Septiembre 2009 / NÚMERO 31

volver

Humanidad para rehabilitar a jóvenes delincuentes 

En esta entrevista, el Padre Nicolás Vial, presidente de Paternitas, plantea su propuesta de un sistema para rehabilitar y reinsertar a niños y jóvenes que han delinquido.

 

¿Cuáles son los rasgos que caracterizan a los menores de edad que delinquen?

El general el perfil de estos muchachos es abandono, carencia de afecto, falta de amor, maltrato, vacío existencial,  sentimientos de que no vale, de que no tiene en este mundo un lugar donde desarrollarse. Eso es muy importante. Y yo diría, añadiendo a todo esto, ellos no han entrado todavía en el mundo de los sueños que pueden hacerse realidad. Son personas frustradas en muchos aspectos de la vida. Son algunas de las características recurrentes que me impresionan en la gente que está en los centros juveniles (del Semane). Estas son las carencias que hacen que un joven encuentre en algún grupo humano de la calle una posibilidad de sentirse él alguien, que tiene posibilidades, aunque en un ambiente equivocado. Y son fácil presa, no es difícil convencer a un  muchacho de estos que entre en un grupo, no banda, porque aún en Chile, gracias a Dios, no hay bandas como en otros países, que son tremendas.

 

El Papa habla en esta carta maravillosa -“Caritas in veritate”- del desarrollo humano. Sólo cuando hay desarrollo humano hay felicidad, verdad, futuro, proyecto. En nuestras cárceles lejos de haber desarrollo humano hay aplastamiento. Por eso digo que la persona que entra a un centro de reclusión juvenil, lejos de salir mejor sale peor. Y eso es gravísimo.

 

El niño que abandona el hogar para irse a la calle, ¿a qué va? ¿Va directamente para delinquir?

Va en una búsqueda de realización, de pares que le acojan, que se sienta él en un lugar más o menos afín con lo que busca. Muchas veces parte con eso, pero se encuentra con muchas otras carencias. Y se inicia en el “robo hormiga”, un chocolate, y como le va bien, va por más. El escalamiento de la delincuencia parte de lo más simple, casi por comer. Este escalamiento no es rápido, pero va marcando muy a fondo sus decisiones y va tomando el gusto a lo logrado sin sanción.

 

Un sistema castigador no es inteligente

 

El actual sistema penal chileno, ¿Rehabilita?

Yo siempre critico la sanción penal de encerrar. Hay tantas otras más inteligentes que debieran aplicarse y no se aplican. Chile, como es tan castigador, piensa que lo único es encerrar, dar años o meses, y una persona se destruye en este sistema de centros privativos de libertad.

 

El sistema penal actual ha demostrado largamente su inoperancia, es obsoleto, hay que buscar otra modalidad, porque lo que hoy día se establece con el objetivo es incorporar al reo a la sociedad con mejores herramientas. Pero en  los centros privativos de libertad no está esta posibilidad  de alcanzar mejores herramientas. Mucha gente piensa que la solución está en encerrarlos, pero se olvidan que va  salir un día. Y como estuvo en un centro donde se potencian las semejanzas, no rehabilita, porque los jóvenes internos conversan de los delitos que hicieron y de los que pueden hacer. Incluso si hay alguno que tiene un espíritu más deseoso de salir adelante, el resto se burla de él, lo llaman poco menos que un gil y éste no se atreve a expresar su deseo de una ruta distinta.

 

Esta obsolescencia del sistema penal en Chile ¿abarca también a los internos adultos?

Yo digo que el sistema imperante que pretende rehabilitar con lo que hoy día se hace está obsoleto. El sistema viene de la alta política, que determina que hay que encerrar. El sistema es inoperante porque no están los recursos adecuados,  no están los diagnósticos debidos para que se sepa cuáles son los problemas de fondo, las carencias, las dificultades. Si no está el diagnóstico adecuado, cómo va usted a trabajar en forma eficaz si no sabe cuál es el problema de este sujeto, qué lo llevó a delinquir, cuáles son las razones que tuvo, porque siempre hay realidades que influyen que son muy poderosas, como la familia, el barrio, el entorno, un conflicto interior de tipo neurológico, la falta de educación, la marginalidad social. Incluso en la Iglesia, porque es un niño que es tan conflictivo que tampoco pudo entrar en el esquema normal de la catequesis. Entonces, que salga, y enviarlo fuera es enviarlo a que se convierta en un  rebelde.

 

¿Falta una mayor experiencia en la Iglesia para acoger a este tipo de jóvenes?

