Edición NÚMERO 50
Marzo 2011
CONCURSO “ENCUENTRO” ABRIL 2011 volver

Salió a la superficie

A los diez años visité, en compañía de cinco amigos de edad parecida, la piscina militar del Parque Cousiño; hoy Parque O´Higgins. Uno de ellos preguntó quien era más "hombre" y se lanzaba del trampolín de saltos ornamentales. Yo sin saber nadar siquiera y con la inocencia propia de la edad acepté el reto y escalé hasta la parte más alta del área de saltos. Demostrando mi "hombría " me lancé a la parte más profunda de la piscina. Craso error, recién en la mitad del viaje al fondo ya me faltaba el aire. Sí tuve tiempo para recordar a mi madre y a Dios. La verdad nunca me he explicado como salí a la superficie sin ayuda de nadie. Y aquí estoy, con sesenta y seis años y varios más por venir. Espero.

Humberto Garrido Sáez



Las victorias de su vida

A los 16 años pensaba que había muerto junto con la muerte de mi abuela materna, la que me crió, la que fue padre, madre, consejera, tía de Jardín y por sobre todo, amiga. La que me enseñó el valor de Amar (con mayúscula), Amar a Cristo mi Dios. Vivíamos solitos los dos, nuestra vida era de estar juntos, incluso dormía con ella desde que nací, en las tardes de verano sacaba su banca y hasta muy entrada la noche me maravillaba con sus historias y poesías que había aprendido a "hurtadillas" de las que los profesores particulares les enseñaban a los hijos de sus patrones. Ella era pasiva, reflexiva y muy cariñosa, pero muy rigurosa cuando una broma infantil en la capilla de mi barrio perturbaba el silencio que merecía la ocasión. En las noches pensaba si mi abuela se muere, me muero con ella. Cuando se fue al encuentro del Padre, de mi dolor renació mi vida actual y los valores católicos que ella inspiró en mí los heredó mi hija la otra Victoria de mi vida.


José Bayer M.



La mano que las sostuvo

Aunque desde donde estaba no podía ver lo que sucedía, mientras viajaba en un bus intermunicipal, sentí que mi cuerpo se agitó fuertemente. Algo me envolvió, mientras  la voz quebrantada de mi madre, me explicaba que el bus había rodado por un precipicio. Entre dolor y confusión, perdimos la conciencia, en cuyo estado nos debatimos sostenidas por una mano que no pude distinguir. Después de 2 semanas de la tragedia y tras 9 meses en el vientre de mi madre, reconocí la mano que me sostuvo y que dándome la bienvenida al mundo, ya había provocado en mí una resurrección. Una voz me dijo al oído: “Confía en mí, tengo planes para ti”. Desde ese día y hasta hoy, no puedo levantarme una sola mañana sin que sienta el infinito amor de Dios cada vez que veo, escucho, respiro, camino, río, disfruto de quienes amo y me encuentro ante un nuevo día, que es en realidad, una nueva oportunidad.

Sandra Jazmín Pardo Vargas



Rosario

El hecho que marcó mi vida en tiempo de Pascua fue un 27 de abril hace nueve años atrás, cuando recibí una llamada a las seis de la mañana. Era mi pequeña sobrina María Ignacia que avisaba que el tata estaba mal.  Mi padre bordeaba los 100 años, quien gozaba de buena salud, pero su cuerpo agotado recibía esa mañana la llamada de Dios.

Me puse el abrigo encima y salí en busca de un taxi para llegar lo antes posible,  justo pasó una patrulla de Carabineros quien preguntó qué pasaba, cuando le conté que mi padre se esta yendo de este mundo, en menos de cinco minutos estaba en la casa paternal. Llegué justo para cerrar los ojos de mi padre.

Ese año encontré  consuelo en la plegaria más hermosa que existe, el Santo Rosario, sé que en mi corazón está mi padre vivo, y en la oración  del Rosario mi resurrección y fuerza para seguir cumpliendo los designios de Dios en esta tierra.

Carmen Luz Mistretta Acevedo



La vuelta al día en algunos anuncios

La vida de un jefe de familia puede jugarse en unos algunos anuncios de trabajo. ¿Cuántas oportunidades habrá para obtenerlo? La respuesta es obvia depende del interesado y del empeño, ñeque, y calificación para quedarse con la vacante.

