Edición NÚMERO 56
Octubre 2011

El gozo de experimentar a Dios en la Iglesia

Mónica Toledo, dueña de casa, casada con Ricardo Rodríguez, cinco hijos vivos, entre los 20 y los 35 años, y cinco “en el cielo”, producto de embarazos que no terminaron la gestación, no se cansa de expresar su felicidad, en medio de las cruces, de ser católica.

“Era católica  a mi manera, pero entré a participar activamente en la Iglesia ya mayor, cuando tenía tres hijos. Y estoy contenta de ser católica, porque como estuve fuera de la Iglesia puedo comparar. Lo más grande que me pasó fue sentirme verdaderamente hija de Dios. Ha sido la mejor experiencia de mi vida, que Dios no te pide nada, que te ama tal como eres, que eres tú el necesitado de Dios, que su amor es incondicional. En la Iglesia me pude reconciliar con mi madre, porque tenía algo guardado contra ella y pude experimentar el perdón. Esa reconciliación me trajo una inmensa alegría y me cambió la vida. Ese hecho le dio sentido a mi vida y comprendí que Dios lo hace todo bien. Después de haber ganado mucha plata,  mi esposo tuvo una crisis económica gigante y vimos a la Iglesia muy presente a través de mi comunidad. Me siento feliz y orgullosa de  ser católica y contenta de haber podido llevar mi matrimonio, a pesar de ser los dos tan diferentes, y haber aprendido a traspasar la fe a los hijos.

El combate contra las tentaciones

Javier Rebolledo, 24 años, estudia para Contador Auditor y trabaja como asistente de auditor en una empresa de auditoría externa, vive con sus padres en la Villa España, de Renca. Está alegre en su proceso de maduración humana y de fe.

“Estoy muy contento de ser católico, porque la Iglesia me ha ayudado mucho, con mi familia, mis trancas. Desde niño me ha ayudado a madurar. En este crecimiento, he ido a misionar a diversas partes del país y fui a la JMJ 2011 en Madrid. Hoy puedo dar testimonio que no es lo mismo la vida con la Iglesia que sin ella. Porque me alejé un tiempo, estuve en rebeldía, con un pololeo no cristiano, metido en la fornicación. Gracias a la Iglesia hoy puedo vivir un pololeo casto, a pesar de mi debilidad en la carne. Y viendo el testimonio alegre de mi familia, con nueve hijos, hoy me siento llamado al matrimonio. Esta alegría la veo muy reflejada en la celebrar semanal de la Eucaristía, que me da una felicidad que espero sea plena un día en el encuentro definitivo con Dios”.

La alegría del perdón

Marisol González Varas, Contadora Pública, soltera, trabaja en Administración y Ventas en el sello Alerce Producciones Fonográficas S.A.  Explica así su alegría de ser católica.

“Soy católica y estoy feliz de serlo. Mi alegría de ser cristiana se debe a que con el paso del tiempo he descubierto el amor, la misericordia de Dios, como una gracia, o sea, inmerecida. Esa alegría la siento cuando descubro que el sol sale para buenos y malos, que yo no estoy exenta de ese Sol que es Jesucristo en mi vida. Me produce alegría encontrar el perdón si yo lo pido y me lo creo. Me da alegría encontrar en la Iglesia Católica una comunidad que me ayuda a descubrir y construir la familia en la fe, sentir la acogida de María como madre de Jesús,  protectora de la Iglesia, como también de nuestra patria.  Me  alegra cuando veo que el Espíritu Santo me refuerza con su Sabiduría”.

La meta es la felicidad

Felipe Bahamondes (27 años, casado, una hija), ingeniero civil industrial, gerente general de Juguetería Alemana.

“Ser ingeniero, comerciante y católico me da la posibilidad de enfocar el negocio no sólo en las utilidades o retorno esperado, sino también en intentar que la gente que trabaja conmigo pueda ir creciendo y desarrollándose en todo los ámbitos dentro de la empresa. Para mí el ideal es que la empresa creciera y que todos pudieran percibir los beneficios económicos y que esto se pueda traducir en una mejor calidad de vida para ellos y sus familias”.

Añade: “Como marido y padre hace que el ideal sea la felicidad. No sólo somos yo y  Fernanda (su esposa), siempre está Dios ayudándonos y apoyándonos. Ser católico hace que mi vida tenga un sentido y un hilo conductor en todas las áreas”.

“Dios me amó primero”

Ignacio Hüe, (39 años, 8 hijos) profesor de religión en el Colegio San Benito.

“Haber conocido el amor de Dios es la fuente más profunda de todas mis alegrías; un gozo y una paz que el mundo jamás me pudo dar y que espero nunca me pueda quitar”. Complementa: “Años atrás, estando ya en la universidad, recibí o más bien acogí una buena noticia la que antes sólo de oídas había escuchado, como le pasó a Job (42, 5).

Esta buena noticia ha ido transformando mi vida, a pesar de mis debilidades: fui creado y redimido por amor”. Dice: “He ido descubriendo que en la cruz, en el abajarse, en las angustias, en las preguntas sin respuesta y hasta en el sinsentido hay un plan y un camino amoroso y providencial de Dios conmigo. Eso ha sido para mí la fuente de un gran gozo, puesto que se me ha ido revelando que no puedo solo y que Dios me amó primero (1 Jn 4, 10) y que día a día quiere encontrarse conmigo a través de su Palabra, en mi trabajo, en la oración, en la Eucaristía, por medio de la amistad y el amor sin condiciones que me entrega mi familia y mis otras comunidades, del oficio divino, de los más solos y de cada ocasión que Dios amorosa y genialmente encuentra para manifestarme su amor”.

Médico con sentido trascendente

Angélica Ibáñez (39 años, tres hijos). Médico traumatóloga, directora de Extensión de la Escuela de Medicina de la PUC.

“Me siento orgullosa de ser católica y miembro de la rama de familias de Schoenstatt, porque le entrega un sentido de trascendencia al hecho de ser médico”. Sostiene: “Más que orgullosa, me siento agradecida por tener una familia y la posibilidad de haber cumplido mi vocación. Creo que la posibilidad de trabajar con personas y entregar bienestar, dentro de lo que está en mis manos, da la posibilidad de ver los resultados palpables del trabajo”.