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Edición NÚMERO 58
Diciembre 2011

Obispos dialogaron con jóvenes y su participación en la vida de la Iglesia

En la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de noviembre pasado, en Punta de Tralca, los obispos invitaron a 16 jóvenes de diversas realidades y ambientes eclesiales y sociales del país, para sostener un diálogo, de cara  a la Misión Joven 2012, sobre lo que esperan los jóvenes de la Iglesia y lo que esperan los pastores de la juventud.

Entregamos a continuación las opiniones acerca de ese encuentro de cuatro jóvenes.

Rodolfo I. Díaz González

Fue coordinador de la pastoral juvenil de la parroquia Nuestra Señora del Rosario, de Peñaflor; luego, representante de la Pastoral Juvenil Diocesana de Melipilla y actual  miembro de la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil.   

La juventud en todas las épocas y tiempos hemos buscado cuestionar las estructuras, sin embargo, en la actualidad nos enfrentamos a jóvenes cuyos cuestionamientos pasan por todas las áreas de la sociedad, especialmente por la Iglesia y su forma de propuesta de vida. Hoy nuestros jóvenes se preguntan sobre diversos temas para sus vida y creemos fielmente que nuestros pastores podrían darnos respuestas claras y con nuestro propio lenguaje, con ello podemos traducir que esperamos voces fuertes, claras y modernas de nuestros pastores que nos ayuden a descubrir nuestra vocación en este nuevo mundo. Nos presentamos antes grupos heterogéneos cuyas preguntas son tan diversas como sus intereses, nuestra querida Iglesia tiene que aprender a dar respuestas Universales para tan diversas cantidad de preguntas.

Esperamos de nuestros pastores el cariño, guía y también reglas, de la misma manera que un niño no sabe siempre lo que necesita pero finalmente agradece su consejo. La iglesia debe mantenerse firme y coherente junto a los jóvenes, especialmente a los más excluidos de la sociedad, jóvenes drogadictos, alcohólicos, etc. La juventud no necesita promesas, sino una mano firme y sabia que los lleve a la construcción de un nuevo Chile en los distintos valores que tiene  nuestra iglesia.

 

Juan Pablo Contreras, profesor de Música, miembro del Camino Neocatecumenal

Considero que fue un encuentro franco porque los obispos nos recibieron primeramente sentándonos en los asientos reservados para ellos, un signo que nos ayudó a sentirnos cómodos para opinar. Luego, en dos instancias se dieron diálogos donde yo pude ver que nuestras críticas eran recibidas con atención, a pesar de que muchas de ellas eran duras. Recuerdo que se mencionó mucho de boca de los propios obispos que vieron que lo que demandamos los jóvenes era que existiera consecuencia entre el actuar de los pastores y el discurso cristiano, así como también quitarse los temores de abrirse a al diálogo con los laicos y a formas pastorales que no comulguen con los propios esquemas pastorales.

Las críticas que hicimos eran muy variadas, desde que los jóvenes queremos una Iglesia con un lenguaje más cercano, más cercano a la vida de la gente y no tan lleno de palabras lindas e ideas que no siempre aterrizan a los problemas concretos de los fieles. También que existe poca autocrítica y humildad para aceptar las críticas que pueda hacerle un laico a un sacerdote, todavía hay una distancia marcada entre sacerdotes y laicos. Además,  la necesidad de discernir seriamente hacia dónde está soplando el Espíritu Santo y quitarse prejuicios y distancias hacia las realidades laicas (movimientos y otras realidades eclesiales), que están dando frutos concretos para llevar adelante la misión de la iglesia: ser luz de las naciones.

 

María Elena Pinares Alvarado, animadora de la parroquia La Natividad del Señor, de La Reina. Vocera Juvenil de la  Vicaría Zona Cordillera.

¿Qué esperamos los jóvenes de sus pastores? Que estén preocupados de conocer a los jóvenes. Participar con ellos en la Asamblea fue una experiencia realmente enriquecedora, porque así como ellos pudieron conocer qué pensamos como jóvenes, yo también pude conocer qué piensan ellos como pastores. Se hicieron más cercanos a mí, y por ello les estoy profundamente agradecida.

 

Nicole Vásquez Donoso, presidenta de la CVX Jóvenes de Santiago y miembro de “Iglesia entre todos”, escribió la siguiente reflexión, a propósito de ese diálogo de los jóvenes con los obispos.

 

Una semilla que germina desde un sacerdocio común

Muchos laicos y laicas hemos estado expectantes con lo que ocurre en nuestra Iglesia actualmente, lo que se acrecentó por haber sido testigos y parte este año de una crisis honda de credibilidad, de referentes y de formas de organización que reconocemos añejas y poco representativas. Muchos hemos sentido alguna vez la frustración de sentirnos en muchos momentos parte de una “gran comunidad” que vive alejada de los problemas reales de nuestra sociedad –en especial de los jóvenes- y se hace parte de un mensaje que se vuelve sólo para unos pocos, temeroso a la acogida real de los excluidos y a la renovación de sus medios para vivir el evangelio en los tiempos de hoy.

