Edición NÚMERO 56
Octubre 2011

Derrotar la pobreza y atender con dignidad a los más marginados: una responsabilidad ética

El cierre de hogares que acogen a adultos mayores de escasos recursos y otros que reciben a niños en riesgo social, en particular, más el tema de la pobreza en general son tema de esta entrevista a Lorenzo Figuera, sociólogo, director del Área de Pastoral Social Caritas, de la Conferencia Episcopal de Chile. El profesional analiza también qué responsabilidades tienen los diversos estamentos de la sociedad chilena en el tema

¿Cuál es su visión global de la situación que afecta a las instituciones de Iglesia que atienden a los más pobres?

Los organismos de acción social de la Iglesia realizan un aporte sustantivo, histórico. Contribuyen al desarrollo social, colaborando con el Estado, otras organizaciones y el mundo de la empresa. Si uno mira la historia y el presente, se puede verificar ese aporte. En este sentido, hay una crisis que tiene que ver con el financiamiento, con el sostenimiento de estos aportes, que no son para la Iglesia, sino para el desarrollo del país y, particularmente, de su población más pobre, miles de personas que han recibido un acompañamiento bastante integral. Ahí está la gravedad del problema.

¿Se puede explicar esta crisis financiera por una falta de credibilidad de la Iglesia o por el desvío de recursos para atender los efectos del terremoto de 2010?

Siempre es difícil establecer causas únicas. Estos fenómenos son complejos. Situaciones como el desprestigio que ha traído a la Iglesia de tema de los abusos sexuales, la cantidad de recursos que se han orientado hacia la reconstrucción, pueden ser causas. Pero yo agregaría dos más. En Chile se ha ido generando una idea de ser solidarios teñida por la cultura predominante, una cultura más individualista, más privada. En ese sentido, la acción solidaria de la gente a veces se restringe a donar un vuelto, hacer una transferencia, pero ha ido perdiendo ese sentido más integral de contacto con las realidades. Creo que esta concepción de solidaridad podría estar dañando un compromiso más vital con procesos sociales y de transformación. Se ha distorsionado el sentido de solidaridad. Sostener obras como las del Hogar de Cristo supone sostener procesos, comprometerse con historias de vidas de personas y familias, más que con una acción social. Solidarizar se ha transformado en esa acción puntal, por una vez.

Otra explicación  tiene que ver con el tema más político, de política pública. La experiencia internacional -avalada por la Doctrina Social de la Iglesia- nos dice que para que haya desarrollo en un país se requiere de varios actores. Por supuesto el actor estatal, que provea políticas públicas adecuadas; el actor privado, la empresa cumple también un rol muy importante. Pero para que una democracia moderna, sustentable, tenga proyección, se requiere de un tercer actor, que es la sociedad civil. Estos organismos de acción social de la Iglesia están insertos en ella. En Chile históricamente, desde el nacimiento de la República, la sociedad civil ha sido débil. A pesar que estos organismos realizan un gran aporte, no hay estímulos tributarios o éstos son muy limitados. No hay una política pública que valore el aporte real que hacen estos organismos en distintos ámbitos, como los niños, los jóvenes vulnerables, los adultos mayores, personas en situación de calle.

Habiendo, como dice, una responsabilidad compartida en este tema, ¿a quién corresponde la responsabilidad primera de atender las necesidades de niños, jóvenes en riesgo, adultos mayores, etc.?

Sin duda es el Estado el que tiene que generar las condiciones para el bien común. Pero hoy día a estas alturas del desarrollo social, la responsabilidad no puede ser de un ente único. Sin duda el mundo privado también tiene su parte de responsabilidad social, que es mucho más que filantropía, no es sólo generosidad o buen corazón de  parte del mundo de la empresa, es parte de su responsabilidad social, hay una exigencia ética de contribuir al desarrollo de los sectores más pobres. Una manera de asumir el Estado esa centralidad es generar condiciones para que la sociedad civil también contribuya a esta tarea, que es tan grande, porque Chile, acercándose pronto, en unos años, a tener un ingreso per capita de 20 mil dólares, aún mantiene grandes sectores de población en condiciones de pobreza.
Se requiere esta cooperación teniendo un responsable principal, pero que genere condiciones para que todos aporten al desarrollo integral y al cuidado de los que van quedando al margen.

¿Cuáles son los mayores déficits en la tarea que en este campo deben afrontar el Estado y la empresa privada?