En mi vida he vivido varias oportunidades, varios anuncios que me dieron la oportunidad de mostrar mis capacidades, mis fortalezas, pero también mis debilidades.

Es necesario hacer un largo proceso para llegar a conocerse y saber vivir equilibradamente los logros obtenidos y las pérdidas. Sólo entonces se puede tomar nota de los avisos y decir ahí puedo ir porque podré encontrar un puesto para trabajar.

Debo reconocer con bastante largueza que fui un hombre trabajólico.  Y dejé atrás a mi compañera de camino y a mis dos hijos. Es cierto, fumaba un poco, no tomaba demasiado, no faltaron oportunidades de ser infiel. Si veo a una mujer linda lo voy a reconocer. Lo anterior no justifica en nada cómo dilapidé la gran oportunidad de mi vida: la verdadera labor y donde realmente estaba mi corazón: mi hogar. Sólo lo puedo comparar al efecto del maremoto del 2010, claro a mi hogar aparentemente no le pasó nada. Pero los efectos fueron nefastos para mi compañera y mis hijos. Era como si estuviera a la deriva en el agua con todo flotando alrededor y sin poder hacer mucho por llegar hasta ellos.

La vida da nuevas oportunidades y las derrotas ayudan a valorar lo que se ha perdido. Recuperar a mi compañera y a mis hijos supone muy temprano en la mañana saber cómo han dormido, recordar la hora de levantada, preparar algún engaño para el estómago de los que parten temprano.

Recuperar la sensibilidad por los detalles pequeños, saber sostener sus necesidades afectivas, estar atento a cuanto avatar depare el día, sin perder el horizonte, el sentido de lo que estoy realizando. El afecto, el apego al hogar, es tan recóndito como lo vivió Ulises. El amor a la tierra, a la compañera, a los hijos, es un largo viaje nos convierte en verdaderos argonautas, que atraviesan largas distancias físicas, pero sin olvidar que la clave está en acortar las distancias emocionales y afectivas de los que nos rodean.

Los avisos son esa oportunidad para saborear y disfrutar la aventura de la vida. No estamos vencidos hasta que nos declaramos derrotados. La autoconquista es un largo proceso y requiere un paciente esfuerzo, fortaleza, querernos a nosotros mismos, saber perdonarnos, y tener el deseo profundo de encontrar aquello que buscamos, y una vez que lo encontramos, depurarlo, agradecidamente y empeñarnos en hacer que vuelva a tener el valor de antaño.

Está de moda en esta sociedad postmoderna, desechar todo, y no todo es reciclable. Es importante mantener algunos valores que son básicos y fundamentales para vivir. Amar lo que Dios ha hecho en mí, Dios no hace basura. La basura la vamos haciendo nosotros mismos. Saber valorar nuestras propias raíces, saber de donde venimos, de ahí la importancia de la historia, no hablo de leyenda, sino de historia. Saber hacer interpretación diacrónica de nuestros hechos de vida. Tercero, saber proyectarnos, para no entramparnos en nuestros propios traumas, valorar las oportunidades, porque ellas nos llevan a aportar a nuestra sociedad, a la cultura, al trabajo, a nuestro entorno. En cuarto lugar, saber tomar decisiones, saber filtrar y aquilatar que es lo que realmente es lo que nos fortalecerá y no nos dejará recaer persistentemente en nuestras debilidades. Dejarnos apoyar por nuestra compañera, por un amigo o amiga nos ayudará a tener perspectiva de las oportunidades que se han presentado y escoger la más apropiada, saber elegir –aunque estés muy condicionado-. Finalmente llevar adelante las decisiones tomadas. No tener temor a recomenzar, a volver a aprender si es necesario. Es sabio reconocer las carencias, para ir viviendo la experiencia que confirmará la buena decisión hecha.

