Edición NÚMERO 55
Septiembre 2011

Entrevista a María Eugenia Rippes, estudiante de Medicina

Las inequidades son causadas por falta de amor

¿Cuáles son las causas más profundas del malestar en vastos sectores de la  sociedad chilena, y que se ha expresado en las protestas ciudadanas durante este año?

Me parece que todas las irregularidades, inequidades, situaciones que generan descontento, rabia, dolor, y que han mermado incluso la dignidad de muchos chilenos, derivan de la falta de amor. En Chile, y en el mundo, hay una gran carencia de amor en la forma de educarnos, desde pequeños.

El sistema en el que hoy nos movemos, enseña al individuo a funcionar teniéndose como objetivo a sí mismo.  ¿Por qué esto puede ser un problema? Porque entonces es muy difícil, bajo este paradigma, promover que quienes estén en puestos de servicio, tengan en su mira al “otro”, al tomar decisiones y al realizar el quehacer cotidiano.

Es cierto que  la tendencia, por defecto, que tenemos es a velar por nuestro propio bienestar, antes que por el de quienes comparten con nosotros.

No es malo en sí procurar el bien propio, pero mi crítica es la siguiente: no se nos enseña a ponerle un contrapeso a esa gestión del bien personal. No se nos enseña una alternativa a la competitividad, al “ganarse los puestos a punta de codazos” (por muy legales que sean estos codazos). No se promueve la cooperación como sociedad: que entre todos procuremos generar condiciones de vida digna para todos, de forma tal de asegurar, en la mayor medida posible, que quienes realmente tienen las capacidades lleguen a manejar la sociedad en pos del bien común. 

 

¿Cómo se explica que esta ola de manifestaciones suceda en un momento en que las cifras económicas son positivas, incluidas las altas tasas de crecimiento?

Desde mi punto de vista, las cifras no son indicadores de la real situación que se vive en nuestro país. Por ejemplo, en salud, tenemos excelentes cifras (desnutrición infantil, mortalidad, natalidad, esperanza de vida al nacer, mortalidad perinatal…) en relación a algunos de nuestros vecinos y a otros países,  y efectivamente la gente se muere menos, estamos viviendo más y está entrando más plata al país. Pero la cotidianidad de los chilenos es que los precios suben y los sueldos no.  Sí, estamos mejor que otros países,  pero  esas  cifras no están midiendo la calidad de vida de las personas (que implica la apreciación que éstas tienen de su situación). No se trata de ser populistas, sino de ser realistas. El dinero que entra en nuestro país no se está repartiendo de forma equitativa (con el sistema tributario que hay hoy en nuestro país, quienes más ganan, si hacen una sociedad de inversiones, son los que menos impuestos pagan, por ejemplo) y la salud sólo está midiendo aspectos cuantitativos, Pero nadie está midiendo cómo vive ese niño que no se murió al nacer, o ese adulto mayor que ahora vive más años.

 

¿En qué estamos fallando como sociedad, para que haya descontento en tanta gente?

Como sociedad me parece que fallamos en el amor.  Amamos poco. No se nos educa para considerar al “otro” en nuestro plan de vida y en nuestro quehacer. Creo que Jesús tenía mucho que decir al respecto. A mi parecer, la apuesta a la que Cristo invita da respuesta a las búsquedas de muchos y muchas.

Recuerdo a un profesor que comentó, hace no mucho, que  las células funcionan en “comunidad”, se nutren entre ellas, colaboran entre ellas con la función final del órgano, hasta el punto de iniciar un proceso de autodestrucción o de limitación de su propia capacidad reproductiva, para mantener la armonía del tejido que componen.  Cuando una célula deja de autodestruirse si  es necesario que lo haga, o se reproduce sin control (básicamente porque algo mutó en su genoma), esa célula se considera cancerígena, pues crecerá sin control y terminará por destruir funcionalmente al órgano. 

Un compañero de carrera y amigo  me comentaba, al respecto, que el problema central en el cáncer, es que es el organismo completo el que se desestabiliza (no solo una célula falla, sino que falla también el contexto o sistema en el que funciona), condiciones que favorecen que cada célula retorne a sus “impulsos básicos” (reproducirse y sobrevivir), sin una funcionalidad común.  Así, en nuestra sociedad, si un humano hace lo mismo, no es más que un cáncer para el sistema en que está inserto. El detalle es que hoy todos estamos siendo entrenados para eso, en vez de educarnos para funcionar en comunidad.