Yo creo que la Iglesia en otros tiempos ha sido muy experta en estas materias. Don Bosco, por nombrar uno. Hoy día se ha perdido este rasgo de trabajar con los diferentes y los muy diferentes. Cottolengo trabaja con  un segmento diferente, pero no con este tipo de diferencia (la delincuencia juvenil), adolescentes que parecen “normales”, pero llevan por dentro una situación tan distinta a los que mantienen una vida familiar más o menos en paz; que van al colegio y les va más o menos bien; que funcionan con ciertas reglas y las admiten sin mayor problema. Esos otros son jóvenes que han entrado en una crisis familiar, social, educacional, personal, sicológica, espiritual.

 

Un diagnóstico que incluya a la familia

 

¿Un  diagnóstico debe considerar todos estos aspectos?

En Paternitas hemos aprendido a diagnosticar considerando las diversas especialidades, como psicología y neuropsiquiatría, por ejemplo. Los especialistas indican por dónde está el problema. La familia del niño a quien se le practica el diagnóstico también debe ser notificada de los resultados, para que todas las fuerzas familiares o de lo que quede de la familia –una familia normal o extendida- ayude. Incluso los abuelos son muy importantes. Para mí, la tercera edad, en estos ámbitos, es verdaderamente salvadora. En muchos casos el abuelo o la abuela ha atendido a su nieto, lo ha instruido y lo ha llevado por un camino de seguridad social mucho más que los padres.

 

Todos estos elementos ayudan a descubrir dónde están los conflictos que a este niño le producen la rebeldía, la ira, etc, y a trabajar a partir de esa base en forma conjunta.

 

El diagnóstico debe ser inclusivo y no exclusivo. Antes se pensaba que bastaba con diagnosticar al niño desde el punto de vista psicológico. Hoy día eso es anticuado. Hay que hacer un diagnóstico incluyendo a la familia, para saber cuándo comenzó el problema, qué fue originando la conducta del niño; si tiene una madre prepotente o un padre ausente o un hermano muy mimado versus él muy abandonado, lo que va generando en él vacíos y frustraciones. Así vamos a saber cómo trabajar. El aspecto espiritual, los valores, los principios fundamentales, la humanidad son aspectos indispensables, porque el joven siempre busca algo más.

 

¿Cómo evalúa las últimas decisiones respecto del Sename, de terminar con esta institucionalidad y crear una nueva, que asuma la protección de  los derechos de los niños y adolescentes, por una parte, y la Responsabilidad Penal Adolescente, por otra?

A mí no me preocupa tanto “qué” hacer. Creo que todos sabemos que hay problemas, que hay que hacer algo, eliminar tal situación para generar otra. El tema es el “cómo” trabajar con estos jóvenes. Para mí no son los centros actuales de privación de libertad, donde se potencia más de lo mismo.

 

Pequeñas unidades para dar formación y valores

 

¿Cuál es su propuesta, entonces?

Creo que el “cómo” son pequeñas unidades, muy pequeñas, insertas en la comunas, quizás con ocho o diez personas (niños o jóvenes que han delinquido) no más, con un maestro en el área o rubro que el joven manifiesta como vocación personal, sea madera, gastronomía, hojalatería, mecánica. En esta “escuela”, se entrega en la mañana todo lo  manual, lo mecánico y en la tarde lo que es lo humanista, lo valórico. Esto para mí es saludable. Lo he dicho en todas partes, que los centros actuales no están en la dirección adecuada.

 

¿Y los que vienen tampoco?

Es que cuando se privilegia un “qué” hacer estamos todavía a años luz. El “cómo” es mi interés. Y el “cómo” va por estas propuestas que he dicho. Insisto, deben ser unidades pequeñas, muy personalizadas, en  las que cada joven sienta el cariño intenso de quien lo está guiando, que se le llama por su nombre y no por el ‘mote’ (alias) o el apellido. En unidades más grande esto se desdibuja y el joven pasa a ser un número más. Esto no es adecuado para lo que queremos, que es restablecer en el joven esperanzas, capacidades, que se sienta que es alguien, que vale, que tiene futuro.

 

¿Cómo ve el aporte de entidades privadas que atienen a niños y jóvenes que han delinquido o están en situación de riesgo, como la Fundación Padre Semería, la propia Paternitas y otras?

