo aprendía le podría leer cada día un cuento. Recuerdo sus brazos acogedores y fuertes frente a las difíciles circunstancias de la vida. Incluso hoy, en medio de este hermoso jardín, yo sé que el mejor recuerdo que tengo de mi  abuela es haberme enseñado el valor de la vida, el dar gracias a Dios por cada día vivido, valorar la tercera edad como una bendición.

Supo esta abuela ser digna hasta el final de sus días. Agradezco a Dios por haberme dado una abuela como mi amada Rosa T.

Andrea Guerrero


Padre para todos

La figura de san José y sus cualidades se fundieron con las de mi padre terrenal cuando partió. Cumplió su rol con amor, compromiso  e integridad silenciosa. Fue padre para su familia de origen al trabajar desde niño y también para sus hijos y nietos. Acogió todo aspecto o manifestación humana de los otros sin estimarlas triviales, desde lo pequeño a lo difícil. En un acto de amor inconmensurable acompañó a su esposa con alzhéimer terminal, internándose él también que estaba sano y partieron con días de diferencia, él primero, tal vez para recibirla. Un caballero hasta su último minuto, como dicen quienes lo conocieron.  

 

Ana Boudet Constant


Mirada del color del mar

Un hombre, humilde y sencillo, con mirada del color del mar. Me enseñó valores y principios,  pero el legado más importante que me dejó fue el amor a Dios por sobre todo lo terrenal y la inquebrantable fe que llevo en el corazón, además del  amor por la familia.

52 años de su vida los dedicó con abnegación al rescate de gente y luchando incansablemente contra el fuego, por eso lo premiaron con la mención “Bombero insigne de Chile”.

Un 13 de diciembre cerró sus ojitos, tranquilo, calmo, como era siempre y se durmió esperanzado en la prometida  Vida Eterna.

Llamilet Rojas Mateo.


 

“Díceme mamá”

Cuando mi hijo Pablo tenía 5 años vivíamos en un departamento en un tercer piso. Pablo estaba aprendiendo a jugar y bajaba con otros niños a los jardines del edificio. Cada cierto tiempo me llamaba a gritos: “Mamá, mamá". Al verme asomada en la ventana pedía: "Mamá, díceme bebé", y yo le contestaba riendo: “¡Mi bebé, mi niñito, mi bebé!” Después seguía jugando feliz.

Pablo acaba de morir, con 24 años, de una manera cruel, absurda, insoportable. Ahora él está arriba en la ventana. Y yo, que aprendo a vivir sin él, estoy acá abajo gritando: ¡Pablo, Pablo, ¡díceme mamá!

Adelaida Muñoz Andrade 


Minero de terreno

Desde que conocí a mi marido Andrés (Q.E.P.D), conocí el sacrificado trabajo minero, el temple, fortaleza, coraje y esfuerzo de ellos.

Mi marido fue 40 años “minero de terreno”, de incansable búsqueda de minerales para disminuir la cesantía en Aysén.

Ya con dos hijos, nuestros paseos dominicales eran recorrer cerros.

A veces Andrés partía en mula, siguiendo las vetas; tuvo vivencias felices, otras dolorosas por derrumbes con muertes, otras espeluznantes como encontrarse con pumas o lobos.

Andrés también hacía planos. Era admirable, alegre, correcto, sencillo, humano, creyente….

Hoy está junto a la piedra más preciada y divina: Nuestro Señor Jesucristo.

María  Inés Machuca Martínez


Se abrió camino sola

Escribo esto en honor a mi abuelita, ya que ella me dejó muchos valores. Siendo una mujer analfabeta se abrió camino sola, por eso yo la admiraba. Ella enviudó con 12 hijos y a todos les dio estudios, incluidos sus nietos, entre ellos a mí. Me acuerdo que se iba al amanecer  con su canasta bajo el brazo a La Vega donde tenía un puesto. Era  valiente y muy católica, ya que la Virgen de Lourdes le concedió  una gracia que ella pidió. Era muy caritativa con todos, jamás vi una injusticia de su parte o un mal ejemplo, fue una dama. Le doy gracias a Dios por haber sido parte de ella y hago este homenaje a mi abuelita y a todas las abuelitas que ya no están, pero en nuestro recuerdo siguen viviendo.

Homenaje de Leonor Muñoz, nieta, a Leonor viuda de Ramírez como a ella le gustaba llamarse.


Los abuelos

Guardo en mi memoria y corazón los recuerdos más hermosos de dos tesoros que iluminaron mi infancia de ternura y poesía: mis abuelitos.

Con tango de fondo, mi Tata lavaba la loza mientras yo jugaba en el patio, para luego, sobre una banca, dar conciertos de canto para mi abuelita.

Ellos, con su vida, me confirmaron que el amor de verdad y la alegría superan toda adversidad y trascienden en el tiempo.

“Cuando veas una mariposa blanca volar cerca de ti, seré yo”, me dijo ella. Así los recuerdo a ambos, como bellas mariposas, volando siempre cerca de mí.

Paula Pérez.

 


Siempre estás conmigo   

Lo mejor de mi vida es haber tenido a esta persona maravillosa que Dios puso en mi camino en el momento justo de mi vida, gracias a ella y   a todos los valores que me entregó. Sobre todo la fe en Dios y la Virgen.  A pesar que han pasado muchos años  desde que no está conmigo yo la recuerdo cada día. Era una mujer sencilla, amorosa pero sobre todo me entregó su amor de madre que por cosas de la vida no tuve. Ella me recibió como de seis meses. Hoy a mis 50 años y en el momento que estoy escribiendo estas líneas recuerdo cuando estaba en el colegio y era el día de la madre y nos hacían hacer una tarjeta. Yo siempre le hacía un corazón y le ponía: gracias mamita por todo lo que me amas, yo te amo hasta el infinito. Hoy te digo: gracias mamita por todo lo que me  entregaste ¡qué maravilloso es nuestro Dios!  

Este homenaje es para María Isabel Ávila Villena    


                                                                                                                                      

Las cuentas gastadas del rosario

Viejita chiquita, de falda larga, moñito canoso, oriunda de Rengo.

Rosa Herminia Pizarro, mi abuelita, cariñosamente mamita, su vida al rosario consagró, sus padres la enseñaron y con sus hijos y nietos ella cumplió. Anécdota fue, todos chicos y bulliciosos bastaba una mueca o un gesto de alguno de nosotros para tentarnos de la risa sin poder parar ¡fuera, fuera!, decía ella. ¡Se les metió Satanás, no lo permití a mis siete hijos, por qué a ustedes! y entre comprensiva sonrisa nos perdonaba, así aprendimos hacer familia de buenos cristianos, a amar a Dios con toda nuestras vidas mediante el Santo Rosario.

Raquel del Carmen Palominos Pavez