Considerando además que es también el contexto el que favorece este retorno a funciones básicas, podríamos decir que, hoy, es la sociedad la que favorece el que los individuos no tiendan a funciones superiores y a un norte común, en tanto no se nos alimentan aspiraciones espirituales ni la capacidad de mirar la vida “con ojos de vida eterna”. No nos forjamos procurando prendernos con ese Fuego (“cuánto desearía que estuviera ya ardiendo”, como dice el Evangelio).

 

¿Qué nos dice la doctrina social de la Iglesia en el Chile de hoy? ¿Cuál puede ser su aporte para una transformación espiritual, moral y cultural que haga de Chile un país más solidario, justo y fraterno?

Poco sé de la doctrina social de la Iglesia – no he leído todas las encíclicas- sin embargo, sé que uno de sus principios es la dignidad de la persona humana. Se afirma que es voluntad del Padre que en cada coyuntura de la historia se proteja la dignidad de cada hombre y cada mujer. Creo que este concepto es básico, y se ha perdido. Más allá de si es bueno o no que el mercado sea el que rija la selección en nuestra sociedad (con lo que no estoy de acuerdo para nada), me parece que se nos han olvidado, en medio de las cifras y los indicadores, el valor de quienes son los supuestos “beneficiarios” de dichas estadísticas.

¿Son los “estándares internacionales” nuestro objetivo, o bien, lo son las personas que habitan nuestro país y que se supone se beneficiarían (en un mayor porcentaje) de las condiciones de vida que dichos estándares reflejan? Ante esta pregunta, la respuesta podría ser obvia: el objetivo es el beneficio de las personas. Sin embargo, ¡cómo nos hemos hecho esclavos del tiempo y de los números!, al punto de olvidarnos de que esos estándares no miden lo que de verdad nos hará trascender: cuánto nos estamos amando como hermanos compatriotas y como hermanos en el mundo.

Y así, es fácil conformarse con buenos estándares y cerrar los ojos ante el sufrimiento. Es fácil – para los que seremos médicos, por ejemplo- conformarse con que tenemos los mejores estándares en salud y tenernos a nosotros mismos como centro de nuestro quehacer médico (en vez de tener el bienestar de cada paciente como centro de nuestro trabajo).

El mercado se ha impuesto con brutalidad, y ha pasado a llevar la dignidad de muchos.  Por lo menos en este aspecto, me parece que la Doctrina social de la Iglesia: Rescatar la dignidad de las personas y su calidad de fin último de la actividad humana.

 

¿Por dónde cree usted que pueden ir las pistas para salir de este clima de conflictividad social que ha marcado a chile este año?

Es compleja esta pregunta. Metida en el movimiento estudiantil, es difícil responderla. Pero veo algunas pistas.

Me parece que el diálogo es crucial.  Creo que ninguna de las partes (no solo en este conflicto, sino en otros conflictos), debe seguir centrándose en sus propias verdades, sino que debemos empezar a confiar (y solo el Padre puede darnos una mano con eso) para dialogar desde el corazón: ¿Queremos todos que el país surja, pero de verdad? ¿Queremos un sistema social más equitativo? Pues bien, a renunciar y a construir de nuevo. Ciertamente es complejo el diálogo, precisamente porque las confianzas están mermadas, pero creo que sobra el miedo y falta el amor, en todos los bandos involucrados.

Ahora bien, me parece que para que este diálogo se dé, deben haber cosas claras primero, pues si se volverán a hacer mesas de diálogo que, entre la burocracia y la falta de voluntad, perderán el norte y no llegarán a los cambios profundos, el diálogo sí  se desperfilaría como herramienta para solucionar el conflicto. No hay que perder eso de vista (y por esto mismo entiendo cuando la CONFECH no inicia el diálogo de buenas a primeras, ha sido un debate en el mundo universitario.)

Por otra parte, creo que este clima de conflictividad social ha sido algo positivo: se han denunciado como nunca muchas realidades, se han hablado de temas complejos, abiertamente, como nunca se había hecho.  No dejo de pensar que estas movilizaciones vienen “como regalo del cielo”. La denuncia de las injusticias  es parte de las características del cristianismo que conozco y en el que creo.  Fue un primer paso para pensar en soluciones.

Y para terminar, quisiera decir que, como Iglesia, nos falta denunciar, no solo ahora, sino hacia adelante: denunciar, practicar la corrección fraterna entre quienes nos decimos creyentes, y formar, formar en el amor, formar cristianos críticos, que tomen las riendas del mundo que se viene, no que se limiten a adaptarse.