A los cincuentas tantos, yo pensaba que ya no tengo mucho que aportar, ni que decir, ni que hacer por mi familiar y por los otros. Ahí me doy cuenta de la trampa en que caemos a menudo. No sabemos  vivir, disfrutar, explorar, y menos aquilatar la etapa que se abre ante nosotros. Ya no somos los adultos que lideraban y desafiaban al sistema, pero todavía quedan reservas en nosotros para acompañar a la compañera, a los hijos, y a los  hijos de los hijos. No será siempre diciendo cosas que sean agradables, algunas veces habrá que callar, otras oír, otras ponerse en el lugar del otro. Muchas veces será necesario aportar con nuestra experiencia. Pero ésta por de pronto no se impone, se propone y muchas veces seremos sometidos a la crítica, pero qué es la vida sin esa crítica, que nos permite como pequeños avisos puestos en un kiosco de la plaza, releer lo que realmente puede aportarles. Y en otras saber retirarnos para que otros más competentes hagan su aporte. En nuestra historia  nos damos cuenta que somos fruto de un largo proceso de alfarería, pasamos por distintas manos que van moldeando lo mejor de nuestro barro. Y finalmente otras manos le darán los colores y las tonalidades que adornan nuestra vida.

Como decía un sabio monje “saber beber de nuestro propio pozo”. Nuestras acciones hablan de lo que abunda en nuestro corazón. Es un imperativo ético que se transforma en horizonte para nuestro caminar personal, familiar, social, y político. Lo que puede llevarnos a la transformación y a un cambio con contenido es valorar nuestra historia personal, familiar, mirarla y distanciarnos con sabio humor. Para mirar a las nuevas generaciones, que como antaño hicimos nosotros, tratábamos de llamar su atención con la pichanga con la pelota plástica,  de las antiguas devociones que nos llenaron el corazón y los ojos de una diáfana luz que manaba de los vitrales de nuestra parroquia. Que aunque no entendíamos ni jota en la lengua que se celebraba, la catequesis llegaba por los ojos, por hermosos vitrales que nos daban  aquellos avisos necesarios para dirigir nuestra vida. Vivir en un conventillo, compartir las necesidades alimento, luz, incluso la casa se abría para cuidar a otros amigos más pequeños. Todo eso quedará gravado a fuego en el corazón.

Cuando venga de nuevo el movimiento telúrico y las aguas amenacen nuestros hogares sabremos que tenemos en nosotros una reserva de fuerza ética, de ñeque, de resistencia para no darnos por vencidos y volver a reconstruir nuestra vida y nuestros hogares. Lo que escribo es fácil escribirlo, pero es más difícil llevarlo a la vida cotidiana. Pero no nos desalentemos, hay que saber que esta es una prueba de largo aliento, cuesta el comienzo, cuesta mantener el paso, y cuesta aún más finalizar con éxito. No se trata de mirar para el lado, sino de un proceso personal que significa un cambio que puede contagiar o no. En la actual cultura postmoderna, en que por el facebook y el twitter  estamos más unidos entre los internautas. Hay una gran distancia real dentro de nosotros mismos, en nuestras propias familias, en nuestra comuna, y en nuestra patria, porque ya se hace difícil hablar de la aldea global.

El mensaje fundamental es la vida es un regalo que hay que atreverse a abrir y agradecer. Es siempre sorprendente y va a potenciar muchas veces lo mejor de nosotros mismos. Pero también para no caer en la ingenuidad es un desafío para luchar contra lo que son nuestras más hondas debilidades. Pero no debemos quedarnos empantanados en ellas, hay que avanzar aunque sea muy lento. Como lentos son los cambios de las estaciones del año, y de nuestra geografía. No caigamos en el canto aquel: “Siglo XX cambalache, problemático y febril, da lo mismo el que labura todo el día como un gil, que vive de las minas, que el que es sabio, monrero, choro, rey de abasto, o polizón”. Nuestra vida no es una selva, la opción de que lo sea está en nosotros. Yo y todos nosotros podemos con nuestras opciones convertir nuestra vida en una lucha titánica, caótica, sin sentido, donde todos los males se liberan por abrir la caja de Pandora. Si hacemos una pausa podemos, optar ante los incesantes avisos condicionantes, pero no determinantes para construir la vida, sin quemar etapas. Ojala sepamos acompañar a las nuevas generaciones, que viven con más precariedad afectiva y psicológica la maternidad y paternidad, que acompañemos con fortaleza a los futuros constructores de nuestra patria. Es  un imperativo ético que orienta y es un referente para los que marchan tras nuestro, ¿qué patria deseo legarles a mis hijos y a los hijos de mis hijos? Ello saben que tienen que realizar una ardua tarea para llevar esa responsabilidad sobre sus hombros. Mi hija ya me pide el almuerzo me voy a prepararlo, de esa tarea bien realizada depende que estos avisos den resultados. ¡Ah y no se olvide que le avisamos!

