Septiembre 2008 / NÚMERO 19

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Testimonios pastoral de salud

Cecilia Lemus, viuda, dos hijos. Voluntaria desde hace 27 años. Trabajó en el Hospital J. J. Aguirre y coordina el voluntariado en los hospitales J. J. Aguirre, Félix Bulnes y San Pablo.

“La experiencia mía es que uno sale más reconfortada con lo que le hablan los enfermos, uno ve que los problemas que uno pueda tener son nada al lado de los problemas de los enfermos. Uno sale muy reconfortada.

Les llevamos una palabra de aliento y nuestra disposición a escucharlos. Esto es lo más importante”.

 

Mónica Celis, viuda dos hijos. Voluntaria hace 7 años en el Hospital El Salvador.

Trabaja de lunes a sábado, todo el día, incluyendo reuniones y jornadas de capacitación.

“Uno va a escucharlos, más que nada, porque se abren a uno y lo que no hablan con sus familiares lo hacen con nosotros. Expresan los miedos que sienten por su enfermedad y se preocupan mucho de los gastos que están enfrentando.

Una persona que decía que no creía en nada me preguntaba ‘por qué me pasa esto a mí, si yo no soy pecadora’. Yo le dije que más bien le preguntara al Señor ‘para qué me pasa esto’. Al otro día me dijo ‘tiene razón usted porque, en el fondo, yo seguía creyendo en Dios, pero como que me puse una careta de no creyente, y ahora he vuelto de nuevo a creer’.

Al principio yo sufría mucho al ver la situación de los enfermos, sobre todo a los niños. Fue chocante enfrenar esa realidad. Pero ahora veo que uno recibe más de lo que da y aprende mucho de ellos”.

 

Héctor Madrid, ingeniero, jubilado, casado, tres hijas. Trabaja como voluntario en el hospital de la Fach. Se inició en 1977 en Alemania, donde vivía, y trabajaba los domingo acompañando a los enfermos con una conversación espiritual y escuchando sus problemas.

“Esta experiencia me gustó y cuando regresó a Chile en 1994, me incorporé a la pastoral de enfermos de la parroquia Nuestra Señora de las Mercedes de Vitacura, los Castaños, como ministro de la comunión. Luego ingreso a la Cruzada de Voluntarios de Caritas Chile, hace alrededor de cuatro años”.

“Al ayudar al enfermo uno siente una tranquilidad interior y una satisfacción de poder ayudar a esa persona. El enfermo cuando da a conocer sus problemas, dificultades y temores se relaja. Una señora contaba que tenía cáncer terminal y me decía ‘estoy entregada en las manos de Dios’ y estaba tranquila”.

“Un día estaba en la capilla y pidieron un ministro de comunión urgente para un enfermo muy grave. Estaba toda la familia, ocho personas, con el enfermo que estaba por  morirse de un momento a otro de cáncer pulmonar. Yo no lo vi tan mal pero le di la comunión con el rito para los moribundos, con las letanías de la muerte, a las que respondían sus familiares. Estábamos terminando de rezar cuando se murió, durante las letanías”.

“Las personas dicen ‘ahora puedo morirme tranquila’, tras haberse reconciliado con Dios.

Una vez me tocó una persona que estaba moribunda y me dijo: ‘Me quiero confesar’.

Le expliqué que yo no podía porque era ministro de la Comunión y que sólo el sacerdote está facultado para confesar. Me dijo: ‘Igual quiero contarle mis  penas, una cosa que llevo adentro y que quiero gritarla, pero no puedo’. Entonces, lo escuché. Su dolor nunca lo había dicho a nadie. Ni a su esposa. Ahora quería liberarse ante Dios. Después de oírlo le pregunté si estaba más tranquilo y me dijo: ‘Sí, estoy aliviado, ahora me siento tranquilo’. Y le di la comunión, que no la recibía desde que hizo su primera comunión, unos cuarenta años atrás. Al día siguiente murió”.