Cuando estas experiencias son lúcidas generan eficiencia. Es aquí donde hay que hacer un llamado público a las autoridades y decirles “trabajemos juntos”. Si tenemos experiencia y las cifras son elocuentes y positivas respecto del objetivo deseado, debemos dejar de trabajar cada uno por su parte. Debe haber un trabajo en común. Si el Estado tiene las “lucas” hagamos una alianza. Uno pone la experiencia y el otro pone las “lucas” para que esto se multiplique. Ese es el tema, cómo hacer que haya muchos centros de éstos capaces de ofrecer a los jóvenes un espacio adecuado, interesante, tanto que adhieran a estos programas. Ese es el problema, no adhieren, porque no les entusiasman (los centros del sistema actual). No es lo que esperan. Hay que hacerlos descubrir su propia vocación. Quiénes son, a dónde van, cuál es su llamado que tienen en este mundo y allí hacer que ese sueño se desarrolle.

 

¿Qué resultados ha tenido Paternitas en su trabajo con los niños y jóvenes que han delinquido?

Nosotros tenemos cifras hechas por personas ajenas a la institución que indican que de cada diez personas atendidas por Paternitas nueve han logrado insertarse, versus Gendarmería de Chile, donde por cada diez más de siete vuelven a delinquir. Este último dato es  en general, porque lamentablemente no hay cifras de seguimiento de jóvenes, pero muchos que yo conozco en los centros privativos de libertad juveniles pasan a los centros para adultos. Es como un trampolín. ¡Ninguno debiera pasar a los penales adultos! Porque si se los toma a una edad más temprana, se trabaja con ellos, ¿por qué pasan al otro lado? Porque se ha hecho muy poco.

 

También se hace muy poco a nivel de la familia de estos jóvenes. Este es un trabajo de alta complejidad. El tema de la delincuencia se aborda muy poco, es temido, no se sabe qué hacer, se trabaja en forma incorrecta. Creo que es un tema en el que son pocas las instituciones que están siendo eficientes. Y  más pocas todavía las que rehabilitan, Casi no hay. Paternitas nació porque los presos de la cárcel me dijeron: “Padre, ¿hasta cuándo la Iglesia viene a vernos? ¿Por qué no se preocupa de nuestros hijos, para que no repitan esta historia nuestra?”. Así, Paternitas nació a petición de los  papás presos de la Penitenciaría. Me di cuenta de la urgencia que había de trabajar con los hijos de los privados de libertad. Así nació nuestra casa. Pero nacieron también las necesidades, el papá, que había que atender y la mamá, que estaba presa, y jamás desvincularlos.

 

La familia es fundamental

 

Hay un esfuerzo por valorar la familia. Hay una comprensión profunda de que la familia es la base. Alguien podrá ideológicamente decir que no, pero es clarísimo y la experiencia lo demuestra. Donde no hay familia hay toda clase de dolores, de tristeza, de agobio, de desesperanza y de historias dramáticas.

 

¿Qué factibilidad  hay de que esta propuesta se convierta en una política de gobierno?

El año pasado fuimos invitados por los ministerios del Interior y de Justicia a una mesa de trabajo en torno a este tema. No sólo Paternitas, sino también otras instituciones. Y fue muy exitoso, porque esta era la idea, de ir creando una política de Estado que tenga raíces profundas, con proyección en el tiempo y con objetivos claros. Hay conciencia de que las cosas tienen que ser distintas. Pero todavía en muchos sectores se piensa que basta con un periodo corto de intervención. Esto es un proceso largo de intervención, de acompañamiento, de apoyo, de presencia, de estar ahí cuando a uno lo buscan. No bastan unos meses de trabajo. Ese es el vacío de hoy. Se cree que si usted interviene ahora a este grupo medio año, un año, es suficiente y vamos al otro grupo y el primero queda ignorado.

Las intervenciones, el apoyo, el acompañamiento, el trabajo, la inversión con este grupo son de largo aliento, porque las heridas que ocasiona todo lo que llevó a la delincuencia, al deterioro del tejido social del entorno, de la familia, son muy profundas. Hay que hacer a veces un “desaprendizaje”, para generar nuevos aprendizajes y nuevas maneras de enfrentar la vida.

 

¿Es éste un tema país?

Absolutamente. Paternitas tiene claridad de que si esto no tiene permanencia en el tiempo, el problema va creciendo, porque cuando hay uno metido en esto hay  4,6 personas afectadas que lo rodean. Cuando se piensa trabajar sólo con el sujeto en conflicto es la punta del iceberg.

 

¿Conoce experiencias internacionales que hayan abordado el tema mejor que en Chile?

La mejor que conozco es la de una pequeña comunidad de un pequeñísimo país en África que nadie conoce, en la que el “pater familias” es el que maneja el tema en esta línea,  y el que comete un atentado contra la comunidad tiene la obligación de sanar esa herida que provocó. Es otra cultura. Aquí todo se penaliza, todo se judicializa, pero no se humaniza. Y ese es el problema. Tenemos que humanizar, la humanidad es lo que va a vencer el mundo y no la judicialización de todo.