Víctor Pizarro Mieres



Junto a familiares y amigos

Hace ya 32 años yo tuve mi verdadera resurrección personal y la vivo gracias a Dios día a día, a través del dolor de la partida de mi hijo de 15 años al cielo ¿Como viví ese proceso? junto a Dios, a mi familia, a mis amigas religiosas que me consolaron a través de la oración, no fue fácil, pero quién más que Dios me daría esa fuerza.
Hoy estoy viuda hace 7 años, otra etapa también muy dolorosa, pero la compañía de mis tres hijos, diez nietos y hermanos me han ayudado a seguir y Jesús que camina siempre junto a mí y me da el consuelo y fortaleza que necesito.

Gracias Señor.
 
Sonia Martínez Lagos



Mi  resurrección comienza...

Yo soy Hugo Ponce, un ex drogadicto. Estuve mucho tiempo en el fondo del mismo infierno,  donde supe lo que es el sufrimiento, dormir en la calle, en las canchas de la población, me cobijaba en un sitio eriazo al lado de una capilla. Yo vivo en San Gregorio, en La Granja, sé del abandono, de perder a toda mi familia por culpa del flagelo de la droga, pero un día… en pleno invierno necesitaba un poco de luz, me acerqué a una gruta, bajo su techo está en la Capilla Jesús de Nazaret en San Gregorio, es una gruta donde está la Virgen, llovía fuerte y yo le dije al Señor: “Ya que me dio la vida junto a su madre María por qué no me da una nueva vida, una nueva oportunidad” y el Señor me escuchó.

Hoy pertenezco a la Comunidad de Jesús de Nazaret en San Gregorio, asisto a las reuniones de la comunidad, a misa los domingos, a la adoración del Santísimo los jueves, volví con mi familia, soy un ex drogo ahora sano y participo en obras sociales.

Hugo Ponce Pizarro



Todo está bien

Al conocer el diagnóstico de mi hija de 18 años, quise pedir un milagro; pero la respuesta era una puerta tan cerrada, como lo estaba la de la UTI donde Carolina falleció unas horas más tarde, víctima de una enfermedad fulminante;  ni siquiera pude tomar su mano en los últimos momentos. Sin embargo me invadía una paz y fortaleza que no eran mías… podía consolar y explicar lo inexplicable y tuve la certeza que todo estaba bien.

En los años siguientes, a pesar del dolor y la nostalgia, notaba cómo el Señor me consolaba, confortaba y compensaba, en lo que es posible compensar la muerte de un hijo, con innumerables regalos…

17 años después, en mi corazón hay paz y alegría a la espera del reencuentro… todo está bien.

María Isabel Acuña T.



Junto al abuelo

Esta experiencia la viví entre los años 2006 y 2007, en donde situaciones laborales y familiares me hicieron pasar duros momentos. En esos años trabajaba como profesor en Barnechea, pero a fin de año me despidieron. Buscando posibilidades de trabajo y con el dolor de no encontrar trabajo, en junio del 2007, mi abuelo falleció debido a su débil estado, a los 94 años.

Mi cesantía me permitió acompañarlo hasta el último día, y darle las gracias por toda su vida de entrega a los demás como practicante. Sé que ahora descansa con mi abuela y está rezando por nosotros.


Ricardo Rojas Barra



Una fe que salva

En enero de 2007 hice un viaje a San Javier, para darle sepultura a un tío que falleció y que tenía 84 años. Íbamos en un auto manejado por mi cuñado, éramos cuatro personas en su interior.

Al llegar a Chimbarongo perdió el control y caímos al fondo de un canal de regadío, con el vehículo boca abajo, entró el agua y nos inundamos.

A mí me quedó un espacio de 20 cm. solo de aire, lo demás era pura agua a mi alrededor. No sé cómo, pero en ese momento me saqué el zapato y le pedí al Señor tres veces pegándole al vidrio. Dije: "Señor, Señor, Señor, tú eres el único que nos puedes sacar de aquí”. Mi fe en Dios fue tan grande que al instante aparecieron los rescatistas, le pegaron al vidrio y nos sacaron sanos y salvos a mi hermana, mi sobrina y yo. Mi cuñado falleció en el lugar.

Siempre he sido mujer de fe en mi Señor, pero ahora mucho más.

Ana Pérez Riquelme