A mi parecer, estas últimas dos décadas hemos sido una Iglesia temerosa a la acción del Espíritu, lo que se ha reflejado muchas veces en la prioridad de tener las cosas bajo control frente a la posibilidad de que ampliar la mirada se transforme en una vuelta sin retorno. Ese miedo nos termina alejando del diálogo y nos lleva a quedarnos instalados, sin darnos cuenta, en nuestro rincón seguro. Esa no es la Iglesia que conocí al oír de Mariano Puga, Enrique Alvear, Pepe Aldunate, Karoline Mayer, Anita Gosens, y tantos otros que han entregado su vida desde su Ser Iglesia en torno a un evangelio que obligadamente nos invita a salir de nuestro lugar acomodado y lanzarnos en la defensa de la justicia, la coherencia de vida y los derechos de hombres y mujeres que sufren. Testimonios así hacen falta en la Iglesia que hoy se construye, frente a nuevos desafíos e injusticias en nuestra sociedad.

El pasado martes 15 de noviembre asistí a la 2ª Asamblea Plenaria de obispos de este año, que se realizó entre el 14 y 18 de Noviembre en la histórica casa de Punta de Tralca. Iba nerviosa y expectante, pidiendo la gracia de poder escuchar y ser escuchada, de cuidar a mi Iglesia con cariño, de ayudarla a crecer con un trabajo en conjunto del Pueblo de Dios, con la posibilidad de construir Iglesia desde un laicado responsable que busca y se cuestiona: ¿qué haría Cristo en nuestro lugar?

Me encontré con una Iglesia dañada y con heridas profundas, pero cercana y reunida en espíritu de acogida, porque había fragilidad. ¡Esa fragilidad que nos abre los sentidos y nos impulsa a escuchar! Esa fragilidad que nos recuerda que no tenemos siempre toda la razón… esa fragilidad que es don de Dios para seguir creciendo, aceptando que nos hemos caído, aceptando que no todo lo que hemos hecho como Iglesia ha sido lo mejor, y que hoy nos toca buscar nuevas formas para que la persona y el mensaje de Jesús se hagan vida en el Chile de hoy.

Las ventanas se abren, entra la luz, el Espíritu sopla. Y sopla fuerte. Lleva mucho tiempo soplando… la diferencia es que hoy podemos dejar que nuestra barca sea llevada por el viento porque estamos abriendo las velas, aunque sea de a poco por miedo a que el viento fuerte nos lleve lejos. Estoy segura que hoy, en este momento particular que vivimos como Iglesia chilena, los laicos y laicas tenemos un rol fundamental. No podemos dejarlo pasar. Necesitamos ser voz de las diversas realidades de nuestra sociedad, necesitamos llevar esas realidades dentro de la Iglesia, mostrárselas a nuestros pastores, dejar que empapen nuestra vida y nuestras decisiones eclesiales. Debemos hacernos parte de esas decisiones, para que nuestra experiencia “en el corazón del mundo” les ayude a juzgar más exacta y acertadamente los asuntos de la Iglesia, de manera que puedan cumplir con mayor eficacia su misión a favor de la vida del mundo. (LG 37)

Creo en esa semilla de renovación que está germinando en el corazón de laicos y pastores, creo que nuestra Iglesia chilena puede ser profética en su forma de incorporar al Pueblo de Dios en un sacerdocio común que, aunque tienen diferencias en esencia, se ordenan el uno al otro y ambos participan del único sacerdocio de Cristo (LG 10), lo que nos moviliza a construir juntos una Iglesia que ilumina en el mundo por su sencillez, su escucha atenta y su forma de sufrir junto a los que sufren. Cada ministerio es capaz de brillar desde su forma particular, comprometiéndonos característicamente con la vida entera, dejando que el Espíritu transforme nuestra mirada y nos invite a dejar de temer frente a las experiencias nuevas, para comenzar a vivir desde la confianza en un Dios que nos va cuidando y guiando, un Dios Madre y Padre que no se olvida de nosotros y tiene contados nuestros cabellos (Lc.12, 7), que nos regala sus dones para que nuestra luz brille delante de los hombres (Mt. 5, 16).

No debemos temer. Los laicos más que nunca debemos arriesgarnos, animarnos a querer a nuestra Iglesia y hacernos cargo de ella, porque su rumbo también depende de nosotros. Debemos formarnos con seriedad y profundidad, para dialogar en un lenguaje común. Hoy Dios sopla a través de su Espíritu y nos enseña que el Reino no está sólo dentro del templo, sino que la vida misma es espacio de consagración. Escuchemos a la vida, metamos las manos en ella para transformarla en una vida más justa, feliz y digna para todos, no sólo para unos pocos.

Estamos invitados especialmente en este tiempo, a confiar en que Su mano nos va guiando, tanto a laicos como a consagrados, desde dentro y fuera de Su Iglesia. Jesús compartió con todos la mesa, y usó un lenguaje cotidiano para mostrarnos a los hombres y mujeres el gran regalo del Reino, actuante en medio nuestro sin que nos demos cuenta, como esa semilla que se planta en el campo y germina poco a poco, creciendo hasta el tiempo de la siega (Mc. 4, 26-29). Debemos mantener viva la confianza en esa semilla en medio de nuestra Iglesia que va madurando y mostrándonos por dónde caminar, para que aportemos fraternalmente desde nuestras diferencias escuchándonos de verdad unos a otros, para que los marginados encuentren acogida, para que la vida sencilla y alegre sea signo visible en nuestra vida, y para que laicos y religiosos trabajemos juntos con el corazón de Su pueblo vivo en medio del mundo. La luz del Concilio Vaticano II llegó para iluminar y mostrarnos el camino 50 años atrás, ahora debemos caminarlo juntos.