Edición NÚMERO 57
Noviembre 2011

Bonifacia Rodríguez, mujer trabajadora y fundadora de las Siervas de San José
En el año de su canonización (23 de octubre de 2011)

 

Bonifacia Rodríguez de Castro es una trabajadora de la segunda mitad del siglo XIX español. Nace en Salamanca el 6 de junio de 1837 y su juventud coincide con el arranque de la tardía revolución industrial española.
Hija de un sastre y primogénita de seis hermanos, a la muerte de su padre se ve en la necesidad de ayudar a su madre a llevar adelante la casa y la familia. Tenía 15 años. Se emplea primero por cuenta ajena, conociendo horarios agotadores y escaso jornal, por ser mujer. Es una de tantas mujeres que en su época se ven obligadas a salir fuera de casa para ganarse la vida, lo que la sociedad no veía con buenos ojos por los riesgos a que se exponían.
Superadas las primeras dificultades económicas, comienza a trabajar por cuenta propia, estableciendo un taller de cordonería, pasamanería y demás labores. El testimonio de vida de Bonifacia atrae a un grupo de amigas que le piden pasar a su lado las tardes de domingos y festivos para librares de las peligrosas diversiones de la época. Bonifacia las escucha y ayuda y se convierte en su maestra de espíritu. Juntas deciden asociarse y crean la Asociación de la Inmaculada y san José. Su taller se convierte así en un incipiente centro de prevención de la mujer trabajadora, a la vez que un sencillo centro de espiritualidad.

El 10 de enero de 1874 funda junto con su director, el jesuita catalán Francisco Butinyà, la Congregación de las Siervas de san José. Era una novedosa forma de vida religiosa femenina inserta en el mundo del trabajo: las casas se denominaban Talleres de Nazaret, vestían sin hábito, como las demás trabajadoras del país y no entregaban dote, pues procedían de familias humildes. En el Taller de Nazaret trabajaban codo a codo religiosas y laicas y tenían caja común. El objetivo apostólico de la Congregación era proporcionar trabajo a las mujeres que en aquella época se veían en necesidad de trabajar fuera de casa, con el fin de librarlas de los peligros que corría su dignidad de mujeres.
Era un proyecto demasiado arriesgado para no suscitar oposición. A los tres meses de la fundación, el padre Butinyà sale desterrado de España por razones políticas y no vuelve a Salamanca. Los directores que lo sustituyen siembran imprudentemente la desunión entre las hermanas, y uno de ellos, que sentía aversión hacia los jesuitas, intenta cambiar los fines de la Congregación, a lo que Bonifacia se opone tenazmente. Para apartarla como superiora y orientadora del Instituto, promueve primero, durante su ausencia en Cataluña, su destitución como superiora de Salamanca. Más tarde la margina como fundadora en la casa de Zamora, fundada por Bonifacia en 1883, hasta el punto de que la aprobación pontificia de la Congregación, concedida en julio de 1901, deja excluida la casa de Zamora. Bonifacia intenta por todos los medios la unión, pero fallece en Zamora el 8 de agosto de 1905 sin haberlo conseguido, con la esperanza de que se llevaría a cabo después de su muerte. Efectivamente, la casa de Zamora se incorpora al resto de la Congregación en enero de 1907.

Vida evangélica

Cuando Bonifacia Rodríguez muere como grano de trigo (Jn 12, 24), no deja grandes obras, deja una vida de fiel seguimiento de Jesús hecho uno de tantos en Nazaret, obra maestra del Espíritu.

Dotada de extraordinario olfato evangélico, distingue los caminos de Dios y los humanos, optando libre y claramente por los primeros sin vacilación alguna, con total resolución y seguridad, sin titubeos, a lo largo de toda la vida.

Perdona y olvida humillaciones, calumnias e injusticias. Lejos de responder con la misma moneda, sigue de cerca los pasos de Jesús y deja que su silencio y perdón le sellen los labios (Mt 26, 63), nunca se le oye la menor queja, considerándose dichosa de poder imitar el silencio del Señor y su caridad en perdonar a los que lo crucificaron.

Se conservan muy pocas de sus palabras, las suficientes para encontrar en ellas semillas de vida.
Madre y maestra de mujeres trabajadoras, ellas son “las niñas de sus ojos”, les da por entero la vida, pues por defender la prevención de la mujer trabajadora sin trabajo como genuina misión del Instituto padece persecuciones y rechazos.
Sabe sufrir con la madurez de quien lo espera todo de Dios, sin afligirse ni desconcertarse, “siempre igual, tranquila y bondadosa”, “no se preocupaba más que en agradar a Dios en todas las cosas”.

Actualidad de su espiritualidad y misión

Su aporte específico a la espiritualidad de la Iglesia es el seguimiento de Jesús en los años de Nazaret, hermanando la oración con el trabajo en la sencillez de la vida cotidiana para la prevención de la mujer trabajadora.
“Hermanar oración y trabajo”, núcleo de su espiritualidad, es una original intuición de Francisco Butinyà que, como buen jesuita, busca actualizar para el mundo del trabajo del siglo XIX el “buscar y hallar a Dios en todas las cosas” de san Ignacio.
El aspecto central de la misión de Bonifacia mira a la prevención de la mujer trabajadora pobre en situación de riesgo, generando espacios de vida y trabajo en los que la vivencia de Nazaret se convierte en un medio de evangelización y promoción que le permite ver reconocida su dignidad. Cada vez son más y mayores en nuestra sociedad esos colectivos de mujeres: son la porción de Bonifacia, que nos invita a prolongar a su lado, entre ellas, la presencia salvadora de Jesús.

Victoria López, ssj