A nivel estatal hemos tenido avances significativos en las últimas décadas. Hay indicadores que algunos los cuestionan, pero aun así son contundentes. Ha disminuido la pobreza, ha habido algún avance, con las políticas anunciadas de postnatal y de Ingreso Ético Familiar. Pero todavía falta ligar las políticas de protección social con políticas que tiene que ver con reconocimiento de derechos. Por ejemplo, derecho a un trabajo digno, derecho a una educación de calidad, derecho a una salud de calidad.

Tiene que haber una buena combinación de los subsidios con condiciones para que la gente por sí misma pueda ejercer el derecho a una buena vida, a un buen ingreso, a un trabajo que otorgue seguridad social. También desde las empresas, que podrían colaborar en la búsqueda de instancias de diálogo y concertación para mejorar sobre todo las condiciones laborales. En Chile los pobres no son sólo los cesantes, sino que personas que trabajan y que, sin embargo, tienen condiciones muy precarias y ese trabajo no les permite vivir dignamente. La Fundación Sol muestra que del total de los trabajos generados en los últimos 18 meses tres cuartas partes son por cuenta propia, con todas las fragilidades de este tipo de trabajo, baja remuneración, falta de seguridad social. Ciertamente el Estado y las empresas tienen una gran responsabilidad.

¿Cabe hacer al sector empresarial el llamado del padre Hurtado, “dar hasta que duela”, de manera que su aporte, como usted señala, no sea sólo de un buen corazón, sino disminuir ganancias a favor de los más desposeídos?

Sin duda. Hemos sido testigos de las ganancias de banca, de las isapres, del retail, que son millonarias. El padre Hurtado también decía que no sólo es un tema de generosidad, sino que interpela valores fundamentales de la convivencia social, como es la equidad, la justicia, que todos obtengan beneficios  de esta construcción social económica. Hay algo que revisar ahí. ¡Cómo es posible que haya diferencias tan grandes de ingresos! Ha habido un estudio reciente que muestra que en Chile el 10 o 20% vive como en los países desarrollados, pero el 60% estamos al nivel de Angola, tenemos una gran población de pobres y de sectores medios que viven en una gran fragilidad, donde una enfermedad o la pérdida del trabajo inmediatamente produce  un impacto en sus condiciones de vida.

Creo que no es sólo un tema de generosidad, sino de exigencia ética.

¿Por qué la Iglesia asume una responsabilidad en la atención y servicio de los más necesitados y marginados?

Es clarísimo desde el Evangelio, la práctica de Jesús, la práctica de los padres de la Iglesia y si recurrimos la historia de la Iglesia, siempre se ha entendido que la misión de la Iglesia, la evangelización, tiene un elemento constituyente de identidad, que la define como tal, que es esta dimensión de la caridad, entendida como amor, solidaridad, fraternidad,  justicia, y no como dádiva. Es consubstancial a la misión de la Iglesia. La motivación de la Iglesia en el amor a los más pobres es la construcción de una sociedad fraterna, en que todos sean reconocidos en su dignidad y la medida de si una sociedad es más fraterna son siempre los más débiles. En la medida en que los más débiles sean bien atendidos tenemos una medida ética.

Hay una razón más profunda todavía, que los pobres son sacramento de Jesús, el rostro de Jesús mismo. El Papa Benedicto XVI dice en la encíclica “Dios es amor” que la misión de la Iglesia es la celebración y difusión de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y la experiencia de la caridad, y que si renuncia a esta dimensión de promoción de los más pobres estaría renunciando a un elemento esencial de su propia identidad. La Iglesia que no practica el amor a los pobres no es Iglesia.

¿Qué debiera surgir de esta crisis concreta de falta de recursos para las organizaciones que atienen a los más pobres y del cierre de algunos centros?

Primero, una toma de conciencia de los dramas que tenemos en el ámbito social y que por muchas otras preocupaciones que tengamos esto no puede salir del centro de nuestras inquietudes. Lo segundo es que las instituciones tenemos un desafío  de creatividad para promover la solidaridad en este mundo en que hay tantas necesidades, tanto discurso público en competencia, tantas campañas. Tenemos que ser creativos, una creatividad que llegue a tocar el corazón y el sentido ético de la sociedad. Tenemos otros desafíos que tienen que ver con la capacidad de gestión, de transparencia en nuestros procesos financieros. Otro gran desafío es saber comunicar eso. Comunicar las cosas buenas que pasan es muy difícil. También, todavía falta educarnos como cristianos, católicos y ciudadanos en la responsabilidad que tenemos en el desarrollo del otro. La idea de que podemos desarrollarnos prescindiendo del otro es falsa y dañina para todos. Una sociedad es sustentable en la medida en que es inclusiva.